30 enero, 2005

Los hombres en marcha

Me interno por aguas procelosas al comentar la marcha del orgullo masculino, que se está convocando para llevarse a cabo en la ciudad de México el próximo equinoccio de primavera. En efecto, al leer el manifiesto del hombre*, uno tiene la extraña sensación de estar ante una versión charra del movimiento fundado por el legendario Al Bundy en su genial farsa televisiva Married... with Children.

Por ejemplo, los primeros puntos del manifiesto piden que se instituya el día del hombre y el año del hombre, petición bastante trivial si consideramos los magros resultados que ha tenido establecer los correspondientes días de la mujer, de la madre, del niño, de los compadres, de la secretaria, etcétera. No tenemos noticia de que haya mejorado la situación de ninguno de estos grupos demográficos gracias a la proclamación de esas celebraciones.

Pero cuando empiezan a saltar las verdaderas dudas sobre la seriedad de esta proclama, es cuando llegamos a los puntos nueve y diez. En efecto, el noveno postulado pide que se sancione a las mujeres que ejercen violencia física y psicológica sobre los hombres, la cual ocurre "en pequeños e inadvertidos empujones, coscorrones, pellizcos y manotazos que las mujeres propinan constantemente a los hombres". Pero es el décimo apartado el que no tiene desperdicio en términos de humor involuntario, pues exige sanciones contra las mujeres que "violan la serenidad sexual de los hombres y los seducen, provocan y utilizan aprovechándose de sus 'encantos'". Escuchemos con atención:


Se ha logrado castigar a los violadores y a los acosadores sexuales, pero no se ha trasladado este concepto a las mujeres. Ellas, a través de sus coqueteos y técnicas de seducción y provocación, mediante su manera de vestir (minifaldas, escotes, etc.), su forma de moverse (claviculización, cervicalización, caderización, cabelleo, etc.), y su modo de hablar (ingenuidad, dulzura fingida, inocencia, obstinación) practican acoso sexual y violación de distintos grados sobre el hombre. Lo curioso de todo esto es que ellas no buscan sexo sino calentar al hombre y alborotar su hormona para conseguir cualquier especie de favor o tarea masculina ajena al evento sexual.




A estas alturas es cuando aparece la imagen de Al Bundy, con su movimiento NO MA'AM (Organización Nacional de Hombres contra el Dominio de las Amazonas). ¿Quién puede tomar en serio a un grupo que considera que las mujeres sólo buscan "calentar al hombre y alborotarle la hormona"? Digo, porque si ése es el nivel del debate, mejor nos vamos a la cantina a resolverlo y no andamos de mitoteros organizando marchas en las calles.

Pero el gato asoma la cola al llegar al último punto del dichoso manifiesto. Ahí el organizador de este movimiento más antifeminista que masculinista nos conmina a fundar y animar diversas asociaciones de "defensa del hombre" y, si tenemos dudas, siempre podemos consultar la "obra prohibida del feminismo", un tabique de 621 páginas cocinado, claro, por el mismo organizador de esta vacilada que, de ese modo, revela su naturaleza mercadotécnica. El mamotreto de marras lleva el título de La conspiración feminista y trata de dorar sus blasones diciendo que fue presentado en el auditorio del Excélsior, periódico en bancarrota que no duda en abrirle a cualquiera las puertas de sus instalaciones, con tal de obtener una renta que le permita subsanar los desfalcos perpetrados por su antiguo director.

En fin, ahora que retiraron de la programación a Married... with Children podemos recordar las glorias del gran Al Bundy echándole un vistazo al manifiesto de marras.



* No sé si ése sea el título "oficial", ya que en la misma página lo llaman también manifiesto masculino y, para dar pruebas de su modernidad, no dejan de poner el nombre en inglés, claro que abreviado conforme los usos y costumbres de los gringos: man's-man.

27 enero, 2005

Memorial de Auschwitz

Hace sesenta años, cuando las tropas soviéticas, en su avance hacia Berlín, llegaron al poblado polaco de Oswiecim, más conocido por su nombre alemán de Auschwitz, encontraron un horror del que Winston Churchill diría que constituía un "crimen sin nombre". No obstante, ya desde 1943, Raphaël Lemkin había acuñado el término preciso que posteriormente serviría para designar la política de exterminio del régimen nazi: genocidio, término que podríamos considerar el colectivo de homicidio, pero que para no meternos en detalles, simplemente entendemos como el asesinato de todo un pueblo.


Sin embargo, desde hace unos 25 o 30 años se ha venido empleando el término holocausto para designar específicamente el genocidio de judíos durante la segunda guerra mundial. (Quizá por influencia de la miniserie de ese nombre que se trasmitió por televisión en 1978.)

Aunque éste se ha convertido prácticamente en el término oficial y es aceptado por los historiadores, sobre todo los estadounidenses, las connotaciones bíblicas que contiene lo vuelven particularmente aberrante para el uso que se le quiere dar. En efecto, como derivado del griego, holocausto significa "quemar por completo" y se refiere a la quema de un animal como sacrificio a dios. Y es en esto donde radica la aberración, pues ni los nazis sacrificaron a los judíos (los mataron, pero no con el sentido ritual del sacrificio, que vuelve sagrado al objeto que se ofrece), ni los judíos se sacrificaron para expiar algún pecado.

De un tiempo para acá se oye también la palabra hebrea shoah, que significa "calamidad" o "destrucción". Pero en realidad no hay necesidad de buscar otro término, pues el de genocidio nazi refiere con precisión de lo que se trata: la destrucción de un pueblo y el responsable de ella.

Es escalofriante que los sucesos nos impongan la necesidad de buscar términos para designar horrores cada vez más innombrables. Después de que todo el mundo dijo "nunca más", al término de la segunda guerra mundial, y para la cual hubo que acuñar una palabra que abarcara todas sus atrocidades, a fines del siglo pasado hubo que inventar el concepto de depuración étnica para hablar de los acontecimientos que desgarraron a Yugoslavia. ¿Qué palabras tendremos que inventar en este siglo XXI, de destino tan incierto?

23 enero, 2005

Guía de negocios en Nigeria

Hace cerca de veinte años leí un reportaje en la revista Time, en el que hablaban de un fraude que en ese tiempo recién había salido a la luz. Se trataba de una propuesta que se le hacía a empresarios e industriales de diversos países para hacer jugosos negocios en Nigeria. El empresario en cuestión recibía una carta en la que se le planteaba, por ejemplo, la compra de sus productos por una suma millonaria. Atraído por las enormes ganancias, el empresario establecía el contacto y así empezaba a desarrollarse la trama.

Los agentes nigerianos, que solían identificarse como funcionarios o allegados a las autoridades de Lagos, invitaban al empresario a ir a Nigeria para afinar detalles y cerrar el negocio. Una vez allí, el desprevenido empresario se enteraba del lado obscuro del trato. Debido al tamaño de la operación, explicaban los presuntos funcionarios, el gobierno nigeriano había decidido otorgar el contrato mediante licitación. Cuando el empresario empezaba a ver que se desvanecían sus esperanzas de obtener una enorme ganancia en poco tiempo y con mínimo esfuerzo, los atentos agentes le explicaban que, para "facilitar" o "acelerar" las cosas, cabía la posibilidad de sobornar al ministro, secretario o responsable de la licitación. Para ello, el empresario debía desembolsar algunos miles de dólares que, ante los millones que estaban en juego, representaban una bicoca. Para no hacer el cuento largo, el empresario se desprendía de algunas decenas de miles de dólares después de lo cual no volvía a ver a sus aspirantes a socios comerciales. El industrial pasaba a veces algunos días antes de convencerse de que había sido víctima de un fraude y regresar a casa con la cola entre las patas.

¿Por qué era posible ese timo? Desde hace muchos años, Nigeria ha estado considerado uno de los países más corruptos. Y todo el mundo sabe que para hacer negocios en un ambiente así, hay que entrarle al lodo de la corrupción. Existe un organismo, Transparencia Internacional, que elabora un índice de la "corrupción subjetiva" de los países. Es subjetiva pues parte de la corrupción misma es no dejar huellas documentales que permitan rastrear objetivamente sus pasos. No se dan recibos por sobornos, ni éstos se contabilizan en las declaraciones de impuestos ni, mucho menos, se calculan en el producto interno bruto. La metodología que sigue Transparencia Internacional para determinar el índice de corrupción subjetiva es más o menos compleja, pues tiene que homologar las prácticas de países muy dispares. En su informe de 2004, por ejemplo, da cuenta de 146 países, a los cuales califica en una escala de 0 (muy corrupto) a 10 (nada corrupto).

El país que sale mejor parado en esta evaluación es Finlandia, con una calificación de 9.7; y el último de la lista es Haití, con 1.5. Para satisfacer la curiosidad de nuestros lectores, diremos que México está en el lugar 64, junto con Ghana y Tailandia, con una puntuación de 3.6. Y los más curiosos podrán ver la tabla completa.

Vemos, pues, porqué era tan fácil que los empresarios creyeran en la posibilidad de hacer un negocio millonario sobornando a funcionarios de Nigeria. En un país corrupto, todo es posible con un soborno oportuno. Y sobre todo los empresarios que, a su vez, viven en países también corruptos, pues están acostumbrados a que ésa es la única forma de conseguir contratos con el gobierno. En México, por ejemplo, durante el salinato, al hermano incómodo Raúl Salinas se le conocía como "Mr. Diez por Ciento", pues ésa era la comisión que cobraba por usar sus influencias para que se les abrieran las puertas a los empresarios que quisieran obtener un contrato con el gobierno de su hermano.

No es extraño que los industriales imbuido de esa cultura de la corrupción aceptaran sin rechistar el pedido de varias decenas de miles de dólares para hacer un negocio millonario en Nigeria. El hecho de que fueran dejados al garete en Lagos, e incluso intimidados para hacer el desembolso, seguramente lo cargaban a la columna de riesgos de su empresa.

Ha pasado el tiempo pero no han cambiado las costumbres. El único cambio es que ahora esas propuestas nos llegan por correo electrónico y no necesitamos ser empresarios para recibirlas. Aun más: la propuesta ya no es para hacer un negocio con fachada más o menos legítima, sino para descaradamente robar el erario nigeriano. Así, nos ofrecen participar en la triangulación de un envío de fondos —de los que nos dicen pertenecieron a algún funcionario fallecido sin dejar herederos—, por lo cual ofrecen pagarnos una comisión que nunca es menor de varios millones de dólares. Desconozco el mecanismo de esta nueva forma del timo tradicional. Quizá al proporcionar los datos de nuestra cuenta bancaria les estemos dando la posibilidad de que la vacíen (aunque sinceramente no me explico cómo podrían hacerlo) o bien, ya iniciados los trámites, nos pidan alguna suma para "engrasar" los engranes oficiales y bancarios y permitir la transacción.

El hecho de que estos mensajes se reciban continuamente y desde muy diversas fuentes significa que el fraude sigue siendo lucrativo. Esta semana, por ejemplo, recibí un angustioso mensaje del príncipe Fayad de Brunei, para que lo ayude a rescatar una suma multimillonaria que depositó en diversos bancos antes de ser puesto bajo arresto domiciliario debido a los malos manejos financieros de su padre (esto es clásico: el remitente siempre es objeto de venganzas políticas o personales y nunca es culpable de nada). Me asegura que recurre a mí pues su agenda fue confiscada y no puede ponerse en contacto con sus amigos y allegados. Y que me envía el mensaje gracias a que tiene una Palm V, aunque no explica cómo fue que dio con mi dirección electrónica.

No dudo que haya quien caiga en este gambito llevado por la ambición de embolsarse algunos millones de dólares mal habidos. Los tiempos no están para rechazar posibilidades de esta magnitud, aun cuando se excedan los límites de la ética. Pero en este caso también se rebasan los límites de la razón, pues es del todo irracional que el príncipe de marras no pueda comunicarse con sus compinches si efectivamente tiene la Palm con la que me envió el mensaje. Además, los hechos que relata (la acusación contra su padre) datan de hace cinco o más años y es inconcebible que en todo ese tiempo no hubiera encontrado a alguien de sus confianzas para sacar la dicha fortuna de los bancos, y que se hubiera visto obligado a recurrir a un desconocido cuya dirección electrónica seguramente obtuvo de una lista de espameros.

21 enero, 2005

La deuda del tsunami

El terremoto de Sumatra y la gigantesca marejada que provocó, conocida como tsunami, han estado en el centro de las preocupaciones de nuestros lectores, justamente horrorizados ante una catástrofe que provocó, en un solo día, cerca de un cuarto de millón de muertes. La tragedia espanta por su magnitud y fuerza devastadora: fueron afectados ocho países asiáticos y cinco africanos, pero también ciudadanos de otros 45 países de todo el mundo, incluyendo, claro a México. Pero este elevadísimo costo en vidas humanas apenas es el enganche: a las muertes directas habrán de sumarse las indirectas, las causadas por las epidemias desatadas tras la catástrofe, por la imposibilidad de recibir atención médica y, sobre todo, por la destrucción causada en ciertos sectores económicos que, como el turismo y la pesca, son esenciales para algunos de los países afectados.

Pero, como decíamos, el horror de esta catástrofe es que se produjo en un solo día. Porque si tomamos la cifra de un año, sabríamos que en los países del golfo de Bengala (la India, Bangladesh, las Maldivas, Sri Lanka, Birmania, Tailandia, Malasia e Indonesia) mueren varios millones de personas, en especial niños, por el simple hecho de beber agua contaminada, ya que no pueden pagar el lujo de contar con agua potable.

No se trata, no, de restarle importancia al maremoto del 26 de diciembre, ni mucho menos a la ola de solidaridad mundial que suscitó. En términos monetarios se han recabado cuatro mil millones de dólares para ayudar a las víctimas. ¿Es bueno eso? Toda ayuda es buena, claro, pero podríamos contrastar esa cifra con otra: cinco de los países afectados pagan al año a los miembros del Club de París (los países industrializados que le prestan dinero al tercer mundo) alrededor de 32 mil millones de dólares por concepto de intereses sobre su deuda externa. Es decir, como resabios de los tiempos coloniales, los pobres del Sur le entregan a los ricos del Norte un fuerte tributo y éstos, como graciosa caridad, apartan el diezmo para dedicarlo a obras piadosas.

Sí, ya se ha hablado —y en círculos más o menos altos— de la posibilidad de cancelar esos pagos, como forma de verdadera ayuda a los países azotados por el maremoto. No otra cosa se hizo en Irak, donde se suprimió el 80% de la deuda externa contraída por el régimen de Saddam Hussein, a efectos de que el país contara con recursos para su reconstrucción (es decir, tuviera dinero para pagarle a las compañías occidentales que participen de ese negocio, por lo que, de todas formas, ese dinero regresa a Occidente).

Otro aspecto que quedó al descubierto tras el tsunami: las catástrofes naturales parecen afectar particularmente a los países pobres. Por ejemplo, un año exactamente antes del maremoto, un terremoto de 6.8 grados en la escala de Richter azotó la ciudad iraní de Bam y causó 30 mil muertos. Pero tres meses antes, otro sismo más violento, de 8 grados, había sacudido la isla japonesa de Hokaido sin provocar ningún muerto. ¿Cuál fue la diferencia? Que Japón cuenta con los recursos financieros para aplicar estrictas leyes antisísmicas de construcción, mientras que en Irán se dan de santos si pueden levantar aunque sea casitas de adobe para dar vivienda a la población, sin importar que cualquier sacudimiento telúrico las eche por tierra. No es tan disparatada la conclusión de algunos expertos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, que afirman que estas catástrofes, más que naturales son sociales.

Y en cuanto a la "generosidad" de los países desarrollados ante estas catástrofes, recordemos que, precisamente después del terremoto de Bam, la comunidad internacional prometió una ayuda por mil millones de dólares. Un año después, el gobierno de Teherán había recibido tan sólo 17 millones. Otro punto de comparación. ¿Dijimos que el mundo entero ha aportado cuatro mil millones de dólares para aliviar la desgracia del océano Índico? Sí, pero podemos comparar esa cifra con los tres mil millones de dólares que el año pasado entregó el gobierno estadounidense al gobierno de Florida (digamos que el gobierno de George W. Bush al gobierno de su hermano, Jebb) como ayuda por los daños causados en esa temporada de ciclones. Y no queremos mencionar la ínfima proporción que representa esa cantidad comparada con el presupuesto militar anual de Estados Unidos, que es de 400 mil millones de dólares, para que no nos acusen de ser izquierdistas trasnochados.

19 enero, 2005

Ser virgen en Virginia

Diversos organismos de defensa de las libertades civiles en Estados Unidos están celebrando esta semana la decisión de la Suprema Corte del estado de Virginia, mediante la cual se despenalizaron las relaciones sexuales entre personas no unidas por el sagrado vínculo matrimonial.

En efecto, hasta la semana pasada, tener relaciones sexuales fuera del matrimonio era delito en el estado de Virginia. Y no sólo afectaba a las relaciones extramaritales, sino obviamente,a las prematrimoniales. Es decir, dos personas que quisieran gozar de los placeres del sexo no podían hacerlo si no estaban casadas.

Este asunto salió a cuento debido a una demanda por cinco millones de dólares que una mujer interpuso en contra de su ex novio por haberla contagiado de herpes. Muguet Martin demandó a Kristopher Ziherl, acusándolo de haber sostenido relaciones sexuales con ella a sabiendas de que tenía herpes. Pero el juez de circuito Theodore J. Markow determinó que ella no podía demandarlo por haberla infectado, ya que en ese momento ambos estaban cometiendo un delito.

Fue entonces cuando intervino la Suprema Corte, que declaró inconstitucional dicha ley. Ahora Muguet Martin podrá reclamar su millonaria compensanción. No todos cantan victoria con esta decisión judicial. En Virginia siguen siendo ilegales las relaciones sexuales que allí llaman sodomía, en reminiscencia de la bíblica ciudad de Sodoma donde solía practicarse el coito anal.

16 enero, 2005

El hermano mayor nos vigila

En su contexto original —la novela Mil novecientos ochenta y cuatro de George Orwell—, el Big Brother tiene el sentido del hermano mayor. En el mundo totalitario y demagógico que pinta esta obra, todos son considerados hermanos, todos son iguales, aunque haya alguien que es más igual que todos: el hermano mayor, que se encarga de velar por lo demás. Es probable que el hermano mayor no exista; o mejor dicho, ciertamente no importa si existe en realidad o no. Su existencia física como persona pierde relevancia ante su omnipresencia simbólica: el hermano mayor nos vigila, siempre y en cualquier lugar.

El omnisciente ojo del hermano mayor nos alcanza a través de las pantallas de la televisión: enormes y ubicuos dispositivos que no sólo sirven para recibir imágenes, como los que que conocemos normalmente, sino también para transmitirlas. Si Shakespeare nos dijo en sentido figurado que "el mundo es un escenario", Orwell nos explicó técnicamente cómo es posible que así sea. Cualquier momento de nuestra vida puede estar bajo la mirada crítica del hermano mayor y, por tanto, siempre debemos comportarnos como dios manda. El ojo omnipresente de la santísima trinidad que nos mostraban los grabados antiguos, en nuestra era moderna se convierte en la lente de la cámara de televisión.

Sentirnos bajo la mirada ajena nos hace cambiar de comportamiento. En la intimidad del hogar andamos en calzones, eructando y peyéndonos con la confianza de que no hay nadie que nos juzgue. Pero descubrimos una cámara de vigilancia y en seguida tratamos de recobrar la compostura, nos ponemos los pantalones, nos damos una pasada de cepillo por el pelo y hasta nos revisamos el aliento, no vaya a ser que el guardián electrónico sea capaz de detectar las emanaciones mefíticas que se nos escapan de la boca (y de otras partes, claro).

El hermano mayor se vuelve encarnación de la voz de la conciencia, del id froidiano, de todos aquellos valores sociales que nos han introyectado desde la cuna para reducir las tensiones y posibilitar la convivencia. Me arreglo para no herir visualmente a los demás, me baño para no lastimarles las narices, si estornudo me tapo con un pañuelo para no contagiarles mis virus o microbios. Todo lo pido por favor y con una sonrisa en la boca y si me cruzo con alguien en la calle reconozco su presencia por lo menos con una inclinación de cabeza, si no es que con un saludo más efusivo, con todo y abrazo para confirmar que venimos en son de paz y palmadita en la espalda (aunque el abrazo también tenga la finalidad de comprobar que el otro no esté armado).

Ésa es nuestra imagen pública, la que ven todos, hermanos menores y mayores por igual. La otra, la privada, está a buen resguardo de miradas curiosas, incluso de la propia: ésa es la desgracia de quienes no conocen de sí mismos más que la imagen que proyectan a los demás. Y de hecho acaban no siendo más que esa sombra proyectada por las luces ajenas. Su personalidad está en función de la multitud, su identidad es el anonimato de la masa, su voluntad es esclava de la estadística y del rating y existen como individuos sólo en la medida en que son miembros de algún grupo demográfico.

Por lo mismo que es privada, esa otra faceta siempre suscita la curiosidad. Si no sabemos quiénes somos —y ya que es tan difícil averiguarlo—, por lo menos podemos pretender asomarnos a la intimidad ajena. Aquí es donde encuentra su explicación el éxito de la prensa de escándalo, de los programas de televisión dedicados a mostrarnos las intimidades de los Osbourne, de Anna Nicole o de Niurka y Bobby. O incluso las de un grupo de desconocidos como sucede en las emisiones del Big Brother.

Pero no nos dejemos engañar. Conocer a los demás sólo nos brinda puntos de referencia para conocernos a nosotros mismos, pero jamás será el camino para cumplir el apotegma socrático. Ni siquiera inquirir entre nuestros conocidos suele llevarnos por buen camino: la imagen que ellos tengan de nosotros es producto de sus propios prejuicios y rara vez podrá servirnos de guía. Sólo podremos vernos por dentro cuando apaguemos luces y cámaras y dirijamos hacia nosotros mismos una mirada amorosa y comprensiva. Y quizá entonces nos demos de que, después de todo, no somos tan malos como creíamos.

15 enero, 2005

En busca del tsunami

Ya que estos últimos días, según mi servicio de estadísticas la gran mayoría de los lectores llegan aquí en busca de una explicación del pavoroso tsunami que devastó las costas del oceano Índico el 26 de diciembre, reproduzco aquí las explicaciones proporcionadas por mis jefes de Le Monde.

Los maremotos son provocados por un sismo. En Sumatra, el terremoto fue casuado por el choque entre dos placas tectónicas, una de las cuales se metió por debajo de la otra. En esta ocasión, un pedazo grande de corteza terrestre se hundió y se desplazó, poniendo en movimiento al agua que había encima. Eso provocó que se formaran las impresionantes olas conocidas como tsunami. En alta mar, esta ola gigante se desplaza a una velocidad de 500 a 800 kilómetros por hora. Al acercarse a la costa y llegar a aguas poco profundas, la ola pierde velocidad pero gana en tamaño, formando un muro de agua que puede ser de más de 30 metros de altura.

Como puede verse, la explicación es simple. De lo que no puedo dar cuenta, y que también buscan mucho los lectores, es la relación del tsunami con los fenómenos paranormales: quién lo predijo, qué posición tenían los astros en ese momento, qué opina Jaimito Mausán al respecto (¿habrá dicho que fue provocado por los extraterrestres?). Y, para desconsuelo de quienes sólo se conforman con lo mejor, tampoco puedo sugerir dónde ver videos "recientes" del tsunami, pues por fortuna no se ha repetido y obviamente sólo existen videos de hace tres semanas.

Curiosamente, además de las búsquedas sobre el tsunami en sus diversas variedades, encuentro también gente interesada en "pedir milagros" y en encontrar palabras de consuelo para quienes hayan perdido a un ser querido.

09 enero, 2005

Confusiones teológicas y geológicas

La enorme catástrofe que significó el maremoto ocurrido a fines del año pasado en Asia plantea una pregunta impostergable para la mente religiosa: ¿por qué? Si dios es concebido como causa absoluta y también como fuente de bondad infinita, el hombre común no entiende porqué de pronto pueda decidir azotar con una desgracia de esa magnitud a sus queridísimos hijos.

Dada la globalidad de esta tragedia, representantes de las grandes religiones han tratado de responder a esta pregunta, como reporta Jim Stewart, corresponsal de CBS. Por ejemplo, señala que en la India, un "destacado" sacerdote hinduista explicó que el desastre se debió a "la enorme maldad del hombre en la Tierra", así como a la posición de los planetas. En la misma línea del castigo se inscribe la respuesta de Shlomo Amar, rabino de Israel, quien aseguró que "el mundo está siendo castigado por sus errores".

Pero no todos comparten esta opinión, como señala el imam musulmán Yahya Hendi, quien para apoyar su postura se pregunta: "¿Por qué dios no castiga la maldad en otros lugares?" En efecto, si hubiera un dios que nos vigilara y se encargara de castigar nuestros actos para corregirlos, lo que se nos ocurre pensar es que el tsunami hubiera alcanzado las aguas del río Potomac y arrastrado con el principal inquilino de la Casa Blanca y otros torvos ocupantes del Pentágono. Al mismo tiempo, no nos explicamos qué maldad pueda haber en el tierno corazón de los niños —que constituyeron una buena proporción de las víctimas— que merezca una medida punitiva de ese tamaño.

El empeño de buscar explicaciones sobrenaturales a los actos de la naturaleza puede conducir a otro tipo de aberraciones, cuando el hombre, no contento con atribuir las calamidades a la voluntad divina, actúa por cuenta propia para ejercer lo que considera la justicia de dios. Así, en 1755, cuando un terremoto arrasó Lisboa, provocando incendios y marejadas, los sobrevivientes se hacían la misma pregunta: "¿Por qué, dios?" Y los sacerdotes salieron a las calles a colgar a quienes ellos consideraban que habían incurrido en la ira divina y provocado el castigo.

Ése es el tipo de laberintos sin salida en los que uno se mete al tratar de explicar la vida en la Tierra con razonamientos ultraterrenos. Curiosamente, el obispo de la iglesia episcopal de Washington, John Bryson Chane, interpone un argumento de corte agnóstico: "Dios no mueve los hilos ni es responsable de quién vive y quién muere. Cuando las placas se deslizan en el planeta, es un acto geológico, no teológico. Esas cosas pasan."

No queremos omitir una observación, inspirada en la alusión astrológica de la respuesta del mencionado sacerdote hinduista. No faltarán quienes quieran aprovechar esta tragedia para llevar agua a su molino y proclamar alguna de las siguientes pretensiones:

  • Que ellos ya habían pronosticado la tragedia —con base en la posición de los planetas, el vuelo de las aves, las cartas del tarot, la borra del café o alguna otra mancia—, pero que el necio mundo no les hizo caso.

  • Que este maremoto es sólo una de las catástrofes que anuncian el fin del mundo y que debemos: a) arrepentirnos de nuestros pecados para evitarlo; b) prepararnos para lo inevitable; c) esperar a que vengan a rescatarnos los extraterrestres.

  • Que vista la magnitud de esta tragedia, ahora sí debemos creer en una similar que arrasó a la Atlántida, civilización que fue destruida por su soberbia, por lo que nosotros debemos poner nuestras barbas a remojar (es decir, arrepentirnos de nuestros pecados, dejar de contaminar al planeta, afiliarnos a una creencia determinada).



La triste realidad es que no hay forma de impedir estas catástrofes. Aunque la tecnología sea capaz de advertirnos con antipación suficiente de la llegada de un tsunami, en el caso que nos ocupa vimos que las fallas humanas se interpusieron y anularon la eficacia de este aviso. Tampoco tendría caso irnos a vivir a lo alto de una montaña para evitar los efectos de los tsunamis, pues ni ahí estaríamos a salvo de otros fenómenos naturales que también podrían dar cuenta de nosotros.

Quizá lo único razonable es aceptar lo inevitable: somos mortales y debemos estar preparados para morir en cualquier momento.

05 enero, 2005

La compasión en la vida cotidiana

Claro que es triste que sólo sea a punta de desgracias y de horrores como aprendamos que la humanidad es un todo, y que los muertos, desaparecidos y damnificados por el maremoto de Asia lo son de todos nosotros. Está de más mencionar cifras (que cambian día con día). Es obvia la solidaridad mostrada por el mundo entero. Son evidentes también los intentos de politizar esta misma ayuda, de lavar imágenes, como hiciera Bush, de querer jalar agua para el molino de cada quien...


Pero también será inevitable que el grueso de la población mundial olvide este horror en cuanto haya otra cosa con qué llenar las planas de los periódicos y los noticieros de televisión. La oleada de compasión que sentimos, los ganas de ayudar, el instinto de sobrevivencia colectiva serán irremediablemente superados por otros acontecimientos si no más terribles, al menos sí más recientes.


Pero ese sentimiento que se ha despertado en nosotros es, sin duda alguna, de lo más noble que nos caracteriza. Conservarlo no como pieza de museo, como baraja política ni como reliquia de santuario significa ponerlo en práctica cotidianamente, sin esperar a que nos azoten las desgracias para que se manifieste. Vivir el amor compasivo significa preocuparse por los demás, por quienes nos rodean en la vida diaria, en un esfuerzo continuo por compensar el dolor inherente de la naturaleza humana. Somos frágiles y necesitamos toda la ayuda posible para sobrevivir.