Mi primo Ramiro terminó de leer El código Da Vinci, tarea que le llevó siete meses porque, dijo, “tenía que detenerme a investigar muchas de las cosas que vienen ahí”. El ahora autoproclamado experto en Leonardo, sin embargo, no supo explicarme si el genio renacentista hablaba inglés, idioma en el que está la dichosa palabra en la que se resume el misterio de la novela.
Ese detalle, como sabemos, es pecata minuta al lado de las tergiversaciones y desinformaciones con las que está plagada la obra de Dan Brown.
Es que no sabemos si todo lo que dice es ficción me dijo bajando la voz y mirando desconfiado a los lados para asegurarse de que nadie lo oía. Era muy improbable que alguien nos oyera, pues en la cantina donde estábamos comiendo reinaban el ruido de la televisión y los gritos de los demás parroquianos. Tengo que agregar, para redondear la imagen, que Ramiro es fan del canal Infinito y no es seguidor de Mausán sólo porque, para él, “tiene cara de que le apesta la boca”, rasgo imperdonable para mi primo, que es dentista.
¿Como qué cosa crees que podría ser verdad de todo lo que dice en la novela? le pregunté a mi vez, nomás para picarlo, pues desde hace varios meses Ramiro no tiene más tema de conversación que las conspiraciones de las sociedades secretas, los misterios de los templarios y demás materias relacionadas que busca con avidez en Internet entre muela y muela.
No tengo paciencia para repetir aquí toda su disertación sobre el Priorato de Sion, pues la mera verdad, perdí el interés cuando iba a media lista de los personajes famosos que supuestamente pertenecieron a dicho grupo. ¿Por qué será que todas las personalidades destacadas de la historia necesariamente tienen que ser miembros de alguna sociedad secreta? No niego que éstas existan, claro: su existencia y sus acciones están bien documentadas y, además, no faltarían chiflados que las crearan en caso de que no las hubiera.
En fin, Ramiro alegaba en su defensa que de ningún modo estaba obsesionado con la idea de las conspiraciones y las sociedades secretas, pero que, al menos, tenía “la flexibilidad mental para no rechazarlas como posibilidad”. Entendí que no sólo me estaba llamando dogmático, sino que además se acababa de adornar como persona de mente abierta.
Por andar con la mente tan abierta, le advertí se te va a vaciar el celebro por el colodrillo.
Ramiro ya no quiso seguir discutiendo. Se arropó en el manto de la trascendencia y decretó que, a fin de cuentas, no importaba que El código Da Vinci estuviera plagado de patrañas.
Lo verdaderamente importante es estar abierto a cualquier posibilidad, sentenció.
Pero ésa era precisamente la base de todo mi alegato: si creemos que la historia mundial ha estado regida desde tiempos inmemoriales por sociedades secretas, bien podemos aceptar que, a nuestra escala, nuestra vida está dominada por fuerzas misteriosas. Y eso no sólo es abdicar de la responsabilidad de regir nuestro destino, sino que nos inclina a tomar por ciertas (o al menos posibles) las declaraciones más infundamentadas: que la Tierra es el centro del Universo, que los viajes a la Luna han sido una farsa, que el asesino de Colosio fue un loco solitario o que Calderón ganó por las buenas la presidencia de México.
3 comentarios:
Y claro, también que todo éste caos que es la vida podría ser el Truman Show, no?
Saludos mi estimado.
te faltó decir que los marcianos escriben las cosas en el trigo y las figuras de nazca.
Yo no fustigaría la novelilla de marras con tanta saña. Finalmente se acerca mucho a la verdad cuando presenta al Opus Dei como la organización que "prestó" desinteresadamente(?) 1 millón de dólares al Vaticano para tapar unos agujerillos financieros de la Banca Ambrosiana, cuyos negocios con el tráfico de armas no iban todo lo boyantes que se requería.
También considero positivo el que desvele a ojos de muchos creyentes, que la lectura que ha hecho la Iglesia de Roma de la Biblia es más que torcida. Me refiero a la parte en que habla de la relación de Jesús con María Magdalena (y con ello no quiero dar carta de verosimilitud al asunto central de la novela, esto es, la presunta descendencia del profeta), que la Iglesia quiere ocultar a toda costa, al igual que los hermanos de Jesús (esto último incluso aparece en los 4 evangelios canónicos, no hace falta ir a los apócrifos).
En resumen, me parece saludable que, con la excusa de una intriga esotérica, se hayan difundido tan bestialmente unos hechos que le resultan incómodos a la Iglesia de Roma. Bienvenida sea, con todas sus imperfecciones.
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