24 marzo, 2004

Devociones de semana santa


Desde hace años, mi devoción de semana santa consiste en ver Jesucristo Superestrella en la televisión. De niño, claro, era El mártir del Calvario, el rezo del rosario cuando mi abuela paterna pasaba esa temporada en la casa y quizá (digo quizá porque no recuerdo, pero es probable) la visita de las siete casas.


Otra característica de las semanas santas de mi infancia era la abstinencia de los viernes de cuaresma. Una abstinencia que ahora, después de haber ayunado en ocasiones hasta por tres semanas, me parece francamente ridícula: no comer carne roja ni pollo, y comer a cambio pescado es un sacrificio bastante barato (barato en su ejecución, ya sabemos que en esa temporada el precio del pescado se nos va por las nubes). No me tocó la cuaresma extremosa que vivieron las generaciones anteriores: abstinencia de carne roja durante cuarenta días y ayuno el viernes.


Con todo y lo abaratado del sacrificio, recuerdo haber hecho trampa los viernes de cuaresma. El truco era muy sencillo. Se suponía que uno no debía comer carne a sabiendas por lo que lo único que había que hacer era pretender que uno la comía por descuido. “¡Cómo! ¿Hoy es viernes?”, decía un momento después de haber mordido la torta de jamón. “Pues ya ni modo.” Eso bastaba para tranquilizar la consciencia y acabarme la torta en el recreo de la escuela.


Hace 26 años, un primo mío se casó en un viernes de cuaresma. La boda religiosa fue por la noche y yo supuse que, siendo los asistentes muy devotos, la cena se serviría pasada la medianoche, para que fuera en sábado y no violar el sagrado mandamiento de la iglesia. Otra posibilidad que se me ocurrió (sentado en el poyo, sin nada qué hacer en la misa, tuve mucho tiempo para pensar, como ven) fue que sirvieran pescado. No estaría mal: así se quedaba bien con dios (por la abstinencia) y con el diablo (por aquello de la carne).


Lo único que no se me ocurrió fue precisamente lo que ocurrió. La familia de la novia estaba bien relacionada con el obispo y éste, en un gesto gracioso, concedió a los asistentes de la boda la dispensa necesaria para entrarle a la carne de puerco sin remordimientos.


Supongo que uno de los logros de la teología de la liberación ha sido eliminar la gravosa abstinencia en la cuaresma. Con el precio del pescado por las nubes, constituye un verdadero crimen obligar a comerlo a quienes apenas pueden llevar un puchero a la mesa. Por lo demás, es de risa obligar a la abstinencia de carne a una población que, en promedio, la prueba quizá una o dos veces a la semana. Si abstenerse de comer carne es signo de devoción, sí, el pueblo mexicano es profundamente devoto.



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