19 marzo, 2004

Los idus de marzo en Lomas Taurinas


Hace algunos años, por estas fechas, escribí un artículo sobre el asesinato de Colosio, que tuvo el honor de ser rechazado por la revista Jueves de Excélsior. No porque yo hiciera en él escandalosas revelaciones sobre la autoría del crimen que cambió la historia de México (digo, para darle más dramatismo al asunto y dejarle su aureola a quien de cierto hubiera sido tan mal presidente como lo fue su reemplazo que, por cierto, ¿cómo se llamaba?), sino por razones que prefiero no comentar aquí, dado que pondrían en tela de duda la integridad moral de su director en ese tiempo (un tal Morones, si no me equivoco).


En el aludido artículo comentaba que el magnicidio de Lomas Taurinas siguió la misma trama urdida desde aquél de Julio César y que se repitió puntualmente en el de Kennedy (por mencionar uno más cercano a la memoria).


Mi tesis era que quienes tienen el poder de perpetrar un atentado de este calibre, también lo tienen para ocultar cualquier pista que pudiera llevar a desentrañarlo. Es por ello que los verdaderos autores quedan siempre en el anonimato, si bien suelen estar en la vox populi. ¿Quién duda que Salinas fue quien mandó matar a Colosio? ¿Quién puede probarlo? La respuesta a ambas preguntas es "nadie".

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