18 septiembre, 2004

Justicia divina

El sistema de justicia divina es uno de los mayores misterios de esta vida. En efecto, se necesita más que un doctorado en derecho para entender el mecanismo de castigos y recompensas que se aplica a nombre de dios y, de ese modo, la pregunta más frecuente que encontramos en boca de sus víctimas es ¿por qué?: ¿Por qué se murió mi novia? ¿Por qué me quedé sin trabajo? ¿Por qué mi hija se fue a casar con ese desgraciado?


Nadie entiende, pero eso sí, la iglesia nos asegura que esas calamidades que nos azotan constituyen otras tantas pruebas de nuestra fe. Y así, el creyente sale del confesionario casi casi orgulloso de que a él le hayan tocado tamañas pruebas, pues ésa es la medida de su fe y de la predilección que dios siente por él. Curiosamente, entre los más devotos encontramos también a los más lastimados por la vida, lo que nos da la medida de la eficacia del sistema: el que mayores razones tendría para quejarse y rebelarse, es el que más dócilmente acepta la voluntad divina, siempre debidamente interpretada por los gerentes de dios aquí en la Tierra.


En el mundo real, un sistema de justicia de ese tipo sería calificado de autoritario, parcial y totalmente injusto. Viola el principio jurídico universal de igualdad ante la ley, pues es evidente que quien pueda pagar más misas y responsorios asegura su parcela en el paraíso, a diferencia de los desposeídos que sólo cuentan con el poder de sus oraciones. Sólo a los dictadores más odiosos se les ha ocurrido establecer un sistema de justicia en el que se beneficia ipso facto a los más aduladores y serviles.


Un país que aplicara ese singular código no tardaría en ser proscrito de la comunidad internacional, en ser señalado como opresor. Las víctimas de ese sistema serían consideradas, si no presos políticos, sí prisioneros de conciencia y Amnistía Internacional lanzaría campañas para lograr su liberación. Lo más que llega a hacerse en favor de esas víctimas es mandar decir misas por su eterno descanso. Pero vistos los magros efectos del tal recurso aplicado a efectos más visibles —la curación de una enfermedad, por ejemplo, que se resiste al poder demiúrgico de los ritos—, bien podemos dudar de la eficacia de estas campañas de liberación.


Imaginemos un código de derecho que aplicara la pena de muerte o la cadena perpetua a ladrones, asesinos y adúlteros por igual. ¿Qué diría el cuerpo diplomático acreditado en un país así? Por lo menos, que el castigo es desproporcionado respecto de la falta. Y, ¿no es ése el castigo con el que se nos amenaza en caso de desobedecer a las mandamientos de Moisés?


El problema, como en muchos otros casos, es la confusión de las cosas del cielo con las mundanas, la injerencia en la vida cotidiana de conceptos que se refieren a la eternidad, y que por tanto nos son ajenos, y el descuido de nuestra condición humana por andar imaginando inexistentes esencias divinas.


1 comentario:

Anónimo dijo...

(M pongo d anonimo pa no tener q sacar una cuenta d noseqe, pero m llamo Alejandro)
El pedo con las leyes d Moises es q la gente tiene q sacar prioridades, s supone q los mas importantes son los 10 mandamientos, luego tons ya el q qiera darle a los demas, ok, pero q s acuerde d los mas importantes para q no la cague mas feo