28 septiembre, 2004

Los motivos del espam

El otro día quise escribir algo acerca del espam, pero me di cuenta de que no entiendo nada del tema. Es decir, más o menos puedo ver cómo se origina y se difunde, qué objetivos persigue y cosas así, pero no entiendo su raíz, es decir, lo que motiva a alguien a comprar una lista de direcciones para enviarles a todas ellas un mensaje de carácter comercial o de otro tipo.


Me han llegado ofertas, dentro del mismo espam, claro, de listas con miles o cientos de miles de direcciones, mismas que he rechazado sin considerar siquiera las posibilidades que me ofrecen. Suponiendo que yo me decidiera a ofrecer mis servicios por ese medio, ¿he de suponer que las personas registradas en esa lista estarían interesadas en lo que ofrezco. Nada, más que los argumentos de venta del vendedor original de las listas, me hace suponer que así será.


—Mire, le ofrezco una lista de un millón de direcciones. Suponga, bajita la mano, que sólo el uno por ciento de los destinatarios realmente lean el mensaje. Estamos hablando ya de diez mil personas. Y de esas diez mil personas, vamos a calcular también muy conservadoramente que sólo el uno por ciento le responde. ¡Con unos cuantos clics, usted ya se consiguió a cien clientes!


¿De dónde sacan esas cifras? Fuera de su calenturienta imaginación, esas cifras sólo pueden venir de extrapolaciones arbitrarias de los sitios Web, en cuyos anuncios se mide el clicaje efectivo (las veces que el lector efectivamente hace clic en un anuncio, sobre el número de veces que aparece dicho anuncio en las pantallas). Los servidores llevan minuciosas estadísticas de estas cifras, que luego sirven para cobrar la publicidad y pagar comisiones.


Pero en las listas no hay tal cosa. Así que si nos dicen que, por muy conservador que sea el cálculo de efectividad, los resultados son asombrosos, mejor analice las reacciones que tiene la gente ante los mensajes no deseados, vulgo espam.


¿Qué hace usted cuando recibe un mensaje no deseado? La inmensa mayoría lo borra sin mayor averiguación, así que ni se entera de las invitaciones a saquear el erario de Nigeria mediante triangulaciones fraudulentas de fortunas mal habidas, con una discreta escala en nuestra propia cuenta de banco. Tampoco nos enteramos de las posibilidades de adquirir medicinas sin receta, de ésas que después de cuatro horas de erección nos causan un paro cardiaco por andar de desgobernados sin pedir la opinión de un médico especialista.


¿Quién puede creer en un anuncio de que nos hemos sacado un premio millonario en una lotería de cuya existencia nunca nos enteramos, patrocinada por un anónimo millonario de Bahrein? ¿Quién tomará en serio a un ingeniero que ofrece los mejores servicios de asesoría en mecánica de suelos, para comunicarse con el cual hay que responder a una dirección de Hotmail? Digo, si su chamba no le da para poner un sitio Web y contar con su propia dirección, por lo que tiene que sacar una en esos sitios gratuitos, ¿cómo le van a poner en sus manos la construcción de un puente?


Entiendo que haya gente dedicada a elaborar listas de direcciones electrónicas a fin de venderlas. Lo que no concibo, pues, es que haya quien las compre. Porque no hay nada que garantice que dichas direcciones correspondan a una persona. Es de lo más fácil crear un programa que nos genere un millón de líneas con la sintaxis a@b.c y dada la declarada falta de ética en la obtención de direcciones, cualquier persona debería cuidarse de creerle a quien se dedica a vender dichas listas.


Además, aun habiendo sido obtenidas de manera más o menos regular, existe la duda de que efectivamente a cada dirección corresponda una persona. Por ejemplo, en el sitio que hago sobre el esperanto en México, he puesto varias direcciones, cada una para atender diferentes asuntos. Así hay una dirección info para pedir informes y otras correspondientes a cada colaborador. Pero todas esas me llegan a mí. Y así se produce el absurdo de que recibo la misma oferta de cartuchos de tóner desde cada una de esas direcciones, contenidas, como es evidente, en la misma lista. El incauto vendedor de cartuchos paga por cuatro direcciones, aunque en realidad esos cuatro mensajes le llegan a una sola persona. La supuesta eficiencia de su mensaje se reduce en varios tantos (cuyo monto es incalculable y no me voy a poner como estos mercachifles a hacer extrapolaciones alegres).


Y por último, ya que hablamos de absurdos, hay otro asunto digno de mención. Como la mayoría de esos anuncios se originan en Estados Unidos, algunos de los remitentes se sienten con la obligación "legal" de poner hasta el final del mensaje una leyenda que, haciendo caso omiso de cuanta regla gramatical y lógica exista en este mundo, asegura que si recibimos el anuncio de marras es porque nosotros así lo solicitamos, ya sea en el sitio Web del autor o de alguno de sus "asociados". Yo quisiera preguntar cuándo mi dirección info, por ejemplo, salió de compras a registrarse en tantísima página Web como infesta mi buzón. Y los muy descarados todavían nos ofrecen que, si no queremos seguir recibiendo esos mensajes, sigamos un procedimiento que puede consistir en dos cosas: a) responder a ese mismo mensaje; b) ir a la página Web que se nos indica para hacer clic y "borrarnos" de su lista. En cualquier de los dos casos, les aseguro, el único resultado que obtenemos es confirmar que esa dirección efectivamente corresponde a una persona y garantizar que seguirá pasando prostituida de lista en lista hasta el final de los tiempos.


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