03 marzo, 2004

El secreto de la adivinación (o Cómo ver el futuro sin morir en el intento)


Alguna vez pensé que si alguien fuera capaz de ver el futuro, se podría dar el caso de que viera el momento de su propia muerte (por definición no puede ver más allá). ¿Qué pasaría entonces? El fulano se muere del susto, con lo que de hecho está alterando el futuro, pues está adelantando un acontecimiento fijado quizá para años después.


En cualquier caso, si no peligroso, sí resulta ocioso querer asomarse al futuro. Pero eso no le resta atractivo a los sistemas adivinatorios, que siguen medrando aun hoy, en la era de la informática, e incluso gracias a las computadoras.


El principio en el que se basan todas las mancias (sistemas de adivinación mediante objetos, ya sean estrellas, cartas, líneas de la mano, restos de café, etcétera) es el famoso principio de correspondencia, que puede formularse de manera suscinta como Lo que está arriba es como lo que está abajo y sus diversas variantes de opuestos (dentro/fuera, pequeño/grande, parte/todo, etcétera). Si este principio es válido (y los hermetistas aseguran que sí), entonces el movimiento de los astros arriba es como el movimiento de los humanos acá abajo. Las líneas de la mano (la parte) son como la vida del hombre (el todo).


No creo que haya nadie que nunca haya tenido la curiosidad de atisbar en estos sistemas. Y, a la vez, supongo que todos tendrán por lo menos una anécdota de "adivinación" del futuro por medio de alguno de ellos. En este sentido, las opiniones se dividen agudamente: hay quienes creen a pie juntillas en las mancias, y hay quienes las rechazan en bloque, sin siquiera darles la oportunidad. Pero aun quienes las rechazan por lo menos alguna vez han leído su horóscopo en el periódico, quizá sólo para burlarse de lo fallido del oráculo. Y éstos repiten como letanía el catálogo de ocasiones en que "no les han adivinado nada".


Para los convencidos, por el contrario, la lista consiste en todas aquellas veces en que el adivinador "le atina" y les pronostica algo que realmente llega a suceder.


Si nos ponemos racionales habríamos de descartar todos los sistemas mánticos. Pero, en aras de la misma racionalidad, no podemos descartar los pronósticos exactos. ¿Cómo podemos explicarlo?


Una razón sencilla que dan los escépticos es que la gente crédula sólo recuerda los pronósticos atinados y descarta todos los falllidos. Así, en su conciencia, el adivino siempre acierta (podríamos pensar que ocurre exactamente lo contrario a las personas escépticas).


Creo que el tema da para más, pero ya no tengo tiempo de seguir desarrollándolo. Así lo dejo por lo pronto.


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