13 octubre, 2006

Un premio con zape

Caro le están cobrando a Turquía su pretensión de ser europea. Además de las reformas estrucuturales internas —cuyos resultados aún no están siquiera en el horizonte—, los turcos se han visto obligados a aceptar una serie de valores que para muchos de ellos no tienen nada que ver con su idiosincracia.

El tema de la masacre de armenios de 1915 es un buen ejemplo. Más de un millón de armenios perecieron de 1915 a 1917, con toda evidencia como parte de un plan deliberado del gobierno otomano. Turquía, como heredera del imperio otomano, niega que esas muertes hayan sido planeadas y las atribuye a rivalidades internas y a calamidades inherentes de la guerra que en esa época devastaba a Europa.

Pero no sólo niega que se haya tratado de un genocidio, como señalan algunos países, sino que ha convertido el tema en parte de su identidad nacional. Así, hablar del genocidio armenio en Turquía equivale, en virtud de una ley aprobada en junio de 2005, a alta traición. Fue por eso que al recién laureado Orhan Pamuk se le abrió un juicio en diciembre de ese año. El escritor declaró a un periódico suizo que en Turquía casi nadie se atrevía a hablar del genocidio armenio. La presión internacional logró que Pamuk fuera absuelto en enero de este año. Para documentar esta aberración, debemos agregar que las declaraciones las hizo en febrero de 2005; es decir, que la ley de junio se le aplicó en forma retroactiva.




Pamuk también se pronunció en contra de la fatwa lanzada contra su colega Salman Rushdie y colaboró con Arthur Miller y Harold Pinter en un reporte sobre la situación de los derechos humanos en su país. Aunque él se define como "nabokoviano" y "proustiano" —es decir, que aborrece la politización de la literatura— su obra ha girado en torno de las tensiones entre Oriente y Occidente, tan bien representadas en Turquía debido a su situación geográfica.

El apolitismo es una forma de hacer política, como lo demostraron los abstencionistas en las elecciones de julio en México, y el mensaje de Pamuk en ese sentido es claro: apartarse de la política equivale a condenarla por no estar de acuerdo con ella. Por lo demás, el escritor participa activamente en la campaña para convencer a sus compatriotas de las bondades de integrarse a la Unión Europea, causa de la que sí está convencido.

Otro revés sufrido por Ankara en sus aspiraciones europeas fue la decisión de Francia de tipificar como delito la negación del genocidio armenio, tal como ya se había hecho con el de los judíos, en Francia y en otros países. Esto significa que no podrán publicarse en Francia libros que promuevan la postura oficial turca. En esta decisión, claro, no sólo entra el deseo de revindicar la memoria del millón de víctimas armenias. Pese a lo que diga Jacques Chirac de dientes para afuera, Francia es hostil al ingreso de Turquía en la Unión Europea. Tener en la frontera oriental a un aliado tan incondicional de Washington como es Ankara no puede más que inquietar a París, celoso guardián de la identidad europea, amenazada por la hegemonía estadounidense.

En fin, si alguien dudaba que el premio Nobel de literatura tuviera connotaciones políticas, ahora ya tiene la prueba. Sin desdeñar por un momento la calidad y el valor de su obra, el premio adjudicado este jueves a Orhan Pamuk es también un zape al gobierno turco para que, de una vez por todas, ponga en orden su pasado y pueda hacer planes para el futuro.

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