10 abril, 2004

Días de guardar


Este año me falló mi devoción pascual: ninguno de los chorrocientos canales de SKY se dignó a programar Jesucristo Superestrella esta semana santa. Pero, como ya se dijo en el año jubilar del 2000, las mortificaciones también valen como forma de devoción. Así que este viernes, a modo de mortificación, me soplé Los divinos secretos de la hermandad Ya Ya, a fin de acabar con cualquier rastro de machismo que quedara en mi humilde persona.


Los gringos tienen un término muy ad hoc para designar este tipo de películas: chick flick, o sea, película de mujeres (y aquí podríamos patear el estilo y amontonar preposiciones: película de, por, para, con y mediante mujeres). Los únicos papeles masculinos están a cargo, uno, de James Gardner, con un personaje más lastimero que el que le encargaron en 8 Simple Rules, un esposo arrumbado y rebasado por su mujer desde antes de casarse; el otro, de un desconocido que interpreta al novio de Siddalee, el personaje de Sandra Bullock y en el que se adivina el embrión de otro marido superado por la esposa.


A mi gusto, a la película le faltó magia. Se siente muy endeble la motivación de Siddalee y así, cuando se revela el "terrible" secreto, la película se deshace entre las manos. Menos mal que lo dejaron para el mero final.


Quería más magia, pues, y entonces me eché un pedazo de Harry Potter. Mmm... craso error. Digo, ¿qué chiste tiene ofrecer un festín con un simple gesto de magia? ¿Dónde queda el gusto de ir al mercado, seleccionar las vituallas, desempolvar recetas de la abuela, mezclar y preparar ingredientes? Créanme, la verdadera magia actual está en la cocina. Con todo, es fácil entender el encanto de Harry Potter, la historia de un chico que ignora su origen y su destino y que, poco a poco, lo va descubriendo. Ahora que, si vamos a irnos con historias de asunción del destino propio, me quedo con el Hombre araña, en donde este conflicto está mejor planteado y, por tanto, mejor resuelto.


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