29 febrero, 2004

El fin de los milagros


Aunque la oficina de milagros del cielo lleva cerrada miles de años, la actividad principal en iglesias, templos, sinagogas y pagodas sigue siendo la de pedir milagros.


Imaginemos a dios, que finalmente se decide a inventar el universo. Se pasa literalmente una eternidad estableciendo las leyes que lo habrán de regir (y sobre todo elaborando el código penal, parte muy importante del sistema de castigos y recompensas que se maneja en las religiones) y, ¿qué pasa? Que lo primero que hace el hombre es pedirle que viole todas sus leyes y que le conceda el mezquino placer de sacarse la lotería para así comprar el último modelo de camioneta que anuncian en la tele y presumirle a sus vecinos.


Anda uno en problemas de cualquier tipo y en lo único que piensa es en acercarse a dios para preguntarle: “¿Que no nos podemos arreglar de alguna manera?”, con una sonrisita maliciosa y la mano en la cartera, dispuesta a abrirse para comprarle un ex voto, una estampita o pagar una misa. Le pide que viole las leyes de la biología, la fisiología, la anatomía, la química y la física para que lo cure de alguna enfermedad a cambio de ponerle su veladora. Vaya, le pedimos que viole incluso las leyes humanas (“Si no me agarran los de Hacienda, te prometo que voy a bailar a Chalma.”) a cambio de alguna baratija o banalidad (¡bailamos tan bien que dios está dispuesto a complacernos con tal de disfrutar del espectáculo!).


¿Con qué tipo de dios está tratando? Digo, porque si ese dios se deja sobornar –como el agente de tránsito que cierra los ojos al reglamento a cambio de que le deslicemos discretamente un billetito– como que da qué decir acerca de su integridad moral.


El tipo de soborno es lo de menos: unos rezos, unas veladoras, quizá algún sacrificio (“Te prometo que si me sacas vivo de este infarto dejo de fumar, de comer chicharrón y me pongo a hacer ejercicio.”). Lo que cuenta es la intención de corromper al juez supremo para que falle en nuestro favor.


Ahora bien, si me dicen que dios acepta el soborno por compasión, creo que se vería mucho más compasivo si desde un principio nos evitara la penosa necesidad de andarle pidiendo frías. Es decir, que nos ahorrara enfermedades, dificultades económicas, problemas familiares y demás condiciones de la vida humana.


Lo curioso del caso es que, aun cuando nadie ha visto nunca que ocurra algún milagro, seguimos pidiéndolos. Es decir, los milagros son el gran éxito en la lista de complacencias, pese a que nunca nos complacen. Ordenamos el platillo del menú que está agotado desde hace siglos con la esperanza de que, “por tratarse de nosotros”, ahora sí se nos va a hacer.



24 febrero, 2004

La mera verdad


Me gusta la filosofía budista porque distingue dos clases de verdades: la convencional y la absoluta. La primera es la que nos permite relacionarnos con el mundo, sobrevivir en este plano de existencia, sentir que es importante entregar un trabajo a tiempo, lavarnos los dientes por la noche y seguir con atención los sucesos mundiales.


La verdad absoluta es la que nos dice que nada de lo anterior importa y que en realidad sólo tenemos una misión en esta vida.


La primera nos evita caer en el nihilismo (o en la depre, asegún). La segunda nos impide perdernos en los detalles intrascendentes y concentrarnos en lo único que importa.

23 febrero, 2004

Cosas que me gustaría ver



  • El diagrama del caos

  • La ecuación del universo

  • La trascendencia de lo concreto


20 febrero, 2004

La guerra olvidada


¿Se acuerdan de Chechenia? Si el amable lector pertenece a la gran mayoría de habitantes de la Tierra, lo más seguro es que no sólo no se acuerde, sino que ni siquiera pueda localizar en un mapa esta diminuta república que desde hace dos siglos se encuentra bajo el dominio ruso.


Perdida entre las montañas del Cáucaso, Chechenia fue conquistada muy a principios del siglo XIX por los ejércitos zaristas de Catalina la Grande. Un siglo después, su opresor cambió de nombre y fue conocido como la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, entidad hoy desaparecida aunque fallidamente reencarnada en la Comunidad de Estados Independientes. La extinción de la URSS no significó, empero, el fin de las penurias del pueblo checheno que, pese a su prolongado sojuzgamiento, no ha perdido el orgullo de su identidad nacional. Una vez derrumbada la URSS, el gobierno checheno vio la oportunidad de proclamar su independencia y, tal como lo lograron las repúblicas bálticas, desprenderse definitivamente del yugo de Moscú. Le falló el cálculo.


Lejos de constituirse en un país independiente, Chechenia fue invadida militarmente por los rusos, que de ninguna manera permitirían perder el acceso a los recursos petroleros del mar Negro y del Caspio. Y el fantasma del "efecto dominó" también rondaba por los pasillos del Kremlin cuando se tomó la decisión de declararle la guerra a esta minúscula república. ¿Qué le ocurriría a la otrora orgullosa Federación Rusa si el resto de sus 88 integrantes decidiera seguir los pasos de los chechenos?


La guerra la inició el borrachín del Borís Yeltsin, quien se la heredó a su primer ministro, el ex espía Vladimir Putin. De hecho, éste supo impulsar su aceptación entre el agotado pueblo soviético, promoviendo una guerra que, en cierta forma, parecía fácil y prometía revivir las pasadas glorias del Ejército Rojo. Con esa orla en su bandera, Putin llegó a la presidencia de Rusia.


Las cosas han cambiado un poco desde los tiempos en que el zar Borís dominaba el Kremlin. Ahora la lucha no es contra los independentistas sino, ¿adivinan contra quién? ¡Claro! Los terroristas internacionales tan de moda en estos días como pararrayos de todos los odios. ¿Cómo pudo Putin (por favor, no inventen retruécanos vulgares con este nombre) cambiar de enemigo al tiempo que seguía golpeando a los mismos chechenos? Repasemos algunos datos.


Los chechenos, pese a estar integrados a la fuerza en la Federación Rusa, son un pueblo musulmán... ¡ah! ¡Ya salió el peine! Además, en virtud de la famosa solidaridad musulmana, recibió mucha ayuda de algunos países árabes, en especial de Arabia Saudita. Así, a la república caucásica llegaron asesores y entrenadores sauditas, de la corriente wahabbita. Sí, la misma corriente del Islam a la que pertenece el tenebroso Oussama ben Laden. Esa relación fue suficiente para que Moscú declarara que todo aquel que se le opusiera resultaba "terrorista internacional", si no es que miembro de Al Qaida o brazo derecho del tal Oussama. Y eso le daba el derecho, al menos ante la opinión pública de Rusia, de matar, secuestrar, torturar a cualquier checheno comprendido entre los 15 y los 70 años de edad.


¿Qué dice Estados Unidos al respecto, siempre "celoso" de que se cumplan y respeten los derechos humanos? ¿Qué puede decir el atolondrado del George, junior, si él mismo fue quien le dio el pretexto a su compadre Putin? ¿No es Bush el inventor del concepto de "lucha contra el terrorismo mundial"? ¿No identificó ante los ojos de la población mundial a los musulmanes y árabes con los terroristas?


La guerra en Chechenia continúa. Amortiguada en la prensa, que ya está cansada de repetir todos los días las mismas notas: excesos del ejército ruso contra el pueblo, muertes de uno y otro bando, bombardeos, ruinas, hambre y muerte por doquier. Éste es un saldo que ciertamente no tomarán en cuenta los rusos cuando a mediados de marzo vayan a votar por el nuevo presidente. Putin será reelegido y nosotros seguiremos olvidándonos de que en algún rincón del planeta, la vida no vale nada.


19 febrero, 2004

El país de las mentiras


Los presidentes estadunidenses le han dado mal nombre a la mentira. Desde Richard "I'm not a crook" Nixon, hasta George Bush con sus inexistentes armas irakíes, pasando por Carter y su inútil (y no reconocido) intento por liberar a los rehenes en Irán, por Bill Clinton, que tuvo a su cargo la redefinición completa del acto sexual, sin olvidar por supuesto al inefable Ronald Reagan y sus "no recuerdo" a propósito de la venta de armas a Irán, los inquilinos de la Casa Blanca parecen llegar y quedarse allí sólo gracias al engaño, la manipulación y, claro, las mentiras.


Lo curioso que uno de los mitos fundadores de Estados Unidos es aquella anécdota de George Washington quien, tras cortar un árbol, tuvo que reconcocer su travesura ante su padre, pues, dijo, "no puedo mentir". Decir mentiras y su contraparte, decir la verdad, desempeñan así un importante papel en el imaginario del pueblo gringo. De hecho, este dilema constituye la base para la mayoría de los argumentos de las series de comedia. Sería demasiado laborioso levantar el inventario de los episodios en los que la trama gira en torno a una mentira dicha por el personaje, sus intentos de encubrirla o revestirla de veracidad, y el desenlace que invariablemente consiste en reconocerla y aceptar sus consecuencias.


Quizá esta obsesión de los gringos por la verdad en la tele se deba sencillamente a que no la encuentran en la vida real.


Bienvenido al tercer milenio


Me enteré por el blog de mi hijo que el coche necesita una reparadita, pero que ya fue lavado. No es la primera vez que me entero por Internet de cosas que suceden a mi alrededor, en el círculo familiar o en el ámbito doméstico. Recuerdo que hace algunos años, fue así como me enteré que mi hijo se había salido de la prepa.


Para los nostálgicos de los valores tradicionales (digamos que aquellos defensores de la familia reunida en torno de la televisión como momento culminante de la comunicación interpersonal) esto podrá parecer deshumanizado. Pero seguramente lo mismo hubieran dicho hace cien años los detractores del teléfono (que seguramente los hubo): la tecnología obstaculiza o impide el contacto personal, deshumaniza las relaciones y no hay como el "cara a cara" para conocer a las personas.

14 febrero, 2004

Elogio de la diversidad


Encuentro un texto riquísimo e incitador de Tomás Eloy Martínez: fuera de nuestro pequeño mundo, las cosas pueden ser diferentes. Y lanza una sentencia genial: el pecado del hombre es el antropocentrismo, suponer que todo gira en su torno y que puede conocer lo ignoto con base en sus conceptos de siempre.


Nada más falso. La diversidad existe no sólo como atractivo turísitico sino como forma de vida. Juzgar al otro basándonos en nuestros prejuicios sólo conduce al error en el mejor de los casos; en el peor, a la guerra, la destrucción y la muerte. Pensar que la vida extraterrestre tiene que ser como la nuestra, basada en el carbono, es el mismo razonamiento que hacen los gringos cuando deciden invadir un país porque no se comporta como ellos quieren o como piensan que debe de ser.


... y de sabios corregir.


Ciertamente me precipité en mi juicio sobre Lindows. Más bien, lo precipitado fue mi juicio sobre mi capacidad de manejarlo. Después de varios días de infructuosos esfuerzos, seguía sin poder usar el módem ni escribir caracteres en Unicode. ¿Qué caso tenía el empeño? Así que el jueves pasado decidí reformatear el disco en el que lo tenía instalado para usarlo con Windows.


Las cosas no fueron tan sencillas. Por alguna razón que no me explico, Lindows se había apoderado de toda la máquina y, a la hora de eliminarlo, la dejó sin posibilidad de iniciarla desde Windows. De hecho, si me metía desde DOS, no veía el disco donde estaba instalado Windows. Lo único que se me ocurrió fue reformatear todo, con lo que perdí lo que ya tenía en Windows.


En realidad la pérdida no fue grave, fuera de las direcciones de correo de algunas personas (que espero me escriban para reportarse). Días antes había hecho un respaldo de los documentos de trabajo que, por lo demás, una vez enviados al cliente en realidad no necesito conservar. Sirvió además de depuración: tengo la consigna de instalar estrictamente lo necesario: Windows, Office, Thunderbird para el correo y Firefox para la navegación. Además, claro, del Trados para traducir, el WinZip para enviar y recibir los trabajos compactados, el Norton por aquello de los virus y alguna otra utilería que se me vaya ocurriendo. Viéndolo bien, haber reformateado el disco resultó muy provechoso.


09 febrero, 2004

Quisiera tener el talento para escribir unas líneas como éstas:


En el fondo del Atlántico hay un libro. Yo voy a contar su historia.

Pero no soy Amin Maalouf.

03 febrero, 2004

Por rumbos de Linux


Tenía que hacerlo para ser coherente conmigo mismo. Cada vez que encendía la computadora, algo me reprochaba ver el logotipo de Microsoft. ¿Es eso lo mejor que puedo hacer? Lo pensé, lo analicé, lo discutí y finalmente lo decidí. Le pedí a mi buen amigo Gustavo (cuyo chacra sahasrara puede apreciarse en plena labor) y con todo gusto me ayudó a instalar un nuevo disco en mi máquina para correr Lindows, versión de Linux con ventanas (demasiado parecidas a las de Windows, dirían algunos, por ejemplo, los abogados de Microsoft que no desperdician ocasión de acosar a la comunidad linuxera) que facilita la transición.



La instalación fue una delicia: en menos de cinco minutos ya estaba lista (claro, después de haber pasado 24 horas bajando los 454 megas del archivo de instalación), con todo y OpenOffice, Mozilla y demás programas de oficina, juegos, utilerías (un muy buen reproductor de sonido y un excelente quemador de compactos), entre otras cosas. Además, ahora al encender la computadora, Lindows con toda generosidad me da a escoger, si quiero trabajar en Lindows o en Windows. ¿Qué más fácil la quieren?


¿Y qué pasó con los famosos peros? Claro, sí los hubo: aún no he podido hacer que me reconozca el módem y, por lo tanto, todavía ando navegando en Windows. Pero no será imposible lograrlo. De todos modos, seguiremos informando.


Y va de anuncio: si quieren entrarle (o al menos enterarse) de lo que es el mejor sistema operativo del mundo, échenle un ojo a la página de LindowsOS, paguen sus 150 pesotes y anímense a vivir sin Microsoft. ¡Vale la pena!


Esclavos de su libertad


El movimiento hippie hizo de la libertad su máximo valor, más allá incluso del archirrepetido lema de amor y paz. De hecho, fue en aras de esta libertad en las que se experimentó con todo tipo de novedades: drogas, sexo y rock and roll, como dicen por ahí. Y en ese mismo altar, claro, se sacrificaron los valores tradicionales de la familia, el progreso material, la situación social, entre otros sostenidos por la generación anterior a la de Woodstock (o Avándaro, en nuestro caso).


Sin embargo, al lado de las repetidas aspiraciones de libertad, no recuerdo haber oído ninguna conceptualización. ¿A qué libertad se refieren?


Sería muy fácil despotricar contra las drogas y señalar la paradoja de que se busque la libertad con un recurso que acaba volviendo esclavos a sus consumidores. Pero este argumento se desmonta fácilmente: para una mente alterada por la droga no valen las categorías lógicas, por lo que no se nota la paradoja. Por lo demás, mi falta de experiencia con la droga me inhabilita, según ellos, para hablar de lo que puede representar su consumo.


Recuerdo mucho una frase leída hace añísimos en un curso de esperanto, en el que se hablaba de unos gambusinos que se iban a buscar diamantes al Amazonas. Señalaban que esos aventureros quisieran abandonar esa vida tan difícil pero no podían pues eran "esclavos de su libertad". Esa condición es en la que, en mi opinión, se encuentran quienes buscan la libertad por sí misma, por el simple hecho de "no tener un jefe", "no estar sujeto a horarios" o, simplemente, no tener ningún compromiso. La libertad que así se encuentra es una esclavitud.


La cuestión, pues, se reduce a conceptualizar la libertad que se busca; es decir, a definirla, precisarla, categorizarla y ponerla en un programa práctico para alcanzarla. Por ejemplo, para un preso, la libertad consiste en salir de prisión. Así es como él la conceptualiza. Y para alcanzarla puede definir un método: escapar de la cárcel o esperar a cumplir su condena. El método elegido dependerá de muchas circunstancias y factores.


¿Cómo es la libertad a que aspiramos? ¿De qué queremos liberarnos? Decir que queremos liberarnos de nuestros miedos, por ejemplo, no basta. Tenemos que definir esos miedos, conocerlos, haberlos paladeado, vivido y detectado en su origen. Podríamos decir: "Quiero liberarme de mi miedo a las alturas." Eso es un avance y lograrlo constituye la meta de mucha gente que va a terapia.


Hace muchos años, cuando tomé un curso de ocultismo, una de las preguntas que me hicieron fue qué era lo que yo quería. Lo primero que se me vino a la mente (después de mucho pensarle, no se crean que soy de reacciones rápidas) fue que quería ser libre. Esa respuesta hubiera satisfecho los requisitos del curso, pero a mí en realidad no me bastó. ¿De qué quería ser libre exactamente? Repetir que de miedos, complejos y otras taras era sólo encimarle una etiqueta más a una palabra que no me decía nada y dejarla nuevamente sin sentido. Ahora han pasado treinta años desde ese episodio y aún no encuentro la respuesta. ¿Cómo es la libertad que busco?