La única forma que tengo de ver el futbol es en su aspecto social, como pretexto de convivencia. No he llegado al extremo de ir a un estadio a aplaudirle a mi equipo (¿quizá porque no lo tengo?), pero sí me he reunido en algunas ocasiones a ver un partido. En dos ocasiones, para ser preciso: en 1986, para el México-Alemania, y ahora, el sábado pasado para el México-Argentina. Una sola vez he visto un partido a solas, el Alemania-Croacia de 1998, y eso por razones sentimentales que no viene al caso explicar aquí.
Dejo a las especialistas la tarea, ya agotada por cierto, de explicar las jugadas y las razones y causas del resultado. También supongo que estará en manos de las autoridades de la FIFA juzgar la actuación del árbitro Massimo Busacca, a quien los comentaristas locales (es decir, mis familiares con quienes vi el partido) achacaban una indiferencia criminal ante las repetidas violaciones de la escuadra argentina.
Pero creo que nada me impide reírme (sin llegar a burlarme, claro, como quiera es familia) de las reacciones de los asistentes al convivio. En el minuto 5, el gol de Rafael Márquez arrancó vítores y expresiones de “sí se puede”, abrazos mutuos, alborozo y una sensación generalizada de que esta vez llegaríamos por lo menos a las semifinales.
Esta euforia duró exactamente cinco minutos. A los diez minutos del partido, el gol argentino hizo que los mismos que habían vitoreado a “su” selección ahora la abuchearan y abominaran de ella: “claro, cuándo iban a poder”, “si ya me extrañaba”, “pinches mexicanos, ya se arratonaron (sic)”.
En fin, también tendré que dejar a los especialistas en psicología social, sociología y otras materias no menos obscuras que éstas el análisis de las causas de esa actitud tan esquizofrénica (en su sentido etimológico de “mente escindida”, no crean que ando aquí insultando). Pero sí planteo la pregunta: ¿no que en las duras y en las maduras? ¿Sólo apoyan a su equipo cuando éste gana (o va ganando)?
Y una pregunta más: ¿en qué cabeza de Televisa cupo la infame idea de poner a unos argentinos a comentar el partido del sábado pasado? Por lo menos revela falta de sensibilidad. Y no es poca cosa. Después del juego, me tocó ver en varios puntos de la Condesa conatos de bronca, protagonizados por mexicanos intoxicados de alcohol y patriotería que trataban de romperles sus respectivas mamacitas a varios argentinos avecindados en la no mal llamada Fondesa. Merece mención especial el caso presenciado en la calle de Campeche, donde un grupo de seis o siete chavos exhortaban a gritos a unos argentinos, atrincherados en un tercer piso, para que bajaran y les pudieran partir su madre. Dándose por vencidos, los defensores de la dignidad nacional se retiraron, no sin antes advertirles a los gauchos que les iban a aplicar el famoso “treinta y tres”.
Otro motivo de duda es el hecho del que el entrenador de la selección mexicana haya sido argentino. No, no que haya habido un designio malévolo de su parte; supongo que nadie hubiera adivinado que a México le tocaría enfrentarse con Argentina. Pero, caray, el señor por lo menos podría haber fingido un poco más de entusiasmo cuando cayó el uniquito gol mexicano. Y ya, sólo me queda expresar a continuación un prejuicio: le desconfío a la gente que usa barba de candado. Y Lavolpe no es la excepción.
2 comentarios:
mmhhh.... son mis nervios, o la fotografía en tu perfil también tiene barba de candado? (un poco rala por cierto).
:-)
En realidad no es mi retrato, sino un dibujo. Pero sí, confieso que en alguna etapa de mi vida usé barba de candado.
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