01 julio, 2006

Irán y no volverán

Irán tiene dos grandes problemas. Uno es un régimen prácticamente teocrático y otro es contar con las segundas reservas petroleras más importantes del mundo. Esos dos factores podrían resultar explosivos en un conflicto en el que, como siempre, el perdidoso sería el pueblo.

Desde hace varios años, la “comunidad internacional” —cuya voz ya sabemos que representa exclusivamente a las buenas conciencias de Occidente— ha venido denunciando el programa nuclear de Irán, del que afirma que tiene como objetivo convertir al régimen de los mulás en potencia nuclear. ¿Qué otra cosa podría ser más terrorífica, especialmente para Estados Unidos?

Claro, Washington cerró los ojos ante el armamento nuclear de Pakistán, básicamente porque su gobierno le ha permitido usar su territorio de puesto de avanzada para la ocupación y vigilancia del Asia Menor, especialmente para la guerra librada contra los talibanes en Afganistán. Y la “democracia más poblada del mundo”, la India, también forzó su entrada al exclusivo club nuclear, sin que nadie rechistara, pese a la amenaza siempre pendiente de que estalle otro conflicto con Pakistán, que podría alcanzar dimensiones de desastre termonuclear.

No nos engañemos. Ya sabemos que Washington cojea del pie de la hipocresía. Así, durante el gobierno de Ronald Reagan no tuvo empacho en recurrir a Teherán para llevar a acabo su torcido plan de ayudar a los contras nicaragüenses. ¿Retorcido? Miren nomás: les vendió armas a los iraníes a través de Israel para, con esas ganancias, financiar a la guerrilla que combatía al régimen sandinista de Nicaragua, cosa que el propio congreso le había prohibido.

No era la primera vez que Reagan negociaba con los mulás iraníes. Eso fue durante su campaña electoral, en 1980, cuando la crisis de los rehenes de la embajada estadounidense en Irán constituyó un tema importante en la agenda de campaña. De alguna manera, el equipo de Reagan logró convencer a los iraníes que no liberaran a los rehenes, sino hasta después de pasadas las elecciones de ese año. El fracaso en Irán influyó en gran medida en la derrota de Carter, pues proyectó una imagen de debilidad, muy en contraste con la mano firme que prometía el ex informante de la FBI metido en política.

La historia tendrá que explicar la paradoja de las relaciones entre Estados Unidos e Irán. Aunque más bien corresponderá hacerlo a los servicios secretos, ya que esos acuerdos siempre se han llevado a cabo en lo obscurito, a escondidas de la opinión pública y siempre con fines inconfesables.

Pero de un tiempo a esta parte, en especial tras la caída de Saddam y su desaparición como enemigo, el mundo ha podido contemplar, entre asustado e intrigado, el más reciente enfrentamiento de dos regímenes fundamentalistas: uno islamista y el otro cristianista. Pero tampoco pensemos que estamos ante un enfrentamiento de dos religiones opuestas; se trata sólo de un conflicto de intereses políticos y económicos.

Aunque en los últimos días Washington ha dado ciertas muestras de flexibilidad en las negociaciones con la república islámica —sobre todo bajando el tono de sus declaraciones—, eso no significa que haya descartado su objetivo principal: instaurar en Irán un régimen más tratable, más amistoso hacia Occidente y, sobre todo, más dócil y colaborativo en los designios estadounidenses.

A la propuesta presentada hace unos días en Viena, los mulás prometieron responder en dos meses. Aunque George W. Bush expresó su desagrado por tanta dilación, al menos no recurrió a las amenazas. Así, habrá tiempo de ir preparando el terreno para cualquiera que fuera la decisión iraní. Es decir, la colaboración con Teherán en el terreno energético si decide suspender su programa de enriquecimiento de uranio, o la mano dura, las sanciones y quizá la intervención militar en caso contrario.

El mundo no está preparado para que el desastre de Irak se repita en Irán. Eso se sabe hasta en Teherán, por lo que es muy probable que los dirigentes iraníes acaben aceptando la oferta de Occidente, si bien aderezada de numerosas condiciones ventajosas. Los mulás acabarán vendiendo su amor, pero eso sí, lo venderán muy caro.

No hay comentarios.: