Hoy se promulgó la ley de asociaciones de convivencia pacífica y seguramente los medios no tardarán en informarnos quiénes son los primeros valientes que se acogen a esta legislación, llamada por algunos "ley del matrimonio homosexual".
Claro, esa designación es una simplificación exagerada a cuenta de los grupos y organizaciones siempre interesados en preservar los valores sagrados de la familia. Desde su óptica, esta ley es el primer paso hacia la disolución de la célula familiar, esa institución por lo visto tan frágil que hay que protegerla de cualquier amenaza, aunque sea la de un golpe con el pétalo de una rosa.
En realidad, esta ley no pasa de ser un contrato administrativo entre dos personas, sin que importe el sexo. Pero las conciencias puras de los paladines de los valores tradicionales no pueden imaginar nada sin sexo. ¿Qué interés pueden tener dos personas en vivir juntas si no van a coger?
Es curiosa la oposición al matrimonio homosexual: quienes lo atacan, defienden la monogamia y ensalzan el efecto purificador de las relaciones conyugales. Al mismo tiempo, critican la promiscuidad que, según ellos, caracteriza las relaciones homosexuales. Y hete aquí que, cuando llega el sector homosexual a pedir que lo autoricen a vivir en matrimonio, le niegan ese derecho. Y mientras, los heterosexuales hacen todo lo posible por burlarse de esa supuestamente sagrada institución: engañan a la pareja, hablan pestes del cónyuge, hacen chistes sobre la desgracia de estar casados y, finalmente, una importante proporción de ellos acaba divorciándose.
Aunque algunos observadores la llaman "boda de kermesse", en realidad estas asociaciones de coexistencia pacífica no otorgan ningún derecho ni siquiera cercano a los que da el matrimonio. Los miembros de la asociación no pueden beneficiarse ni de pensión ni de seguro social… Entonces, ¿en qué momento o bajo qué perverso interés se hizo la identificación de esta ley con un matrimonio? No lo sé, pero la oposición de la iglesia y grupos que la secundan me hace sentir ganas de asociarme con alguien. Pues un breve repaso histórico me permite ver que lo mejor de la vida es lo que prohíbe esa gente y, caray, sólo dios sabe la mucha falta que me hace un poco de bueno en esta vida.
1 comentario:
Jorge Luis:
De acuerdo en un cien por cien.
La doble moral de los "buenos cristianos" es pasmosa. Sentir amenazada la idea del matrimonio heterosexual y monogámico, por circunstancias como esta, es patético.
La Iglesia, hace lo suyo, lavando un poco más cada día los cerebros de sus deudos, reemplazando razones por memes carentes de lógica.
¿Tiene sexo el amor? ¿el libre albedrío no contempla en su temática la posibilidad de amar fuera de las estadísticas de frecuencia? ¿Los sentimientos no compartidos por las mayorías, deben ser eliminados por tildarse de potencialmente contagiosos?
Me resulta triste ver, por los senderos que nos conducen los presuntamente correctos.
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