No resulta exagerado afirmar que todos los mexicanos estamos, con justa razón, decepcionados por los resultados del proceso electoral del domingo pasado. Los partidarios de Fecal se han de sentir abrumados ante la imposibilidad de consumar su fraude sin mayores problemas. De seguro pensaron que el país acataría sumiso, como siempre, las cifras amañadas que le presentaran las autoridades. A estas alturas, ellos pensaban que ya estarían festejando su triunfo, repartiéndose huesos, en una ceremonia cuyas aristas más agudas serían los codazos y zancadillas internas para quedar mejor colocados en el próximo sexenio.
Los partidarios del Peje, por su parte, se sienten despojados de un triunfo legítimo y los memoriosos no dejan de encontrar paralelismos entre el “archivo de inconsistencias” y la “caída del sistema” que dio un fuerte revés al avance democrático del país en 1988.
Podemos obviar las reacciones de la chiquillería, toda vez que en cualquier caso, sus ambiciones se han visto colmadas. El priismo tiene ahora una nueva palanca con la que pretende negociar su precaria subsistencia como tercera fuerza del país. En efecto, la turbulencia de cifras le permitió condicionar su reconocimiento de los resultados oficiales, el cual seguramente le rendirá dividendos. El Panal no podría estar más contento con las cifras preliminares: aseguran su presencia en el congreso más allá del más delirante de sus sueños. Y la “izquierda alternativa” de la señora Mercado ya tiene la tranquilidad de que recibirá un subsidio que le permitirá seguir en el negocio de la política al menos unos años más.
Nada bueno podrá salir del empeño de la autoridad electoral por impedir un recuento claro y satisfactorio para todos. La diferencia entre los candidatos es tan reducida del orden de 250,000 votos, que representan el 0.6 por ciento que se vuelve indispensable un recuento lo más minucioso posible, abriendo paquetes y volviendo a contar voto por voto como lo han pedido varios sectores del país. Primero porque no se entiende. Si la ley establece que el recuento voto por voto sólo se realiza en determinadas circunstancias, no podemos entender que la situación actual no justifique un esfuerzo adicional para aclarar las cosas. En segundo lugar, porque la terquedad del consejero presidente tiene un claro beneficiario, lo cual arroja graves dudas sobre la legalidad del proceso.
Y lo que menos necesita ahora el país es un presidente espurio, como lo sería Fecal en caso de ser ungido. Recordemos, sólo a título de ejemplo y sin el ánimo de sembrar miedos, las medidas extremas a las que tuvo que recurrir George W. Bush para legitimar su presencia en la Casa Blanca, tras haber llegado a ella en un proceso (las dos veces, por cierto) igualmente turbio.
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