Ahora que se acerca la famosa fecha del Anticristo, el 6 de junio de 2006 (que espero no sea ominosa, pues es el día del debate de los candidatos), el “número de la bestia” vuelve a estar en boca de todos, después de haber estado en el pecho, en forma del ungüento 666, usado para aliviar algunos síntomas del resfriado. Había otro ungüento, el 606, conocido también como “salvarsán”, que fue el primer medicamento contra la sífilis, inventado a principios del siglo pasado por el doctor Paul Ehrlich, a base de azufre. No hay que confundir éste con el también célebre “ungüento del soldado”, a base de mercurio y que servía para combatir las ladillas, otra enfermedad venérea.
Los números siempre han ejercido cierta fascinación y de ahí surge la numerología, “práctica”, como dice el diccionario, de adivinar a través de los números. Pero no sólo adivinar el futuro, sino también de interpretar el presente, esto en su forma más aceptada que es la estadística.
Podemos jugar con los números y así buscar nuestro número de la suerte, que supuestamente nos serviría para ganar en rifas y loterías. El problema es determinar la base del cálculo. ¿Usamos para ello nuestra fecha de nacimiento, nuestro número de teléfono, de la credencial de elector, el número de letras de nuestro nombre? Y en este último caso, ¿nos servimos de nuestro nombre completo, tal y como aparece en el acta de nacimiento o sería mejor usar el apodo con que nos conoce la gente? En efecto, el resultado sería diferente si partimos, por ejemplo, de Andrés Manuel López Obrador, que si el cálculo se basa en el “Peje”.
Los números, desgraciadamente, se prestan a todo tipo de maromas. Podemos manejarlos a nuestro antojo y sacar de esos resultados cualquier conclusión para apoyar o denostar personas, ideas o programas políticos.
Y en la campaña electoral que estamos viviendo, las cifras se han comportado como putas de esquina, al servicio del mejor postor. Después de años de tapadismo ese sistema sui generis impuesto por el PRI para nombrar sucesor y evitar rupturas internas, como sucedió con lamentable frecuencia en los años posteriores de la revolución, México descubrió con alborozo a la opinión pública como creadora de carreras políticas.
Como suele suceder en estos casos, el entusiasmo por lo nuevo ha desembocado en excesos que resultan totalmente condenables, ya que tienen el efecto de desconcertar y sembrar la duda al respecto de métodos que, en sí mismos y libres de manipulaciones, resultan muy valiosos.
Las encuestas de preferencias electorales, al menos las que se dan a conocer a través de los medios, están a la misma altura de la numerología y de la cábala: simples especulaciones impulsadas por los deseos de quienes las encargan.
Con todo, hay que reconocer que hasta ahora, ni siquiera los encuestólogos del PRI se han atrevido a poner a su candidato en otro lugar que no sea el humilde tercero que ocupa desde un principio (en una contienda de tres, por cierto, ya que los paleros de Campa y Mercado no han logrado mover el marcador en su favor en forma siquiera perceptible para las encuestas).
La verdadera guerra de cifras se da entre el Peje y Fecal. El primero no ha dejado de insistir en su delantera de diez puntos, mientras que el segundo, convencido de la verdad del principio hipodromístico de que “el que alcanza gana”, trata de hacernos creer que la ventaja que le lleva su contendiente de la izquierda se ha reducido significativamente, llegando a ser inferior al margen de error que por lo general se concede en este tipo de ejercicios numéricos.
La encuesta decisiva, sin embargo, es la de las urnas y el IFE es el único que dirá, fuera de toda duda y cuestionamiento, con qué margen ganó la presidencia el Peje. Ya lo sabremos el 2 de julio.
1 comentario:
Definitivamente que allí mismo, es donde se definirá todo, pero eso sí..me parece que ya la contienda es solamente entre dos candidatos...Saludos!
Publicar un comentario