El Instituto Federal Electoral, del que nos sentíamos orgullosos desde hace unos años, sobre todo aquellos a los que les tocó vivir las elecciones organizadas por la secretaría de Gobernación, ahora se encuentra en el centro de impugnaciones y su legitimidad es objeto de graves dudas.
No podía ser de otro modo. La estadística es una ciencia oculta para el común de las personas. Y nadie entiende ese baile de cifras que hemos presenciado estos días. Primero, los resultados preliminares le dieron continuamente la victoria a Fecal, desde los primeros puntos porcentuales hasta los últimos (conteo que, para aumentar el desconcierto, se detuvo al llegar al 98% de las actas procesadas).
Después, el recuento de actas distritales empezó reconociendo el triunfo del Peje hasta llegar al noveintantos por ciento, momento en que se “cruzaron” las tendencias: Fecal al alza y el Peje a la baja, para quedar definitivamente con una diferencia de 0.58%, que representa poco menos de 250,000 votos.
Nadie puede quedar satisfecho con estos resultados, empezando por el propio Peje, que ya anunció la impugnación a la que tiene derecho y movilizaciones populares para reforzar su demanda. Por desgracia, pienso que ese camino no lo llevará a ningún lado, al menos no a Los Pinos. Aunque sea un instituto ciudadano, el IFE no deja de responder a los intereses oficiales. Y éstos dictan que Fecal continúe el programa neoliberal echado a andar en nuestro país desde el sexenio de Miguel de la Madrid. Acceder a un nuevo recuento y, aun más, a cambiar la decisión anunciada ayer, equivaldría a reconocer un error cosa que, en la lógica autoritaria de la derecha, está fuera de toda posibilidad. En suma, no habrá nuevo recuento y las protestas y movilizaciones populares que encabece el Peje sólo servirán para reforzar la imagen que tiene de él nuestra mezquina clase media: “Ahí están otras vez esos nacos revoltosos”, “Sólo causan caos vial”, “Quieren ganar en la calle lo que no ganaron en las urnas”. Y eso reconfortará su decisión de haber votado por Fecal.
Una última observación: siguen diciendo que las de este año han sido las más reñidas y concurridas “en la historia moderna de México” (al menos eso dijo el consejero presidente del IFE). ¡Vaya caso de amnesia! Reñidas sí, pero, ¿concurridas? En las elecciones del 2000, el abstencionismo fue de 36% y Fox obtuvo el 42.5% de la votación emitida. Ahora, los abstencionistas avanzaron casi cuatro puntos y el candidato declarado ganador obtuvo 35.89%. ¿Dónde están en esas cifras la participación masiva y el entusiasmo ciudadano? Muy por el contrario, apuntalan una tendencia preocupante en el electorado: la indiferencia ante los procesos electorales, provocada por el incumplimiento de las promesas de campaña. Para un creciente sector de la población, los políticos son “una bola de rateros y mentirosos” y su actividad, lejos de despertar emoción, es causa de desconfianza e irritación. Y eso, como se ha cansado de enseñarnos la historia, es el mejor caldo de cultivo para los movimientos extremistas. Y en ese caso, y para estar a tono con la derecha católica que seguirá gobernando al país, tendremos que confiar en que Dios nos agarre confesados.
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