Como estaba anunciado, este domingo el parlamento de Kosovo declaró la independencia de esta provincia serbia, poniendo así fin al dominio de Belgrado en la cuna del nacionalismo serbio. Estados Unidos ya anunció su apoyo y su reconocimiento al flamante estado; la Unión Europea está dividida en cuanto al reconocimiento, aunque no en el envío de una misión de asistencia, que tiene la finalidad de evitar que estalle la violencia entre los kosovares albanos y los serbios.
Y también como era de esperarse, Serbia ya anunció su oposición a esta medida, secundada por Rusia. Pero la verdad es que Rusia lleva un doble juego aquí, pues aunque teóricamente se opone a la separación de Kosovo, en la práctica también le conviene que se rompa con el principio de la "inviolibilidad de las fronteras", sobre todo si no es a sus costillas y se hace a instancias de la potencia rival.
En efecto, Rusia tiene intereses en regiones fuera de sus fronteras y no vería con malos ojos que éstas se independizaran. En especial en Osetia del Sur y en Abjasia, en Georgia, que, por cierto, después de la proclamación de la independencia de Kosovo, no tardaron en expresar su deseo de separarase a su vez de esa república caucasiana. Por lo pronto ya pidieron a Rusia y a Naciones Unidas que reconozcan su independencia, citando por supuesto el antecedente de Kosovo.
Pero también está Transnistria, una región separatista de Moldavia donde predominan los rusófonos, y que desde 1990 declaró su independencia, pues el gobierno de Chisinau andaba coqueteando con la idea de anexarse a Rumania. Moldavia proclamó al rumano idioma oficial del país, cosa que no le cayó en gracia al 29% de ucranianos y 30% de rusos que viven ahí. Ahora, Transnistria es en la práctica una región de Moldavia ocupada por el XIV ejército ruso. No le caería nada mal a Moscú que esta independencia fuera reconocida con la misma facilidad que la de Kosovo.
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