El gobierno de la Ciudad de México piensa (¿o sabe?) que sus habitantes son analfabetas, al menos analfabetas funcionales, por eso se ha empeñado en identificar las estaciones del metro y del metrobús con pictogramas. Esto, además de darle la razón a los chinos, que desde hace más de cinco mil años saben que una imagen dice más que mil palabras, permite que la gente que no lee se suba y se baje en la estación deseada. "Vamos a la estación de la mariposa", por ejemplo, pues es incapaz de leer Juanacatlán.
Todo eso está muy bien. El problema se presenta cuando en lugar de una mariposa, un chapulín o una campana, el viajero analfabeta se topa con la efigie de alguno de los héroes que nos dieron patria. Porque, digo, si no es capaz de leer "Juárez", menos va a saber que es la estación del Benemérito de las Américas. Si bien el perfil de Hidalgo es más o menos reconocible por la calva, ¿qué diferencia hay entre el de Guerrero y el de Allende, ambos de uniforme militar? Y, por cierto, ¿quién fue Valentín Gómez Farías?
El caso es que le decimos a nuestro pasajero que se baje en tal o cual estación para llegar a su destino, y el pobre analfabeta acaba en el extremo opuesto de la ciudad, pues confundió la imagen de San Antonio con la de Tezozomoc.
Lo curioso del caso es que en muchas estaciones, sobre todo las de transbordo, suele haber librerías a montones. Y no se diga afuera, a la entrada. Por ejemplo, sobre Balderas, entre la plaza de la Ciudadela y la estación del metro, se encuentra el equivalente de la instalación permanente de la feria del libro. ¿Es negocio vender libros en un país de analfabetas? Al parecer sí, pues los marchantes de la letra impresa tienen años establecidos en esa calle y no creo que los anime una voluntad de difusión cultural, sino más bien el mercenario deseo de ganarse un billete. La difusión cultural corre a cargo, ¡oh, sorpresa!, del gobierno de la ciudad, que en los pasillos del metro instaló estantes con libros para "leer de boleto". Es decir, de volada, frase que por lo visto fue interpretada como que uno se podía volar los libros, pues cuando he pasado por tales anaqueles siempre los encuentro vacíos. Total, ¿leemos o no leemos?
Al parecer, el mexicano sí lee, pero con reservas. En los puestos al aire libre de Balderas, por ejemplo, la literatura que predomina es la llamada "de autoayuda". Desde 101 formas de combatir la depresión hasta 101 formas de volverse rico, los títulos ofrecidos revelan toda la gama de la miseria humana. (Por cierto, al hojear el libro sobre la depresión, encontré que una de las recetas es volverse rico; me faltó hojear el libro para hacerse rico: de seguro una de las formas recomendadas es escribir un libro para combatir la depresión.)
Otra proporción importante de la oferta libresca la constituyen los libros de esoterismo: grimorios, encantamientos, fórmulas de magia de todos los colores y textos clásicos del ocultismo como el Kibalión. La gente está angustiada, anda en busca de remedios y los encuentra entre los charlatanes de todo cuño, ya sea que vendan fórmulas facilonas para alcanzar la felicidad en esta vida o métodos de riguroso ascetismo para lograrla en la otra.
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