Una forma en que se perpetúan los sistemas sociales es a través de la ideología disfrazada de sentido común. Así, el sistema esclavista se perpetuó gracias al supuesto de que no había nada malo en someter a los negros traídos del África, ya que eran "salvajes" que había que "civilizar". Los indígenas americanos también fueron sometidos al son de que se trataba de "bárbaros idólatras"; se necesitó todo un proceso burocrático para que la iglesia católica les reconociera alma y llevara a cabo una campaña de evangelización que tuvo tintes de etnocidio.
Pero eso era el "sentido común" en ese tiempo, a quien se le atribuyen los crímenes para que la conciencia del hombre quede tranquila.
Por lo visto, el sentido común va variando con el tiempo. Lo que ahora nos resulta obvio, por ejemplo, que todos los hombres somos iguales, parecía una herejía hace algunos siglos. ¿Y a qué traer la tan manoseada historia del avance de las ciencias? Copérnico no se atrevió a publicar su teoría heliocéntrica en su tiempo, pues contradecía el sentido común que veía que el Sol, la Luna y las estrellas revolucionaban en torno de la Tierra.
No es fácil desafiar el sentido común prevaleciente. Quien lo hace se expone a ser tachado de hereje, a ser condenado al ostracismo, a ser recluido en una clínica psiquiátrica o simplemente a ser expulsado de su círculo social.
Sin embargo, aquellos herejes, locos o parias ahora nos parecen pioneros, visionarios y profetas. ¿Quién se hubiera atrevido a poner en duda la validez de la ley del talión, para predicar que hay que amar a nuestros enemigos? ¿Cómo se le ocurrió a alguien ir en contra del feroz sistema de castas de la religión hindú para desbancar a todos los dioses y poner al hombre en el centro del sentimiento religioso?
Ya se había inventado el ferrocarril de vapor cuando mediantes estudios científicos se demostró que el hombre perecería al viajar a la vertiginosa velocidad de 20 kilómetros por hora. Y aún hoy en día hay quien duda de que el hombre realmente haya llegado a la Luna.
Así, se tacha de por lo menos quijotesco a quien pone en tela de juicio el injusto orden lingüístico que privilegia a los hablantes nativos del inglés. Empeñarse en que el hombre tiene la capacidad de dotarse de una segunda lengua común parece ir en contra del sentido común que preconiza el inglés obligatorio, que demuestra su necesidad en la vida comercial y su importancia a la hora de conseguir trabajo.
Sin ánimo de pasar por profeta, estoy convencido de que el esperanto tiene a la fuerza de la historia de su lado. Que la suma de los innumerables esfuerzos, por parte de los millones de esperantistas anónimos que cultivan este instrumento de comunicación, tarde o temprano dará frutos. Los frutos que la gente asocia con una lengua internacional, quiero decir, porque en su ya más que centenaria trayectoria, el esperanto ya ha forjado toda una cultura. Y esta cultura merece una consideración mucho más seria que el fácil desdén de quienes, basados en el sentido común imperante, afirman que su estudio es una pérdida de tiempo, que es imposible comunicarse en una lengua "artificial" y que, aun si así fuera, tal lengua no podría generar una cultura. Sí, así como los cuerpos se despedazan al viajar a 20 kilómetros por hora.
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