Los resultados de las recientes elecciones primarias han aclarado en gran medida el abigarrado panorama electoral en Estados Unidos. De la docena de candidatos que había a principios de año en ambos partidos, ahora quedan prácticamente tres con posibilidades de ser ungidos para aparecer en las boletas de noviembre. En efecto, aunque Mike Huckabee sigue en la contienda, su rival republicano John McCain lo rebasa por tan amplio margen (701 delegados contra 215) que sería muy improbable que alcanzara los 1,191 delegados que necesita para obtener la nominación de su partido.
Por el lado demócrata, si bien Hillary Clinton supera a Barack Obama (1,106 delegados contra 1,034), técnicamente se trata de un empate, pues el partido demócrata requiere 2,025 delegados para nombrar a su candidato presidencial. Es decir, de aquí a principios de junio, cuando terminen las elecciones primarias, puede suceder cualquier cosa.
Hasta ahora, sólo una cosa es segura: el pueblo estadounidense quiere el cambio. Esto es más evidente del lado demócrata, en el que, por primera vez en la historia del país, los ciudadanos podrán elegir o a un negro o a una mujer como presidente. E incluso entre los republicanos, el hecho de que sea McCain el aspirante puntero revela que la gente ya está harta del conservadurismo religioso que ha dominado al país desde hace años. En efecto, dentro de todo, McCain es un conservador moderado, muy alejado de un fanático como el pastor bautista Mike Huckabee, y que ha tenido el "honor" de ser atacado por los grandes representantes de la derecha extrema, como el presentador de radio Rush Limbaugh y el dirigente evangélico James C. Dobson, quienes han amenazado con retirar su apoyo al partido en caso de que McCain sea el candidato presidencial.
Esta voluntad de cambio se revela en un detalle que no puede pasar desapercibido: ninguno de los aspirantes republicanos ha querido reclamar para sí el legado de George W. Bush. Todo lo contrario; si el impopular mandatario saliente sirve de alguna referencia, es sólo para tomar sus distancias. Nadie quiere ser visto en su compañía ni, mucho menos, ser asociado con su desastrosa obra.
Así, ya sea negro, mujer o conservador moderado, el próximo presidente de los Estados Unidos significará una ruptura con el actual. Y esto ciertamente es reconfortante.
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