13 marzo, 2004

Mancias II


Desde Delfos, los oráculos se han caracterizado por su ambigüedad. Las palabras siempre están sujetas a la interpretación del consultante o del adivino. De este modo, quien se acerca a un sistema oracular (como el I Ching y el Tarot) recibe un mensaje que debe descifrar y adaptar a su particular circunstancia. De este modo entran en juego los anhelos y temores del consultante, que ve reflejada en las cartas o en las líneas del hexagrama su situación personal.


Los oráculos de este tipo suelen estar dirigidos a dar consejos, por lo que el consultante, si es honesto en su pregunta y se aplica en la respuesta, puede recibir una orientación muy válida. Cuando menos, ver desplegado sobre la mesa el problema que lo aqueja le permite verlo con más claridad y, por tanto, tomar decisiones más acertadas.


Es en estos casos cuando las personas dicen que el oráculo es atinado. Cuando la pregunta es vaga, cuando para el mismo consultante la situación es confusa, se requiere de gran habilidad por parte del adivino para esclarecer el mensaje. Para esto, él necesita de los comentarios del consultante, a fin de delimitar el tema del problema y poder interpretar el mensaje de acuerdo a éste.


Por esta razón es posible que nos lean el I Ching por Internet. Antes que nada nos piden que definamos la materia de la pregunta: asuntos amorosos, económicos, laborales, familiares. De ahí, elaborar un programa que consulte una base de datos con una serie de respuestas establecidas de antemano no resulta nada difícil.


Tengo un amigo que al calor de las copas me confesó que había trabajado en la revista Confidencias, aquella famosa revista de los años sesenta y setenta, la mitad de la cual se destinaba a anuncios personales con el fin de encontrar pareja. Él tenía a su cargo la sección de horóscopos, que ocupaba las páginas finales de aquella heroica publicación (algún día relataré algunos detalles de su historia). La revelación puso al descubierto el sistema que usaba mi amigo, quien por cierto nunca estudió astrología. Tenía una caja de zapatos llena de fichas bibliográficas, cada una con un consejo. Cada semana sacaba al azar doce tarjetitas y a cada uno le asignaba un signo del zodiaco. Así quedaba establecido el horóscopo de la semana. En todo rigor, este método no es muy diferente del I Ching, en el que tenemos 64 oscuros hexagramas, formados enteramente al azar, con mensajes que debemos interpretar y acoplar a nuestra realidad. La justificación teórica de este sistema es que en realidad no hay azar. Así, la figura que se forma al momento de la consulta está relacionada con el consultante (del mismo modo que todo en el universo está relacionado entre sí). El momento de la pregunta, dicen, contiene en sí mismo la respuesta.


Otra observación. Quien se acerca a un oráculo lo hace siempre motivado por un problema. Esa vulnerabilidad vuelve al consultante fácil sujeto de engaño. Es por ello que en este campo abundan tantos charlatanes. ¿Cómo distinguir a un charlatán de un verdadero adivino? Eso sería buen tema para otra nota.


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