31 julio, 2004

El discurso de JFK

La impresión más fuerte del discurso de John F. Kerry, pronunciado este jueves al aceptar la candidatura demócrata a la presidencia de Estados Unidos, es su esfuerzo por atraerse a los indecisos (un 20 por ciento de electores que, dado lo cerrado de la competencia, serán quienes decidan el resultado). Al margen de su regular estilo oratorio y de su deficiente lenguaje corporal, el senador por Massachusetts echó mano de todos sus recursos para convencer a sus compatriotas de que será un eficaz comandante en jefe, no sólo reiterando su hoja de servicios en Vietnam, sino también con propuestas y principios.


El principio fundamental, que de paso sirve para atacar a George W. Bush, es el de no mentir para justificar una guerra, no hacer la guerra "porque queramos, sino porque debamos". Sin embargo, no precisó lo que hará en el caso concreto de Irak, la guerra que está en la mente de todos. Sería impensable que hubiera ofrecido retirar a las tropas que ocupan el país mesopotámico pues, aunque esté basada en las mentiras de Bush, en el imaginario del pueblo esa guerra sigue siendo parte del combate al terrorismo. Y esto tiene gran prioridad para el pueblo estadounidense, a despecho de la tradicional ignorancia que priva en la materia. Prometió, sí, reforzar las alianzas para repartir las cargas de este combate. Pero no por respeto hacia los aliados, sino para que éstos —y el resto del mundo— respeten a Estados Unidos. Así, esa medida de política exterior se vuelve, en ese país ferozmente aislacionista, una acción dirigida al consumo interno.


Los lineamientos de su política interna —creación y protección de empleos, mejoramiento de la asistencia médica, reducción de impuestos para las personas de bajos y medianos ingresos, aumento para los ingresos elevados, elevar la calidad de la educación— están dirigidos básicamente a la clase media, a ese sector tan lastimado por las medidas elitistas del gobierno de George W. Bush y que indudablemente será el fiel de la balanza en las elecciones de noviembre.


Y frente a un rival tan fudamentalista como al que se enfrenta, JFK no podía dejar de mencionar el tema religioso, si bien muy de pasada para no darle una importancia que no tiene. Más bien, fue un llamado a la tolerancia y una exhortación a no enarbolar la fe como tema de campaña. "No pretendo que dios está de nuestra parte. Como nos dijera Abraham Lincoln, quiero orar humildemente para estar de parte de dios", palabras con las que pretende desarmar de entrada los argumentos mesiánicos de que se ha valido Bush para presentarse como enviado y defensor del cielo.


Todo el discurso se basó en los valores. Los valores de la familia: el padre que lo enseñó a jugar pelota y andar en bicicleta, la madre que siempre estuvo cerca alentándolo y fortaleciéndolo moralmente, los niños que salen a jugar en la tarde después de la escuela, el policía del barrio; los valores de la patria, representados en la bandera, encarnados en el ingenio del pueblo del "sí se puede" y en el orgullo de ser estadounidenses; el valor de la fe, del conocimiento, de la ciencia.



La idílica visión de Normal Rockwell sobre la vida cotidiana en Estados Unidos resurgió en el discurso de Kerry.


Y su visión del futuro está basada en esos valores. El futuro de un país unido por encima de sus diferencias, enfrentado más a los retos internos que a los externos, ocupado en elevar su nivel de vida, más que en propagar sus métodos, si bien todo esto ha de apoyarse en la conciencia de su supremacía militar y económica.


El acto de clausura estuvo dirigido también a congraciar a John F. Kerry con la gente común, las clases bajas y medias, que ven en él a un aristócrata de izquierda con el que difícilmente pueden identificarse. Así, la selección de John Edwards como candidato a la vicepresidencia aspira a llenar esa brecha que lo separa del pueblo. No fue casual que Kerry hiciera énfasis en los humildes orígenes de Edwards y en el hecho de que el senador de Carolina del Norte encarna el "sueño americano".


Para el mundo externo, la presidencia de Kerry podría acabar con la pesadilla que ha significado la arrogante política exterior de Bush. Para ello, la Casa Blanca de JFK II tendrá que revisar sus relaciones prácticamente con todo el mundo: reconciliarse con Francia y Alemania, volver a dirigir la mirada a América Latina, reintegrarse en la comunidad internacional representada en los organismos internacionales y adherirse al protocolo de Kioto, aceptar la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional, manifestar su respeto por la Organización de las Naciones Unidas pagando el anorme adeudo que tiene, entre otras medidas necesarias para que el mundo en general, como lo anhela Kerry, vuelva a sentir respeto por Estados Unidos.


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