21 julio, 2006

Regreso al Medio Oriente

El Medio Oriente nuevamente es escenario del infierno. Movidos por obscuros intereses, cuyas raíces algunos observadores sitúan en Damasco, los extremistas del Hezbolá libanés secuestraron a dos soldados israelíes, lo que desató una reacción desproporcionada por parte de Tel Aviv. Primero con bombardeos aéreos y ahora con operaciones terrestres, el ejército israelí ha querido restablecer su poder de disuasión en la región (minado, a sus ojos, por su retirada unilateral de Gaza), atacando blancos civiles y causando un número hasta ahora indeterminado de víctimas en Líbano.

El que Naciones Unidas haya esperado más de una semana para condenar la violencia (sin hacer más) es sintomático del anquilosamiento de la institución, empantanada entre una enorme burocracia y el miedo a irritar al quisquilloso gobierno de Washington que, como es sabido, en el conflicto levantino está incondicionalmente aliado con Israel.

¿A quién conviene esta violencia en el Líbano? En primer lugar a Siria, que así demuestra que su presencia ahí es indispensable para mantener la estabilidad. En efecto, las tropas de Damasco tuvieron que retirarse humilladas —bajo las presiones internacionales— tras el asesinato del ex primer ministro Rafic Hariri, ocurrido el 14 de febrero de 2005 y atribuido a los servicios secretos sirios. El gobierno de Bachar al-Assad nunca encajó debidamente ese golpe a su prestigio y no tardará en mover sus hilos para que, al interior mismo del Líbano, surjan voces que reclamen de nuevo su presencia.

Otros interesados en el conflicto son, sin duda alguna, los mulás de Teherán. Sin contar el apoyo financiero y de armamento que siempre le han brindado al Hezbolá libanés — no en balde tan chiita como ellos—, el estallido de la crisis en el País del Cedro no podría ser más oportuno para la República Islámica. No puede ser azaroso que este mismo jueves el gobierno de Teherán haya reiterado su empeño en enriquecer uranio en su propio territorio, desdeñando así el ofrecimiento que le fuera presentado por las potencias occidentales, determinadas a no permitir que Irán adquiera la tecnología nuclear.

Ante la amenaza de que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se haga cargo del caso, lo que significa la posibilidad de sufrir sanciones y bloqueos, los mulás iraníes le apuestan a sus aliados libaneses para abrir otro frente en el Medio Oriente. En una región tan desestabilizada, ni el temerario vaquero de la Casa Blanca se atrevería a emprender una acción militar, la cual, por lo demás, seguramente sería desautorizada por sus “aliados” europeos, en especial Francia. Lo menos que podrá obtener la República Islámica de este nuevo foco de tensiones será tiempo para preparar su respuesta “oficial” a la propuesta occidental, anunciada para el 22 de agosto.

Sería pecar de ingenuos pensar que estamos ante un conflicto religioso, por el hecho de que se enfrenten judíos y musulmanes en las tierras que algunos todavía llaman “santas”. En teoría, unos y otros descienden de Abraham y adoran al mismo dios. Pero lo que se juega en la práctica obedece a intereses más prosaicos, como sucede en muchos otros ámbitos. Los políticos, en primer lugar, con su carga de luchas de poder. Y también en lugar destacado, los económicos, representados por las enormes riquezas petroleras de la región. No en balde López Velarde advertía que los veneros de petróleo fueron escriturados por el diablo.

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