Es frecuente escuchar la queja de que la celebración del Halloween está desplazando a nuestro mexicanísimo día de los Muertos, y de que se trata de una costumbre reciente, producto de la influencia gringa.
No sé se qué entienda por “reciente”, pero al menos en mi caso, ya hace más de cuarenta años que salía con un grupo de amigos a “pedir mi Halloween” por las calles de la colonia Clavería. Y no es que nos disfrazáramos de "mostros", sino simplemente íbamos vestidos de fachas, cosa muy disfrutable para mí, deleitado en poder celebrar una fiesta sin tener que peinarme con fijapelo ni ponerme mi traje dominguero.
Sin embargo, estábamos conscientes de que se trataba de una fiesta gringa, cosa que en ese tiempo no nos producía ningún escozor. Tampoco sentía el remordimiento de estar desplazando la tradición del día de Muertos, ya que ni en mi familia, ni en ninguna otra que conociera, existía la costumbre de celebrarlo.
Veintitantos años después, me tocaría ver a mis hijos salir disfrazados a pedir su Halloween. Aunque en la primaria en que estaban, el colegio Luis Vives, hacían mucho hincapié en el día de Muertos, levantando altares y poniendo ofrendas, mis hijos no se dejaban lavar el cerebro con propaganda nacionalista: simplemente querían sus dulces.
Y si vuelvo a avanzar otros veinte años en la historia, me encuentro ahora, viviendo en un medio rural, donde la noche del 31 de octubre y todavía las dos siguientes, los chiquillos (y las chiquillas también, claro, para decirlo al modo de los tiempos) llegan a mi puerta a pedir "su calaverita". Hace ya varios años, interpelado en la calle por un niño para que "le diera su calaverita", recuerdo haberle respondido que él ya la traía adentro de la cabeza. La pobre criatura se me quedó viendo sin entender a qué me refería yo. Me causó tanta gracia que acabé poniéndole algunas monedas en la calabaza de plástico que llevaba en la mano.
Supongo que la difusión de la celebración del Halloween en nuestro país es sintomática de muchas cosas, la más evidente, la penetración de la cultura anglosajona en las costumbres de nuestra sociedad. No podría decir que eso es malo en sí mismo: es apenas la rama de un árbol muy frondoso y esforzarnos por cortarla haría que perdiéramos de vista aspectos más centrales, los cuales requieren más análisis que el que yo pudiera hacer.
Parto de la hipótesis de que no es imposible la coexistencia de tradiciones opuestas. En efecto, la celebración de la víspera de Todos los Santos tiene connotaciones lúgubres y está basada en el miedo a la muerte. Es una fiesta tétrica y horripilante, de ahí los disfraces que se llevan esa noche. La del día de Muertos, paradójicamente, es un homenaje a la vida, aunque esté basado en el rechazo de la noción de la muerte: nuestros seres queridos no nos abandonan del todo, pues por lo menos esa noche regresan a compartir con nosotros las ofrendas.
Regreso a mi tema: es posible la diversidad, no como signo de colonización, sino de apertura a otras culturas, de saludable fusión de ideas, de comprensión de otros modos de percibir el mundo. A fin de cuentas, la identidad mexicana es más que una fiesta. Y podemos tener la seguridad de que nuestros muertos no se van a volver a morir porque nosotros celebremos una fiesta que, después de todo, es más para los niños que otra cosa.
1 comentario:
Creo Yo, que es cierto hay que proteger las tradiciones (mas que se suplan por otras, se deformen y dejen de ser tradicionales) pero las voces que claman la perdida de identidad, es porque la unica identidad que ven en peligro, es la de los que gritan.
Saludos
El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra
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