02 noviembre, 2003

Una policía de película


Mucha gente se queja de la inseguridad en que vivimos en las ciudades. No hay reunión en la que no escuchemos espeluznantes relatos acerca de asaltos, robos, violaciones, secuestros y demás modalidades del crimen. Los medios de comunicación, por supuesto, dedican planas enteras a informarnos con lujo de detalles de los asesinatos más sanguinarios, de los crímenes más truculentos y de los atracos más millonarios.


Peor aun: ahora las noticias nos llegan por Internet y, así, no faltan acomedidos que nos envían recomendaciones para evitar ser asaltados en la calle, los centros comerciales o incluso en nuestra propia casa. Nos informan del más reciente modus operandi de los criminales, que hacen gala de un ingenio que envidiarían nuestros tecnócratas para sacar al país de la crisis.


Gran parte de la culpa, claro está, se le achaca a los cuerpos policiacos y demás organismos encargados de la seguridad pública. Se les acusa de corruptos, cuando no de estar en colusión con bandas de secuestradores y robacoches; por lo menos, no los bajan de ineptos.


Yo creo que eso no es justo. Pienso que parte del problema se debe a que nuestros puntos de comparación nos vienen de allende las fronteras; más precisamente, de las películas y programas de televisión en los que un superhéroe dedica de 22 a 44 minutos por semana a atrapar a un supervillano. Y ahí es donde se termina toda posibilidad de comparación.


¿Dónde están los supervillanos?


Si vemos bien las cosas, la tarea de un superhéroe es bastante sencilla. ¿Cómo no va a ser fácil localizar a un villano que se pasea con un disfraz extravagante, que se empeña en dejar su firma en toda fechoría que comete y que, además, siempre está motivado por ancestrales resentimientos incubados en su infancia? Pensemos en Supermán, por ejemplo. Con su vista de rayos X y su supervelocidad, le basta sentarse en el sofá de su sala y escudriñar toda la ciudad en busca de malhechores. Detecta a un tipo que lleva una pijama amarilla de espándex con vivos rojos y azules, y ya sabe que se trata de un villano que planea su próximo golpe.


Comparemos esa situación con la de nuestros pobres policías. Imaginémoslos persiguiendo a un truhán por la calle: son 125 kilos de grasa pura los que tiene que movilizar el agente de la ley en su carrera. ¿Cómo podrá dar alcance al ágil ladrón? ¿Cómo puede detectar, por ejemplo, al Mochaorejas, si éste no suele pasearse por la plaza blandiendo las orejas cortadas a modo de trofeo, como sucede en las películas?



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