Si ya hay una lección que podamos ir sacando del escándalo de Dominique Strauss-Kahn, ésta se refiere a la diferencia trasatlántica de nociones jurídicas. En Estados Unidos, pese a que existe la figura de «presunción de inocencia» como principio de todo proceso, el ahora ex director del Fondo Monetario Internacional ha sido tratado como agresor, no sólo por la policía que lo detuvo, sino especialmente por la prensa que se ha regodeado en sacarle sus trapitos al sol. La camarera del hotel, por su parte, es la «víctima». A nombre de esa condición, el sistema judicial estadunidense no ha permitido siquiera divulgar su nombre mucho menos su imagen, mientras que se difundían ampliamente las imágenes de un Dominique esposado y rodeado de vigorosos agentes al momento de su detención.
En Francia, por el otro lado, el ex aspirante socialista a la presidencia de la república es un «acusado» y la recamarera del Sofitel que asegura haber sido violada por éste es la «acusadora», en un apego más estricto de la presunción de inocencia que debe preceder a todo juicio.
Los contrastes van más allá. En Francia se sorprenden de la forma tan parcializada en que la prensa ha tratado el caso, prácticamente condenando de antemano al acusado. Los estadunidenses, tan modositos ellos, se sorprenden que los franceses ya le supieran varios deslices de ese tipo y, sin embargo, los hubieran pasado por alto a la hora de proponerlo como director del FMI. En suma, los franceses acusan de hipócratas a los gringos y éstos, acusan de libertinos a los franceses.
No quisiera que lo anterior se entendiera como prueba de mi parcialidad hacia el francés. Difíclmente podría identificarme con una persona que puede gastar tres mil dólares por pasar una noche en un hotel. Y si de algo me sirve mi experiencia como expectador de series gringas de abogados, flaco favor se hizo a sí mismo cuando, después de pagar un millón de dólares de fianza para salir de la cárcel, el angelito fue a acomodarse en un departamento de 50,000 dólares mensuales para pasar ahí su arresto domiciliario.
En un proceso como éste, en el que la imagen cuenta tanto como los hechos reales, el que se muestre tan dispendioso fácilmente puede interpretarse como rasgo de carácter de quien está acostumbrado a permitirse todos los caprichos. Hasta el de echarse un rapidín con una recamarera antes de tomar su vuelo para ir a entrevistarse con la canciller alemana y discutir las modalidades de la ayuda financiera a Grecia. Pienso que mostrar un poco de humildad le ayudaría más en este caso, que querer defenderse alegando que hubo una relación consentida.
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