Para dar muestras de unidad, en estos tiempos turbulentos en los que a los ojos del mundo, la Iglesia Católica parece dividida entre dos fuertes corrientes —que para efectos de simplificación podríamos llamar “conservadora” y “reformista”—, el cónclave iniciado el lunes para elegir al sucesor de Juan Pablo II anunció, apenas 26 horas después, la elección del cardenal alemán Josef Ratzinger como nuevo papa, con el nombre de Benito XVI.
Si consideramos que los ocho cónclaves precedentes, los sucedidos en el siglo XX, duraron en promedio tres días, la celeridad con la que los cardenales se pusieron de acuerdo en esta ocasión manifiesta el deseo de distanciarse de las disputas que atraviesan por las diversas corrientes de la Iglesia. Pero hay más. La elección del cardenal Ratzinger apuntala la continuidad en el rumbo de la Iglesia, refuerza el control doctrinario, favorece a las corrientes conservadoras, cancela el diálogo ecuménico —pese a las promesas de mantenerlo que hiciera el día mismo de su elección— y promete, como querían muchos, un reinado no muy largo, en virtud de la avanzada edad del ahora papa Benito XVI.
Al igual que Karol Wojtyla, Ratzinger asistió en calidad de experto al segundo concilio vaticano, en el que apareció favorable a las reformas de la Iglesia. Sin embargo, pocos años después, asustado por la “deriva materialista” de fines de los años sesenta —encarnada en los movimientos juveniles de 1968 en todo el mundo—, Ratzinger se replegó hacia un conservadurismo que habría de oponerlo a sus posiciones iniciales.
En 1978, tras haber sido obispo de Munich, Ratzinger fue nombrado cardenal, todavía por Pablo VI (recordemos que ese año hubo tres papas). Y en 1981, Juan Pablo II lo colocó en la prefectura de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Para quienes el nombre de esta oficina no les diga nada, debemos señalar que es la heredera del Santo Oficio, mejor conocida como inquisición.
En su cargo de gran inquisidor, y como allegado de Juan Pablo II, Ratzinger estuvo en el origen de muchas de las tomas de postura que causaron el encono de la Iglesia con los sectores progresistas. Fue inspirador y ejecutor de los castigos aplicados a los sacerdotes de la teología de la liberación. A través de sus instrucciones, Ratzinger defendió las tesis más conservadoras, atacando en especial la ordenación femenina, el matrimonio homosexual, la planificación familiar y las investigaciones médicas con células de fetos. En su Donum vitae, de 1987, criticó la procreación humana con ayuda médica (única esperanza de tener hijos para algunas parejas) y en Dominus Iesus proclamó tajante la supremacía de la Iglesia Católica sobre todas las demás confesiones.
Aparte del deseo de mantener la unidad y la continuidad en un pontificado de transición, la elección de Ratzinger sin duda obedece a factores más humanos. Ciento quince de los cardenales asistentes al cónclave fueron nombrados por Juan Pablo II y, por tanto, no tenían ninguna experiencia en este tipo de procedimientos. Asimismo, si su fidelidad como cardenales estaba con Juan Pablo II, fue natural que se inclinaran por aquel a quien veían no sólo como su heredero espiritual, sino como el inspirador de las grandes líneas doctrinales de su pontificado.
La llegada de Ratzinger a la cabeza de la Iglesia Católica no suscita esperanzas sino miedo en los sectores progresistas. Las urgentes reformas de la Iglesia habrán de esperar tiempos mejores.
1 comentario:
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