El tiempo no cura el dolor; sólo lo embota. El dolor nunca desaparece y si nos es posible seguir viviendo después de experimentarlo, es sólo porque nos acostumbramos a su presencia, no porque lo hayamos superado ni olvidado.
Un día despertamos, vemos el jardín soleado, regamos el pasto, vemos los insectos en los arbustos y comprendemos que la vida ha seguido su marcha, muy a pesar de nuestro dolor. Una muerte no detiene al mundo, por más que haya vaciado nuestra vida de una parte importante.
Cada muerte nos empequeñece: nos priva de la faceta que le presentábamos a la persona desaparecida. Tenemos aspectos que sólo compartimos con determinadas personas... y no es que seamos veleidosos ni inconstantes. Simplemente es que cada persona es diferente y, por tanto, actuamos de una manera específica con cada una. Eso es lo que perdemos al desaparecer esa persona de nuestra vida.
No hay consuelo para el dolor. No hay palabras de aliento que lo mitiguen, no hay sabiduría que nos ayude a comprenderlo. Primero, porque la muerte es incomprensible casi por definición. Llega un momento en que el cuerpo se niega a seguir funcionando y desfallece. La ciencia médica habla de tumores y metástasis, de ganglios y fallas renales, de insuficiencias respiratorias, con términos tomados del latín y el griego que para el doliente sólo tienen una única traducción: "Se murió la persona que yo amaba y no la volveré a ver riendo y disfrutando de la vida."
Y en segundo lugar, el deudo no quiere consuelo, no quiere olvidar su dolor. De pie ante un cadáver, le parece una traición a su memoria pensar que llegará el día en que lo abandone ese dolor. No es masoquismo ni ganas de enterrarse junto con sus muertos. Es respeto por el único sentimiento que en esos momentos es capaz de albergar.
El tiempo no cura, sólo alivia, adormece, insensibiliza. Pasa el tiempo y nos sentimos capaces de seguir con la vida. Pero de vez en cuando habrá momentos en que, embotado el recuerdo de la muerte, nos asalta el deseo de tomar el teléfono para hablarle y comentarle la película que acabamos de ver y que sabemos que ella también habría disfrutado. Los timbrazos sin respuesta nos devuelven a la realidad y el corazón vuelve a sangrar en lágrimas.
4 comentarios:
Ya volví a las andadas.
No quiero saberte triste. Quiero que tu hijo me hable del Jorge que se ahoga de risa a cada ratote.
Besotes
Luz
awebo. y así es.
y con lágrimas en los ojos te lo digo después de releer este texto muchas veces ya.
Yo viví hace poco la muerte de mi madre... y escribí al respecto. En general estoy de acuerdo contigo... pero también creo que es una superstición moderna el hecho de no permitirnos vivir la muerte del ser amado de otra forma. Esa parte de la traición... es la parte de culpa que no me gusta.
Échale un oclayo:
http://justavo.blogsome.com/category/general/familia/mama/
Las prosas de las que te hablo están casi al final de esa página...
No se ve bien porque no usé las etiquetas de HTML correctas.
Esta es la liga a lo que escribí sobre mi mamá y su muerte.
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