09 septiembre, 2004

Un congreso para la lengua

Con el tema Identidad lingüística y globalización se realizará el tercer congreso de la lengua española en Rosario, Argentina, del 17 al 20 de noviembre de este año. La primera duda que surge ante esta noticia es quiénes se van a reunir a nombre de nuestra lengua. ¿Quiénes la representan? Porque el hecho de que Jorgito Dobleú haya sido invitado y, sin embargo, el Gabo García Márquez haya quedado afuera, realmente suscita serias dudas acerca de la legitimidad de quienes dicen representar a nuestro milenario idioma.


Y por si lo anterior fuera poco, nos enteramos que el congreso de marras está convocado por las academias de la lengua. Entonces la alarma pasa de naranja a roja: si bien en la Academia Mexicana encontramos figuras de la talla de Alfonso Reyes, Ángel María Garibay y Miguel León-Portilla, también nos topamos con un Miguel Alemán Valdés, cuyo conocimiento del idioma se limitó a conjugar el verbo robar. Esto quizá explica porqué el autor de Cien años de soledad fue excluido de ese cónclave, mientras que el ex alcohólico y actual profeta de las cruzadas, el ya mentado Dobleú, podrá asistir muy campechanamente (esperemos que ya para entonces como presidente saliente, y no reelecto, de uno de los países con mayor cantidad de hispanohablantes del hemisferio).


En fin, estábamos con la representatividad del tercer congreso... no, no, eso es otra cosa. Está bien, por acá me preguntan qué onda con los anteriores. Bueno, el primero se realizó en Zacatecas, en 1997, y los maliciosos quieren ver en la participación en él del Gabo la causa de que esta vez no se le haya invitado. En efecto, en esa ocasión, García Márquez propuso que se prescindiera de las reglas de ortografía, con el consecuente horror de las buenas consciencias que adornaban el recinto, entre éstas la del rey Juan Carlos de España y la del doctor Zeta, que en esos años regenteaba la residencia de Los Pinos.


En ese sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. (...) Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?

Como puede verse, nada que no pudiera verse como humorada del escritor colombiano o, incluso, como toma de postura política. La gramática normativa, como dictado de lo que es correcto, como conjunto de reglas del buen hablar, se vuelve un concepto de clase. Como señalaba George Bernard Shaw a través de su personaje de Pygmalion (recreado en el musical Mi bella dama), la forma de hablar clasifica y caracteriza al hablante como miembro de determinada clase social. Hablar bien, es decir, conforme a las normas gramaticales, constituye un distintivo social. Sería impensable para nuestros acolchonados académicos renunciar a esa distinción en favor del subjuntivo esdrújulo (váyamos, en lugar de vayamos) y otras atrocidades que cometen las clases bajas con la lengua.


Curiosamente, y para regresar a la pregunta inicial, la lingüística asegura que la norma de un idioma está en el conjunto de sus hablantes. Así, la gramática moderna aspira más a describir que a regular el uso de la lengua. La lengua no está ni en los diccionarios ni en los libros de gramática. (Ignorar esta realidad es la causa de que muchos proyectos de lengua internacional no pasen de meros proyectos y no lleguen a adquirir el carácter de lengua: se han quedado en un folleto con reglas gramaticales y un vocabulario que nadie llega a usar.) La representación de un idioma, pues, radica en la masa de hablantes. Que algunos vivales formen pomposas instituciones para apropiársela no significa que tengan el derecho de hacerlo.


Claro, los asuntos a debatir en este congreso no se referirán a cuestiones propiamente gramaticales. No esperemos que decidan reformas ortográficas, como la emprendida en 1928 por Alberto M. Brambila, con su "ortografía fonética revolucionaria ispanoamericana, OFRI". Tampoco imaginemos que extenderán carta de ciudadanía a cuanto término extranjero ha invadido últimamente nuestro idioma. El tema del debate, Identidad lingüística y globalización, es tan amplio que en él cabe cualquier cosa, desde el papel de los tamales y las memelas en la idiosincracia mexicana, hasta una explicación —que esa sí esperamos ansiosos— de porqué ponen formularios incompletos para solicitar los "cupos" en el congreso a través de Internet. Yo he llenado, rellenado y respondido a formularios, pero no entiendo porqué estos señores académicos argentinos (no que tenga nada de malo ser argentino, claro) quieren que lo complete. ¿No les basta con los datos que me piden? ¿Con qué otros habré de completarlo? ¿Quieren que les diga mi raza, mi orientación sexual, mi filiación política, el monto de mi cuenta de cheques?


Los interesados en asistir a este sarao pueden consultar el sitio que al efecto estableció la comisión ejecutiva del congreso, debidamente integrada por burócratas y otras lacras del género que aprovecharán estos cuatro días de fiesta.


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