Hay tres grandes temas de actualidad: la crisis en el medio Oriente, ahora en su advocación de guerra en el Líbano, ambiciones nucleares de Irán y guerra civil en Irak, y la crisis postelectoral de México, que ahora entra en su fase de resistencia civil. El tercer tema es personal y no lo voy a abordar aquí.
Tras el descalabro que resintió la coalición con la decisión del Trife de no hacer el recuento más que en el 10% de las casillas, la única posibilidad que le queda es mantener los campamentos que tienen desquiciada a la capital, con la vana esperanza de que los magistrados cambien de opinión.
Vanísima esperanza, diríamos, fundada sólo en el errado cálculo de que la presión de la calle bastará para imponer sus razones en el tribunal electoral. Pero esta estrategia, que tan buen resultado le diera en el caso del desafuero, ahora le está resultando contraproducente. Y es que en política no siempre funcionan las analogías. Y la gran diferencia es que en el caso del desafuero sus adversarios no tenían la razón. Pero ahora, si bien López Obrador tiene la razón al denunciar el fraude, no tiene las pruebas para sustentar sus palabras. Y si las tiene, no las ha presentado.
Gran parte de su capital político se ha desvanecido con el bloqueo de la principal arteria de la capital, con sus repetidas declaraciones de que tiene pruebas que no exhibe, con su cerrazón al diálogo y a la negociación. En cualquier otro país, un candidato que recibe medio punto porcentual menos que el triunfador obviamente cuenta con un apalancamiento enorme, que le permite negociar con el poder. Varios puntos de su agenda podrían quedar integrados en los planes de gobierno, algunos de sus allegados podrían colocarse en puestos clave (sobre todo de contraloría y vigilancia)... en fin, lo que en política se llama negociar.
Pero al parecer, López Obrador piensa que negociar es transigir y traicionar sus principios. Al adoptar una posición ultrancista, en la que se juega el todo por el todo, le da la razón a sus detractores que lo llamaban mesiánico antes de las elecciones; al entrar en coaligaciones con lo peorcito del sistema corporativo heredado del priismo (¡los panchos villa metidos en la organización del plantón!) justifica los miedos que circulaban entre la clase media urbana; y al optar por la descalificación de las instituciones, está alejando a una buena porción de sus simpatizantes (entre la que se cuenta este tecleador).
En fin, para continuar con el propósito de analizar los grandes temas que interesan al mundo, echemos ahora una ojeada a los recientes sucesos del Líbano. Israel ya enseñó el cobre y empezó a bombardear campos de refugiados, cuyas víctimas, claro, son mayoritariamente mujeres y niños. Además, advirtió que no permitirá el paso de los convoyes de ayuda enviados por la comunidad internacional.
En sus declaraciones, el primer ministro israelí Ehoud Olmert, había asegurado que no tenía le menor intención de ocupar territorios libaneses, sino sólo de destruir al Hizbulá. Seguramente, en su mente se confunden conceptos como milicianos y civiles, terroristas y ciudadanos... ¡caray! Todos son “mahometanos” y por ende terroristas aniquilables conforme a la doctrina Bush.
Daniel Vernet, analista del periódico Le Monde, advertía en la edición de ayer que el conflicto actual del Lïbano corresponde a un episodio más en la “guerra contra el terrorismo” emprendida por Bush desde hace más de cuatro años. Y el escritor franco-marroquí Tahar Ben Jelloun señala que el conflicto, lejos de ser religioso, es un problema colonial. No se ha abandonado el sueño del “Gran Israel”, del mítico Eretz Israel que ocupe toda la región bíblica de la Palestina. La lucha que sostiene en el sur del Líbano, la represión que ha desatado en Gaza, el muro que está levantando para mantener a raya a sus indeseables vecinos se inscriben en la misma política de expansión y de dominio colonialista sobre el territorio que reclama para sí. Si en el proceso mueren inocentes, se asesina a niños y mujeres, se destruye la infraestructura de todo un país, poco les importa: con la justificación de que los judíos fueron las víctimas del delirio nazi, con esa enorme coartada moral que los pone al abrigo de toda crítica y esbozo de condena en los foros internacionales, ahora los israelíes emprenden una campaña militar en la que han muerto diez libaneses por cada israelí. Todo un triunfo post morten del totalitarismo nazi.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario