Claro que es triste que sólo sea a punta de desgracias y de horrores como aprendamos que la humanidad es un todo, y que los muertos, desaparecidos y damnificados por el maremoto de Asia lo son de todos nosotros. Está de más mencionar cifras (que cambian día con día). Es obvia la solidaridad mostrada por el mundo entero. Son evidentes también los intentos de politizar esta misma ayuda, de lavar imágenes, como hiciera Bush, de querer jalar agua para el molino de cada quien...
Pero también será inevitable que el grueso de la población mundial olvide este horror en cuanto haya otra cosa con qué llenar las planas de los periódicos y los noticieros de televisión. La oleada de compasión que sentimos, los ganas de ayudar, el instinto de sobrevivencia colectiva serán irremediablemente superados por otros acontecimientos si no más terribles, al menos sí más recientes.
Pero ese sentimiento que se ha despertado en nosotros es, sin duda alguna, de lo más noble que nos caracteriza. Conservarlo no como pieza de museo, como baraja política ni como reliquia de santuario significa ponerlo en práctica cotidianamente, sin esperar a que nos azoten las desgracias para que se manifieste. Vivir el amor compasivo significa preocuparse por los demás, por quienes nos rodean en la vida diaria, en un esfuerzo continuo por compensar el dolor inherente de la naturaleza humana. Somos frágiles y necesitamos toda la ayuda posible para sobrevivir.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario