05 noviembre, 2004

Cultos, sectas y otros movimientos del montón

Quien quisiera normar sus conceptos mediante definiciones de diccionario, acabaría aceptando, por ejemplo con Martín Alonso, que una secta es una falsa religión enseñada por un maestro famoso. Sin embargo, esta definición adolece de una visión parcializada ¿Cómo podemos aceptar ese término de falsa religión en una obra que se pretende científica? En ese sentido, sorprende descubrir que el diccionario de la Real Academia nos ofrece una definición mucho más objetiva: Conjunto de creyentes en una doctrina particular o de fieles a una religión que el hablante considera falsa.


Desde un punto de vista estrictamente racional, todas las religiones o son falsas o son verdaderas, pues lo primero que está a debate es el concepto mismo de religión (la existencia de un dios que la justifique); después ya podría analizarse si una religión determinada es "verdadera" o "falsa".


En cuanto a las sectas, esta palabra deriva del latín sequi y significa línea de conducta que se sigue, partido o bando, escuela filosófica, sin ninguna implicación, como vemos, respecto de la veracidad o falsedad de sus doctrinas. Sin embargo, la injerencia dogmática en las ciencias, en este caso la ciencia de la etimología, hace que algunos quieran derivar la palabra secta del latín secare, que significa cortar. Y desde la visión catolicocéntrica, este corte sólo puede producirse, por supuesto, con respecto de la iglesia católica y de ahí tenemos esas definiciones tan deformadas.


Las definiciones de diccionario no son las únicas. Por ejemplo, en una página Web católica nos topamos con la siguiente: grupo autónomo, no cristiano, fanáticamente proselitista, exaltador del esfuerzo personal, expectante de un inminente cambio maravilloso, ya colectivo, ya individual. Creo que no podría encontrarse otra definición más contaminada por los prejuicios. Destaca, primero, el hecho de que afirmen que las sectas no son cristianas, como característica importante de su definición. ¿Qué hay, pues, de la multitud de iglesias fundadas en una lectura apresurada y prejuiciada de la Biblia, y en especial del Nuevo Testamento? ¿No eran cristianos los davidianos de Waco, los ovnílatras de las Puertas del Cielo, e incluso los miembros de la iglesia universal del empresario Moon? Al poner lo no cristiano como elemento central de una secta, esta definición, de paso, descarta tranquilamente incluso a las religiones establecidas antes que el cristianismo. De ese modo, el hinduismo, el judaísmo, el budismo y el islam, por mencionar sólo algunas, quedan convertidas en sectas, con la carga peyorativa que esta palabra ha ido recogiendo desde hace tiempo.


Así como en sociolingüística se dice que la diferencia entre un idioma y un dialecto es que el primero cuenta con un ejército que lo apoya, también podríamos decir que, a fin de cuentas, la diferencia entre una religión y una secta es que aquélla tiene poder. Ya sea que definamos secta como escuela filosófica o como grupo escindido, tenemos que admitir que, en un principio, el cristianismo fue una secta judía, que alcanzó el "grado" de religión cuando Constantino la convirtió en religión de estado tras la batalla contra Majencio (312 d.C.).


Pero por mucha luz que arroje la etimología sobre el significado de las palabras, hemos de convenir en que éstas no son estáticas. Querer apegarnos, pues, al sentido primigenio de una palabra es desconocer la evolución que haya tenido en siglos de uso y manoseo. De este modo, si en principio la palabra secta fue neutra, en la actualidad ha adquirido el sentido peyorativo al que aludíamos más arriba.


Jeffrey Hadden, profesor de sociología de la Universidad de Virginia, señala que el término nuevos movimientos religiosos, para referirse a las sectas sin lastimar susceptibilidades, no ha arraigado ni en el ámbito académico ni entre el público en general. Surgido hace unos treinta años, cuando la explosión del movimiento new age hacía necesaria la adopción de un término sin connotaciones peyorativas para designarlo, ese término adolece de un problema de fondo: muchos de esos movimientos no tienen nada de nuevo. Por el contrario, resultan más bien un resurgimiento de religiones antiguas, como la Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna (cuyos miembros son designados popularmente como hare krishnas, por el mantra que repiten sin cesar), fundada en 1966, o una adaptación a los tiempos modernos de prácticas milenarias, como la meditación trascendental.


Por influencia del inglés, últimamente se ha usado la palabra culto como casi sinónimo de secta, siendo la diferencia que la primera sirve para designar a los grupos considerados peligrosos; la segunda se usa con un sentido más neutro pero que sigue aludiendo al hecho de ser una corriente disidente con respecto de una línea religiosa convencional.


Pero en sentido estricto, el culto es el conjunto de ritos con el que se rinde homenaje, y no designa ni a las personas que lo practican ni a la doctrina que lo sustenta. Sin embargo, la necesidad de contar con un término que distinga a los grupos peligrosos de los relativamente inocuos, en cierta medida justifica la adopción de esa influencia.


Por cuanto implican una carga de juicio, estos términos resultan problemáticos, por decir lo menos. En efecto, ningún grupo aceptará ser estudiado si se le va a poner la etiqueta de "culto" o "secta", dadas sus connotaciones. Cualquiera rechazaría las implicaciones de ser llamado sectario. Sin embargo, para fines prácticos —y quizá políticamente incorrectos— estas palabras funcionan perfectamente.


Y ya que podemos hablar con libertad en estos términos, deberemos despejar la diferencia entre culto y secta, señalando las características que vuelven peligroso a cualquiera de estos movimientos. Eso, no obstante, tendré que dejarlo para otra ocasión.



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