25 mayo, 2011

Anuncio descarado




Amazon.com: El año que viví (9781617648144): Jorge Luis Gutiérrez: Libros

Peca de ingenuo el autor que, por haber puesto el punto final a su obra, considera terminada su chamba. Nada más lejos de la verdad. Para empezar, como ya he dicho en otras ocasiones –siguiendo en esto al maestro José Emilio Pacheco–, el autor nunca termina su obra en realidad, simplemente la abandona para buscarle por otro lado. Si tiene suerte, no falta un editor despistado que se la convierta en libro y la comercialice. Pero así que digamos, ya acabó mi compromiso con esta obra, naranjas. Incluso una vez impresa, la obra sigue exigiendo su atención. No es casual que en la astrología se asimilen las obras a los hijos: tanto unas como otros requieren de la atención de su creador hasta que sean capaces de valerse por sí mismos.

Entonces, pese a que hace casi tres años terminé de escribir una novela (vean esta referencia para que vean que no miento), ésta todavía no se independiza y necesita de mi apoyo. Sí, el lector ya lo habrá adivinado: éste es un descarado comercial que, contrariamente a otros, sí se atreve a decir su nombre.

Ahí les va: ándele, no sea malito, llévelo, sí mire, porque le contiene una novela para sus ratos libres, sus tiempos muertos en la oficina o en el baño, para que presuma de intelectual en el metro y quede bien con la novia o la damita que esté cortejando en ese momento.

No les digo de qué se trata porque cuando lo compren y lo lean se van a enterar; además, no quiero influir en su crítica (que estoy seguro de que será benévola). Ándele, píquele al titulito y saque la tarjeta, sí mire, se lo va a llevar.

21 mayo, 2011

El fin del mundo, otra vez


Harold, contando con los dedos los días que faltan para el juicio final


Gracias a la difusión que ofrece Internet a cualquier ciudadano, el predicador Harold Camping pudo lanzar un súper meme: este 21 de mayo, según sus cuentas, es el día del arrebatamiento. ¿Alguien sabe qué es eso? Si no se es protestante, lo más seguro es que no, pues ése es un concepto introducido por los protestantes gringos del siglo XIX para darle coherencia a sus prédicas.

Una de las bases escriturales de esta profecía es la primera epístola a los Tesalonicenses, 4:16-17, donde leemos: Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.

Aunque efectivamente en los evangelios se menciona este arrebato, no hay nada que permita deducir de palabras tan vagas una fecha precisa. Ahí es donde entró en funciones la calculadora de Harold, quien tomando datos de la misma Biblia, llegó a la conclusión de que el mundo que conocemos llega a su fin precisamente el día de hoy.

Aun más, volviendo al origen protestante de este tema, que implica una venida «secreta» de Cristo, que sólo será percibida por los fieles «verdaderos» (los que estén al corriente en sus cuotas a las iglesias milenaristas, por supuesto), los católicos rechazan esta idea por no estar plenamente basada en las escrituras, sino en las interpretaciones de un tal Cyrus Scofield, quien en 1909 publicó una «Biblia de referencia», con copiosas notas en las que resaltaba la idea de este rapto.

Pese a la debilidad de los argumentos de los «arrebatistas», evidentemente no ha faltado quien preste oídos serios a las palabras de Harold Camping, pese a que no es la primera vez que «predice» el fin del mundo. Ya en 1994, también según sus cálculos, había predicho la segunda venida de Cristo. Con un poco más de humildad en ese entonces, afirmó que sería entre el 15 y 16 de septiembre, y que no podía dar una hora precisa. Claro, esa vez quizá utilizó sólo los dedos para hacer sus sumas y por eso le falló el tiro. Ahora, armado de la poderosa calculadora de Windows, regresa para advertirnos del fin del mundo.

En fin, es una lástima que hoy se acabe el mundo, pues mañana empieza el Roland Garros y tenía muchas ganas de ver buen tenis. Espero que allá en el cielo llegue la señal de Sky.

19 mayo, 2011

Corto circuito cerebral

Uno de los problemas del lenguaje publicitario es que, mientras el espectador está esperando información concreta y útil sobre el producto, el anunciante le asesta ramalazos emocionales en su afán por «poner a su producto en la anécdota». Más que informarnos del producto, el anunciante nos cuenta una historia que gira en su torno. Tomado por sorpresa, el desprevenido espectador no puede dejar de reaccionar ante los descarados chantajes emocionales de que es víctima. Y tampoco puede ejercer el juicio, inutilizado en ese corto circuito entre ideas y sentimientos.

Por ejemplo, vemos a una sufrida madre de familia, que toda su vida ha sido esclavizada por la plancha, declarar su independencia y literalmente brincar hacia la libertad gracias a un producto de limpieza que, nos dicen, ayuda en esas fatigosas tareas. Emocionado por un logro que visualmente se emparenta con el triunfo obtenido en una prueba olímpica de salto libre, el espectador pasa por alto la letra menuda del fondo de la pantalla: «Este producto no reemplaza al planchado.» ¿Luego entonces? ¿No que muy libre la señora de sus faenas domésticas?

Otra historia sentimentaloide es la de la niña que le agradece a la madre que todos los días le lave su piyama favorita. La cabrona señora no sólo recibe tranquilamente el elogio sino que tiene el descaro de voltear a la cámara y confesar ante el conmovido espectador que no recuerda cuándo fue la última vez que la lavó. Pero, eso sí, lo hizo con el producto de marras, que deja oliendo la ropa a limpio por varios meses. ¿Te cae? ¿La muy cerda tiene meses de no lavarle la ropa a la escuincla y todavía tiene la suficiente cara dura para dejar que la inocente siga engañada? Se necesita estar muy enternecido con la historia para no notar el despropósito.

Lo que pasa es que, reblandecidas por la melcocha, las neuronas resultan incapaces de hacer sinapsis y, de ese modo, aceptan sin crítica alguna que un experto en higiene dental se ande paseando ocioso en los pasillos de una botica, esperando a que entre una desprevenida consumidora para regañarla por comprar un cepillo de dientes que haga juego con su vestido.

Lo único que puede hacerse ante este ataque concertado contra la inteligencia del espectador es apagar la televisión. Claro, eso significa perder la condición de espectador y volver a ser lo que realmente somos. Y como ya lo decía Mafalda hace muchos años, los muy malditos saben que no sabemos lo que somos.

16 mayo, 2011

El escándalo nuestro de cada día

Por mucho que Dominique Strauss-Kahn haya cometido un «error de juicio» en 2008 al mantener una relación extraconyugal con una subordinada suya en el Fondo Monetario Internacional, es difícil creer las acusaciones que se le hicieron este fin de semana en Nueva York. Aunque los socialistas franceses conocen su inclinación por las «conquistas femeninas», perseguir desnudo a una camarera de hotel no encaja precisamente en la noción de conquista. Pero eso es precisamente lo que esta mujer de 32 años, cuyo nombre quizá por pudor no se ha dado a conocer, sostiene en contra del director general del FMI y esperanza socialista en las presidenciales de Francia del próximo año.

Lo extraordinario del caso ya ha dado origen a numerosas teorías del complot. Primera hipótesis: maniobra de la derecha francesa (si no es que directamente del Eliseo) para neutralizar a un peligroso rival. Segunda hipótesis: maniobra del sector bancario estadounidense, irritado con el jefe del FMI por el endurecimiento de las medidas de control impuestas a raíz del desastre financiero de 2008-2009. Tercera hipótesis: maniobra de los especuladores contra el euro, del que DKS había sido un sólido sostén estos últimos meses, cuando lo golpearon las crisis de la deuda de Grecia, de Irlanda y Portugal.

Ya metidos en especulaciones, aventuremos una más: dada la cultura de las demandas legales que prevalece en Estados Unidos, no es difícil imaginar a un abogadillo convenciendo a una inmigrante pobre de levantar un falso testimonio contra un destacado personaje de la escena mundial, con el innoble fin de extorsionarle algunos millones de dólares. Si no directamente, sí por la vía de los arreglos por debajo del agua, tan comunes en estos casos, y que evitan enojosos cuanto costosos y prolongados procesos judiciales.

Digamos en apoyo de esta última teoría que el abogado que tomó la defensa de Strauss-Kahn es nada menos que Ben Brafman, tristemente célebre por haber defendido a Michael Jackson, cuando el ahora llorado Rey del Pop fue acusado de pedofilia. En ese caso también se llegó a un acuerdo del que no se revelaron detalles. Pero digamos que la familia del chico «victimizado» quedó muy contenta.

La audiencia preliminar apenas se llevó a cabo este lunes y es de esperarse un prolongado proceso, que estará salpicado, por parte de la fiscalía, de escabrosos detalles sobre la vida privada de Strauss-Kahn. La defensa, por supuesto, tratará de desacreditar a la presunta víctima sacándole todos sus trapitos al sol. Ya veremos quién gana en este pleito de lavadero.

04 mayo, 2011

Análisis de escenarios

Hasta después de muerto, Oussama Ben Laden sigue siendo un dolor de cabeza para Estados Unidos. Cuando el gobierno de Washington tuvo una convicción más o menos certera del paradero del terrorista saudita –ahora Pakistán pretende que fueron sus servicios secretos los que dieron el pitazo decisivo–, Barack Obama se enfrentó a dos opciones: un ataque aéreo contra el conjunto residencial o una operación terrestre a cargo de un comando de las fuerzas especiales de la armada (las ahora cubiertas de gloria Navy Seals). Se decidió por éstas, en principio para evitar bajas civiles (muy mal vistas por la opinión pública, especialmente después de las sonadas meteduras de pata en Afganistán) pero también para tener la certeza de que se tratara del enemigo público número uno de Estados Unidos. No fuera a ser que los aviones no tripulados fueran a arrasar la casita del médico del pueblo, tan querido y respetado él.

En lo que seguramente los asesores de Obama llamaron «análisis de escenarios», ha de haber surgido la pregunta inevitable: ¿Lo queremos vivo o muerto? Primer escenario: lo capturamos vivo. ¿Qué hacemos con el cabrón, digo, con el «combatiente enemigo»? Llevarlo a Guantánamo cuando se está estudiando la posibilidad de cerrar el centro de detención inaugurado fuera de toda ley por el predecesor de Obama sería un contrasentido. Ponerlo en alguna prisión del territorio continental de Estados Unidos significaría meterle el susto de su vida a todo un pueblo, aterrorizado de estar pisando el mismo suelo que el enemigo jurado de su país, por no hablar de la posibilidad de que sus secuaces organizaran alguna operación de rescate, con todo y atentado para crear una distracción. Su juicio, por lo demás, seguramente sería un circo, que el demagogo aprovecharía como tribuna para lanzar sus gastadas diatribas contra el imperialismo, los sionistas, los cruzados y demás yerbas.

La balanza naturalmente se inclinó en favor del segundo escenario: encontrar a Oussama ben Mohammed ben Awad ben Laden y pegarle un tiro en la cabeza (o dos, para ir a la segura) que lo dejara muerto, lo que se dice muerto. Pero ese escenario planteaba al mismo tiempo otras preguntas. ¿Qué hacemos con el cadáver del cabrón, digo, del hoy occiso? Estando tan inmersos en la cultura del complot, no ha de haber faltado quien advirtiera que una buena proporción de la opinión pública estadounidense no iba a creer en la muerte de Ben Laden. Después de la «misión cumplida» de Jorgito Dobleú, los gringos están escaldados con las declaraciones triunfalistas y hasta al jocoque le soplan, es decir, dudan hasta de la autenticidad de las actas de nacimiento. Entonces no habrá faltado quien propusiera embalsamar al fiambre y pasearlo por todos los estados de la Unión, para que el pueblo se convenciera de que efectivamente su enemigo estaba liquidado definitivamente.

¿Quién habrá sido el que advirtió que eso sería un acto de profanación para los musulmanes? En efecto, la tradición islámica quiere que los difuntos sean entregados al reposo eterno menos de 24 horas después de haber fallecido. Acto que, por lo demás, va precedido por una ceremonia de purificación y amortajamiento del cuerpo. Hacer circular los despojos mortales de Ben Laden de feria en feria sería una contravención tan grave que todos los musulmanes, incluso quienes lo despreciaban, se sentirían ultrajados.

Por lo demás, repito, la paranoia conspiratoria de los gringos hubiera vuelto inútil ese ejercicio de transparencia. «¡Ése no es Ben Laden!», habrían repetido en Fox News los turiferarios de la derecha. «Yo vi sus videos en YouTube y nunca se estaba tan quietecito; ése ha de ser un doble.» «¿A quién quieren engañar? Ben Laden era mucho más joven que ése que están exhibiendo», diría alguno mostrando una foto del millonario saudita cuando, a sueldo de El Riad y de la CIA, se encargaba de repartir fondos y contratar muyahidines para combatir a los soviéticos en Afganistán, allá en los años ochenta del siglo pasado.

Obama se decidió por lo más razonable: liquidar al enemigo de su país pero respetando también sus creencias, para no dar la impresión de que se trataba de un acto en contra de una religión. Claro, y como era de esperarse, ya hay quien duda de la veracidad de los hechos. Pero esos ciegos voluntarios no se convencerían ni metiendo el dedo en el agujero que le abrieron en la cabeza a Ben Laden.