Sin ser católico y sobre todo sin compartir las posturas reaccionarias y
conservadoras que caracterizaron a la Iglesia de Juan Pablo II, la
muerte del papa no dejó de conmoverme, quizá por la tremenda figura que
fue, la importancia histórica de su personaje o por el dramatismo de su
enfermedad, convertida en calvario precisamente en Semana Santa.
Mil millones de católicos lloran la muerte de Karol Wojtyla, sin
interesarse realmente en quién será su sucesor. De éste se manejan unos
cinco nombres, en cábalas y análisis que en mucho recuerdan el no tan
viejo sistema de tapadismo priísta, en el que todos querían pasar por
enterados, mencionando incidentes, recordando historias y trayendo
ejemplos para sustentar sus previsiones. Pero así como en México se
decía que el que se mueve no sale en la foto, en el cónclave de
cardenales se advierte que el que entra papa, sale cardenal,
advertencia que sirve para que cada quien al menos oculte su ambición de
ocupar el solio de san Pedro.
¿Y que hay del papa negro? Las supuestas profecías de san Malaquías lo
consideran el último jefe de la Iglesia Católica y ahora la gente está
preocupada por la posibilidad de que sea elegido el cardenal Francis
Arinze, de Nigeria. Conservador, amigo de Juan Pablo II y con una
dilatada trayectoria en la política vaticana, un Arinze vuelto papa
representaría lo que muchos desean: un papado "de transición", tranquilo
y recogido en sí mismo, después del brillo y esplendor que le imprimiera
Juan Pablo II a su función. Asimismo, sus 71 años de edad permitirían
esperar un reinado no tan prolongado como el de Wojtyla, lo que
reforzaría su naturaleza transicional.
Las especulaciones están a la orden del día y en los medios tendremos
muchas oportunidades de ver a los sesudos vaticanólogos escudriñar
desde afuera lo que ocurrirá desde que se cierren las puertas de la
Sixtina hasta que el humo blanco le indique al mundo que habemus papam.
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