31 enero, 2004

Apuntes para un epitafio


Como inscripción sobre un sepulcro, que es lo que significa la palabreja, el epitafio debería resumir la totalidad de la vida de la persona. Pero en realidad no es así; en la mayoría de las lápidas apenas se alcanza a leer el nombre, y las fechas que enmarcan la duración de la vida, a veces señaladas con el alfa y el omega, símbolos del principio y el fin. Empero, recuerdo haber visto lápidas con la efigie del interesado, ya fuera en relieve o en fotografía. Siempre me pareció un homenaje macabro.



Sería buen ejercicio anticiparse a escribir el propio epitafio. Es decir, resumir en unas cuantas palabras cómo quisiéramos ser recordados por los que dejamos atrás. Tratar de hacer una especie de curriculum vitae para el mármol nos mostraría qué aspectos nuestros consideramos de mayor importancia. No como práctica morbosa o necrofílica, sino para ayudarnos en la siempre difícil tarea de definir el rumbo que queremos tomar en la vida.


No, yo aún no tengo resuelto ese asunto. Medio siglo bregando en el planeta y todavía no sé cuál de mis facetas pondría en primer lugar en mi lápida. Y lo peor del caso es que quizá le deje esa tarea a mis sobrevivientes, si es que la quieren hacer. Porque bien podría acabar con una piedra encima con mi nombre y mis dos fechas como resumen de mi paso por la vida.



29 enero, 2004

El juicio del siglo


Ya ha pasado más de un mes de que capturaron a Saddam Hussein y no se ha vuelto a oír nada acerca del juicio que se le prepara. Fuera del círculo de sus compinches, beneficiados por la corrupción surgida a raíz del bloqueo impuesto por Naciones Unidas contra Irak después de la guerra del Golfo, no creo que haya nadie que lamente la caída del dictador mesopotámico.


Además del atolladero en el que está metido el gobierno de George W. Bush por la inexistencia de las armas que justificaron la invasión de Irak, seguramente otro dolor de cabeza para el inquilino de la Casa Blanca será montarle al ex socio de su padre un juicio que satisfaga a la opinión pública, tanto interna como externa.


Yo no tengo idea del derecho procesal inglés, en el que se basa el sistema jurídico de Estados Unidos, pero de algún modo me han de valer los cientos de horas pasadas frente a las pantallas grande y chica, viendo películas y programas de abogados, desde el inolvidable Perry Mason hasta Los practicantes, sin olvidar las incontables referencias que se hacen a los tribunales en otros programas, ya sea de comedia o de drama. Así pues, puedo considerarme un experto lego (no sé si exista esa figura, pero en fin, ya aclaré que no soy especialista) e imaginarme cómo sería el juicio de Saddam organizado para consumo del respetable público que nos favorece con su asistencia.


Propongo que para la defensa se nombre a Johnny Cochran, el mismo que salvó a O.J. Simpson de acabar en la cárcel por el asesinato de su ex esposa. Su sentido de la teatralidad aseguraría elevados niveles de rating, además de que podría contar con la simpatía de la población negra. Para la fiscalía sugiero que no se nombre a Kenneth Starr, aquel investigador especial que, pese a contar con un vestido manchado de semen como prueba, no pudo demostrar que Bill Clinton tuvo relaciones sexuales con Monica Lewinsky. De estar él al frente de la acusación contra Saddam, de seguro éste acabaría siendo elegido presidente de Estados Unidos.


El mayor problema, empero, va a ser nombrar al jurado. Si, como hemos visto hasta al cansancio en la tele, el ciudadano estadounidense evita por todos los medios imaginables su deber de jurado (base de muchos episodios de todas las comedias), va a estar difícil reunir a doce desprevenidos que quieran sentarse a escuchar los inacabables alegatos en pro y en contra. ¿Falta de interés? El silencio que guarda la prensa al respecto es prueba de ello. Y aun si los pudieran reclutar, para la defensa será muy fácil impugnar a los miembros del jurado y aplazar así indefinidamente la celebración del juicio. Véase porqué: un factor importante para ser elegido miembro es la imparcialidad respecto del caso que se va a juzgar. Si las encuestas de opinión señalan que la inmensa mayoría de los estadounidenses considera justificada la invasión de Estados Unidos a Irak, ¿de dónde van a sacar a doce personas imparciales? El mismo Washington se encargó de montar una exitosa campaña de amedrentamiento de su pueblo, de azuzamiento de la xenofobia (¡cómo si hiciera falta!) y de linchamiento contra todo aquel que se atreviera a manifestar una opinión en contra de las decisiones de la camarilla gobernante. ¿Quién va a ser el valiente que se anime a decir que él no tiene prejuicios contra Saddam, es decir, que no comparte las posturas oficiales?


Claro, éstos no son todos los problemas. Está otro de más substancia y que responde a la pregunta de bajo qué sistema jurídico se va a juzgar a Saddam. Estados Unidos no ha querido ratificar al Tribunal Penal Internacional, por lo que esta instancia queda descartada. Tampoco creo que acepte hacerlo conforme a las leyes irakíes —lo que quizá parecería natural, debido a que, si cometió algún delito o crimen, lo hizo en Irak y allí debe ser juzgado— dado el enorme desdén que los estadounidenses sienten por otros sistemas jurídicos diferentes al suyo. Pero los supuestos aliados de Washington, en especial Francia y Alemania, tampoco aceptarían que se le juzgara dentro del cómico sistema estadounidense (sí, cómico, ya vimos que es base de muchas comedias). ¿Reunir a doce personas ignorantes en derecho a discutir sobre la culpabilidad o inocencia del acusado? Basar el fallo en la habilidad oratoria de los abogados equivale a ponerle precio a la justicia, pues es evidente que sólo los más acaudalados pueden darse el lujo de pagar los honorarios de los litigantes estrella. En fin, supongo que en este año electoral, George W. Bush tiene más cosas en la cabeza que la organización de un juicio justo.


28 enero, 2004

Dos medidas de salud pública: la castidad y la matanza


Entre los primeros desatinos que pude leer en la prensa, después de que habían sonado la voz de alarma por la epidemia del sida, predominaban los de corte moralista. Siendo de transmisión sexual, era evidente que los infectados habían hecho algo para contraer la enfermedad, lo que de algún modo los volvía culpables (en esa lógica punitiva, los niños que contraían el mal por transmisión de sus madres eran llamados “víctimas inocentes”). Así, el sida se consideró castigo divino por el libertinaje desatado después de la revolución sexual de los setenta. Se le vio casi como la destrucción de Sodoma y Gomorra o, de plano, como el diluvio universal.


En su origen se vieron todo tipo de causas. Los teóricos de la conspiración hablaban de un experimento de armas biológicas que se había salido de control. Los racistas lo achacaron a los negros, invocando prácticas nefandas con animales en África. En el Unomásuno, algún sesudo opinólogo de izquierda aseguró que se trataba de una campaña de la derecha cristiana de Estados Unidos, dentro de la ola de conservadurismo que llevaría pocos meses después a Reagan a la presidencia, destinada a amedrentar a los homosexuales y a imponer mediante el miedo la moral aprobada por las estrictas normas de la derecha: la abstención y la monogamia se presentaban como las únicas alternativas. ¿No era sospechoso?, se preguntaba el articulista.


Ahora, en el sureste de Asia ha surgido otra epidemia, la de la gripe aviaria. No, no tengo idea de qué se trate ni me imagino a los pollos con gripe. Lo que sé es que ya hay quizá una decena de personas muertas y las autoridades lo único que han discurrido para atajar el mal es sacrificar a millones de pollos.


Si aplicáramos a la fiebre aviaria la misma moralina que la se le aplicó al sida, diríamos que es un castigo de dios por andar comiendo carne (en la posición teológica, claro). Los teóricos de la conspiración dirán que es un montaje de la industria de la res para acabar con la competencia, después del ramalazo que sufrieron con la enfermedad de las vacas locas (¿y porqué los pollos no se iban a enfermar también?).


Ahora, que si hubieran aplicado al sida la misma lógica de contención que a la gripe aviaria, eso hubiera significado matar a los primeros portadores del VIH. ¿Qué hubieran dicho las autoridades religiosas de eso? ¿Qué dicen ahora, ante la matanza de millones de aves, al son de que “sale muy caro vacunarlas”?



¿Píldora para la cruda?


Leo por ahí que existe gran controversia sobre algo que llaman píldora del día siguiente y pienso con tristeza que por fin inventaron un remedio clínico contra la cruda, justamente cuando ya no lo necesito, pues mi abstención del alcohol me hace inmune a la también llamada resaca.


Pero la intervención del Episcopado y de ProVida me hace dudar: ¿Qué tienen estos santos varones en contra de que un ciudadano se baje de la cruz para ir a trabajar entre semana, como solía yo pedir a gritos cuando militaba en el periodismo? Leo con más atención y rectifico: se trata más bien de un método de anticoncepción hormonal postcoital, o sea, una píldora anticonceptiva para desmemoriados. Y el revuelo lo causa el hecho de que la Secretaría de Salud la haya incluido en sus métodos de planificación familiar.


Por lo visto hay gente que no aprende ni en cabeza propia. Después de la campaña de publicidad montada por algunos sectores de la Iglesia y de ProVida en favor de El crimen del padre Amaro (levanten la mano quienes hubieran visto esa película de no ser por el escándalo que armaron), por mencionar sólo uno de los más recientes éxitos de estos publirrelacionistas, ¿aún siguen pensando que es posible oponerse a gritos y sombrerazos (o con amenazas de excomunión) a una medida del gobierno o de la sociedad civil?


Es muy fácil criticar el obscurantismo de la Iglesia y de sus secuaces. De hecho, esas críticas constituyen toda una industria que hace florecer a periódicos "progresistas" y a movimientos abanderados de cuanta causa de avanzada sea dable imaginar. Lo difícil es liberarse de la tutela de esa institución y no permitir que sus posturas influyan en las nuestras, ni en sentido favorable ni en el adverso.


Es decir, la Iglesia sigue constiuyendo el punto de referencia clave en muchos temas vitales del hombre y de la sociedad. Y solemos adoptar nuestra posición ya sea en favor o en contra de dicho punto. ¿No podemos pensar por nuestra cuenta? ¿No podemos analizar nuestra postura respecto de la anticoncepción en forma independiente de los patrones moralistas impuestos por el clero?


Sí, la vida cotidiana se ha deslizado hacia el laicismo. La religión y la Iglesia ya no tienen tanta influencia como la tenían digamos hace un siglo. Pero los tabúes, prejuicios y demás recetas impuestas para adquirir nuestra parcela en el paraíso siguen vigentes cuando se trata de algo más que decidir si ir o no ir a la misa del domingo, si rezar en latín o en español, si comulgar los viernes primero, si ayunar en Cuaresma o usar velo (las mujeres) dentro de las iglesias.


Hay una frase del mismo cristianismo que podría volverse en su contra, de llegarse a aplicar: La verdad os hará libres.


27 enero, 2004

La república de las letras en quiebra


No sé si en otros mundos literarios exista un fenómeno como el de Juan Rulfo en México. Autor sólo de una colección de cuentos y una novela corta, el señor pasó la segunda mitad de su vida sin escribir nada más, consagrado ya como faro de las letras mexicanas, asistiendo a cuanta presentación e inauguración se organizara, opinando sobre todo género de temas, desde política hasta, claro, literatura, recibiendo todo tipo de homenajes y sahumerios. Murió en olor de santidad literaria y pasó directamente a ocupar uno de los tronos más altos del Olimpo, sentado a la diestra de Octavio Paz, juzgando la obra de los vivos mediante el premio literario que lleva su nombre y que se entrega en la feria del libro de Guadalajara.


No critico su obra. Por el contrario, sus cuentos me parecen geniales y su novela muy profunda. Pero ya puesto a criticar, quiero señalar el aparato creado en su torno, el culto que recibe por parte de turiferarios que creen elevarse al elevar a su objeto de adoración y, por supuesto, la nefasta actitud oficial de crear premios y otorgar becas siguiendo los criterios de los caciques de la cultura.


¿Para qué se ensalza al autor y se quiere castigar la lectura de su obra cargándole impuestos? ¿Con qué cara nos viene el gobierno a decir que leamos más, si los pocos parroquianos de las librerías hemos salido asustados por los precios inalcanzables de los libros? ¿A qué organizar talleres de promoción de la lectura si no se abarata su materia prima, es decir, el libro?


Siempre hemos escuchado la queja de que "el mexicano no lee". Mentira. Basta pasear por el metro para darnos cuenta de la cantidad de personas que aprovechan los recorridos para leer. El hecho de que lean El libro vaquero sólo significa que ésa es la única lectura accesible. ¿Quién va a gastar más de 150 pesos por un libraco, si por diez puede comprarse La novela semanal que, como quiera, también satisface la necesidad de lectura?


26 enero, 2004

Caminos de la nostalgia


Como para acallar mis quejas continuas por tanta basura que recibo por correo, hace unas semanas recibí de un amigo una foto que me dejó sobrecogido. Riki no dice de dónde la sacó, ni siquiera a qué fecha corresponde. Pero más o menos adivino que estamos en casa de Ramón, nuestro centro habitual de reunión allá por 1970-1971.



Ver la foto me hundió en un remolino de nostalgias y de reflexiones que me duró varios días. Después de 30 años transcurridos, me asombró volver a ver rostros tan queridos, que han permanecido en mi vida de un modo u otro. Claro, en ese tiempo ni se me hubiera ocurrido pensar en ello, pues estaba en una edad ajena al tiempo y sus preocupaciones.


La segunda pregunta que me asaltó (la primera fue: ¿Cómo es que algunos hemos cambiado tanto y otros siguen igualitos e inconfundibles?) fue una concesión a la típica tentación del hubiera. ¿Qué hubiera pasado si...? En ese momento mi vida estaba frente a mí, oculta por supuesto, con sus innumerables ramificaciones. Cada paso, cada decisión que fui tomando, me llevó por un camino y, al mismo tiempo, me fue cerrando los demás. ¿Qué hubiera pasado si, en vez de irme a Acapulco en noviembre de 1972 me hubiera quedado a estudiar para los exámenes extraordinarios de la prepa? ¿Qué camino hubiera tomado mi vida si hubiera entrado en la carrera en 1973, en lugar de hacerlo en 1978?


Ya sé que conjugar los verbos de ese modo no tiene sentido. La única manera razonable es el indicativo: Mis decisiones me llevaron por este camino; ¿cuáles recorreré en razón de las decisiones que tome hoy?


Borges tiene un cuento llamado El jardín de los senderos que se bifurcan. Ésa es una buena definición de la vida, sobre todo vista en retrospectiva, un entramado de hilos que se cruzan, se anudan, cabos sueltos, fibras llenas de color unas y otras descoloridas, retazos olvidados en algún rincón, otros gastados de tanto uso... la trama de la vida también se le llama y analizarla podría echar luz a lo que nos espera. Es vano escudriñar las estrellas en busca de esas respuestas.

23 enero, 2004

Mi reconciliación con Krishnamurti


Siempre respeté a Krishnamurti, desde que leí un librito suyo llamado La mutación psicológica. Me parecía la exposición más clara y lúcida que hubiera visto. Claro, mi punto de referencia en ese tiempo era el ocultismo de Papus, la magia de Eliphas Levi, la astrología que para entonces empezaba apenas a desentrañar y otras materias no menos obscuras.


Lo que más me gustó de su biografía fue el hecho de haberle dado en las narices a los teósofos y renunciado al papel de mesías de la nueva era que le tenían asignado. Eso me pareció (y me sigue pareciendo, claro) una muestra de las más alta calidad y honestidad moral. ¿Mesías a mí? Harto estaba yo de guruses y profetas que aseguraban ser el preciso, desde el farragoso Laferriere hasta el ininteligible Aun Weor, cualquiera que se me presentara como profeta me parecía desdeñable.


Sin embargo, después me decepcioné de Krishnamurti, más que nada por su actitud tan crítica y escéptica respecto de técnicas y métodos de salvación (o iluminación, pues). Leía y leía y sólo encontraba dudas y preguntas, ninguna respuesta. Su método me llegó a parecer cuestionable, pues si se iba a limitar a devolver interrogantes, pues mejor que ni se presentara como conferenciante, ¿no creen?


En realidad lo que traía con él era una espinita que me clavó una de sus declaraciones. Decía Krishnamurti que la técnica de meditación era cuestionable, pues se basaba en la "mecanización de la conciencia". Es decir, conforme uno adquiere práctica, va meditando mejor. Y eso, para él, representa simplemente una mecanización, la formación de un hábito, cosa contraria a lo que se busca, que es liberarse de hábitos y reacciones. Entonces, ¿cómo conciliar esta perspectiva con la práctica asidua de la meditación?


Tiempo después me llegó la aclaración de esa duda. La meditación nunca será mecánica, nunca se nos hará hábito ni será a punta de reacciones como meditemos, pues nunca una sesión de meditación es igual a otra. Uno se sienta a meditar sin saber cómo le va a ir, sin esperar a que, como la vez pasada estuvo "buena", ésta estará "mejor". No, cada vez que nos sentamos a meditar es como si fuera la primera. De ahí que no se nos haga hábito, de ahí que no constituya una reacción mecánica. De ahí, pues, mi reconciliación con Krishnamurti.

22 enero, 2004

La barra brava se calienta


En alguna ocasión leí que el hombre se excita sexualmente cuando su equipo preferido gana. Su equipo deportivo, claro está, y eso en México significa sencillamente un equipo de futbol, deporte que concita el mayor número de seguidores. Si fuéramos muy freudianos podríamos considerar que esto se debe a la metáfora de la cópula desarrollada en el juego, cuyo objetivo es penetrar la red con un balón burlando la resistencia que pueda presentar el portero. Pero no somos psicólogos ni pretendemos desentrañar los significados ocultos de este deporte tan popular. Nuestra ambición es más modesta.


Además, hay que aclarar que esta excitación sexual no se manifiesta en una erección al momento de que se anota un gol; no, más bien es el despertar del deseo sexual, la emoción de la libido. Siguiendo a esta teoría, pensaríamos que el domingo por la noche hay un montón de esposas satisfechas. Pero no necesariamente ha de ser así: entre la victoria de su equipo, el domingo por la tarde, y la hora de acostarse por la noche, pueden suceder muchas cosas que le bajen el ánimo erótico a nuestro sufrido fan de los deportes: la comida con la suegra, el pleito con los hijos que a última hora le dijeron que necesitaban comprar algo urgente para el día siguiente en la escuela, o con la misma esposa, harta de tener que preparar las botanas y las bebidas para los gorrones amigos del marido que se reunieron en su casa a ver el partido de futbol.


El futbol en México es, con mucho, el deporte más popular. Lo asombroso del futbol es que no sólo se disfruta como espectáculo, sino que también se practica, a diferencia de muchos otros deportes, cuya infraestructura los pone fuera del alcance de las masas. Basta un terreno más o menos despejado y nivelado, una pelota de cualquier tamaño y material, tres o más niños por bando, y ya tenemos una buena cascarita llanera, verdadero semillero de la selección nacional.


Una de las características que define a un mexicano es el equipo al que se inclinan sus preferencias. “¿A quién le vas?”, es una pregunta obligada en cualquier cantina, sobre todo en día de juego. La respuesta que demos puede forjar una sólida amistad que dure toda la vida, o un odio tan ancestral como el que opone a los judíos con los árabes.


La pertenencia a un equipo suele ser hereditaria: el padre lleva a su hijo al estadio a apoyar a sus colores. Así se establece una cadena de fidelidades que llega a perdurar por generaciones. Pero puede ocurrir que, en una reacción edípica, el hijo se vuelva contra el padre y cambie sus lealtades. Esto alcanza tintes de tragedia griega: el padre repudia a su hijo, lo deshereda, lo condena al ostracismo. Quizá en su lecho de muerte, al enterarse de que su equipo derrotó al de su hijo, el padre lo perdone y muera musitando los lemas legendarios: “A la bio, a la bao, a la bim, bom, ba...”


Cuando yo era niño, el país estaba dividido en dos grandes bandos: los que le iban a las Chivas y los que le iban al América. Después surgieron los Pumas, como esa tercera vía de la que el británico Tony Blair quiso pasar de abanderado. Y claro, siempre estuvieron los demás equipos, como el Cruz Azul y el Atlante, pero el gran clásico de clásicos definitivamente se disputaba entre las Chivas y el América.


Después vinieron los patrocinios comerciales. Ahora, el espectador despistado no sabe quiénes están jugando: las camisetas de los futbolistas parecen páginas de Internet llenas de anuncios y en ocasiones tiene la impresión de que el clásico se disputa entre la Corona y la Sol.


La pertenencia a un equipo, la defensa de la camiseta, suele ejercerse en casa, los domingos, en compañía de los amigos y con el apoyo de cervezas y botanas. Este ejercicio consiste básicamente en seguir con atención el partido, comentar las jugadas y saltar de emoción cuando el equipo preferido anota un gol. La emoción se manifiesta alzando ambos puños, gritando “goool” y puede llegar incluso al abrazo generalizado entre los compadres.


Pero el verdadero fan, el hincha de hueso colorado, el que sabe que su apoyo es decisivo para la victoria de su equipo, es el que asiste al estadio. No necesariamente tiene que llegar con el emblema de su equipo pintado en la cara, pero sabe que, si no se presenta con una corneta, un dedo enorme de hule espuma, un sombrero igualmente grande, el banderín correspondiente y, por supuesto, una cartera dispuesta a abrirse cada vez que necesite aclararse la garganta con cerveza para vitorear a su oncena, ésta puede perder.


La victoria en la cancha depende de tantos factores, que el auténtico fan no quiere descuidar ninguno. Y es que en el fondo teme que, sin su experto coucheo, sin sus sabias indicaciones, los jugadores no sabrán qué hacer. Básicamente no confía en el director técnico, a quien en el fondo odia o envidia. Sabe que los futbolistas entran en la cancha desganados y desorientados, sin tener idea de lo que se trata el juego. Por eso les recomienda jugadas y los anima con sus porras. Su fantasía secreta es que los jugadores, al verlo en las tribunas, piensen: "¡Mira nada más! Pero si ahí está Pepe. Supongo que si él se tomó la molestia de venir, yo bien puedo esforzarme por ganar. A ver, a ver, sí, ahí está el hueco... apúntale bien... dispara y..."

16 enero, 2004

Gambito de reina


Hay palabras que lastiman los oídos, al menos los míos. Y estos días circula una de ésas que, por las circunstancias en que ha aparecido, resulta doblemente lastimosa: se trata del empoderamiento que, con el predicado "de las mujeres", Martita Sahagún quiere usar de bandera para quedarse en Los Pinos un sexenio más.


Aquí hay dos vertientes. La primera es que resulta lamentable que se calque tan descaradamente un término producto de la demagogia gringa, el empowerment, con el que un sector de la sociedad estadounidense pretende subsanar olvidos ancestrales. Así, el empowerment que se le ofrece a los grupos tradicionalmente marginados constituye lo que acá en Mexiquito conocemos desde siempre como atole con el dedo.


La segunda vertiente es que, al hilvanar sus pretensiones reeleccionistas con los derechos de la mujer, Martita ejecuta un paso doble: quienes nos oponemos a esta aspirantura corremos el riesgo de ser llamados machistas o misóginos, de no querer que las mujeres se "empoderen" (¿y qué diablos quiere decir eso? ¿qué tengan poderes como la Mujer Maravilla?). Si le resulta este gambito de reina, la Jefa va a salirnos con que fue un triunfo de las mujeres; si fracasa, nos va a echar la culpa por misóginos y por constituir una sociedad que "aún no está preparada para ser presidida por una mujer". En cualquier caso, ella saldrá airosa.


Hace unos meses decía que resultaba un agravio a la inteligencia nacional la mera idea de que Martita aspirara a la presidencia. El desarrollo de la situación, por desgracia, la presenta ahora como una verdadera pesadilla que se asoma en el horizonte. ¿Tendrá Fox los elementos necesarios para impedir los sueños dinásticos de su consorte? No los ha tenido para otras cosas, así que esta pesadilla se anuncia bien real.


15 enero, 2004

La voz de los espíritus


Siempre me llamó la atención el problema lingüístico en el contexto espiritista. Tuve un compañero de trabajo espiritista, que me contaba que en sus sesiones hablaba con el espíritu de Platón, con Jesucristo por supuesto, y con otros grandes personajes de la historia. Todos en muy buena onda, dispuestos a dar consejos sobre los problemas cotidianos que afligían a los asistentes. Y así desfilaban los grandes genios convertidos en doctoras corazón por obra y gracia de los poderes psíquicos del médium.


Nunca me explicó como le hacía para entenderse con tales figurones. Digo, no es por nada, pero Chuchito acabó la primaria con dificultades, le costaba trabajo hilvanar una frase completa y, si no traía sus buenas copas encima, por lo general era bastante tímido. No me lo imaginaba poniéndose al tú por tú con Napoleón y, mucho menos, pidiéndole consejos para resolver el problema del novio de su hija, que se había quedado sin trabajo.


Y, sobre todo, quedaba pendiente el tema del idioma: ¿en qué idioma se comunican los espíritus con los vivos?


¿Acaso por el hecho de haber muerto, la persona aprende todos los idiomas del mundo? ¿Estar en el más allá la vuelve no sólo experta en resolver problemas, sino también políglota? Porque, digo yo, que el general Schwarzkopf le pida consejos a Napoleón para librar la guerra en Irak no me parece mala idea. Pero que Chuchito le pregunte qué hacer para meter en cintura a la casquivana de su sobrina, como que ya es otra cosa, ¿no? Porque, por muy sabios que hayan sido, los muertitos como quiera no saben de todo y ahí, como en otras cosas, debería aplicarse el dicho aquél de "zapatero a tus zapatos". Si uno tiene problemas con su examen de física, pues sí, que vaya a consultar con Einstein. Pero que ni se le ocurra pedirle consejo en materia sentimental al autor de la teoría de la relatividad, pues ya sabemos cómo se llevaba el desgraciado con su esposa.


Bueno, pues ahora leí una nota en el Milenio que me aclaró mucho estos temas. El asesino de la ministra sueca de relaciones exteriores, de origen serbio, ya confesó que perpetró su crimen aconsejado por "voces de espíritus", entre ellas las de Jesús que, por suerte para él, le hablaban en serbio. Entonces, ahí lo tienen: los espíritus sí nos hablan en nuestro idioma natal, no sé si como graciosa concesión o de plano para facilitarnos las cosas.


Y, por cierto, recuerdo que hace muchísimos años me topé con una señora que, al saber que yo estudiaba esperanto, me dijo, totalmente segura de lo que afirmaba: "¡Ah, sí! El esperanto es la lengua que hablan los ángeles." Y me aseguró que la palabra era una contracción de "espíritu santo". Por supuesto que no me molesté en sacarla de su error.


14 enero, 2004

¡Más seriedad, señores!



Al amasijo de proyectos de lengua internacional, surgido especialmente en el último cuarto del siglo XIX y en el primero del XX, ahora tenemos los cambios de nombre, lo cual sólo sirve para aumentar la confusión entre aquellos bienintencionados que trataran de desenmarañarla.


Vea usted porqué:


En 1903, el italiano Giuseppe Peano propuso su latino sine flexione que, como indica su nombre, era una versión facilita del latín clásico. Sin embargo, con todo lo descriptivo que resultaba ese nombre, años después se lo cambió por el de interlingua.


A fines de los años veinte, el lingüista danés Otto Jespersen publicó su obra An International Language (no me pregunten porqué lo hizo en inglés), en la que usó el término interlengua (acuñado en 1911 por Jules Meysmans) para referirse a lo que hasta entonces llamaban lengua artificial, auxiliar, construida, etcétera.


También allá por los años veinte del siglo pasado se creó la Asociación Internacional de la Lengua Auxiliar, conocida por sus siglas (naturalmente que en inglés) de IALA. Este curioso engendro del ocio combinado con el financiamiento produjo, más de veinte años después, lo que también se bautizó como interlingua, a la que en ocasiones se le agrega el apellido para diferenciarla de las demás: interlengua de IALA.


¿Cómo va la cuenta? Llevamos dos idiomas y un concepto con un nombre tan similar que sólo los especialistas los distinguen. ¿Les parece poco? Pues ya no, pues, como pude darme cuenta, el occidental acaba de cambiar de nombre y ahora se llama interlengue que no, no es lo mismo que interlengua o interlingua, pero no me digan que no están hechos bolas. Porque, digo yo, ¿quién va a tomar en serio una ciencia que estudia a las interlenguas, o sea, la interlengua, la interlingua y la interlengue entre otras?


03 enero, 2004

De los fabricantes de lenguas


Sería muy fácil burlarse de quienes se interesan en la construcción de lenguas, habida cuenta de que su esfuerzo rara vez pasará de un puñado de documentos publicados en ese depositorio de la diversidad del pensamiento humano que algunos siguen llamando Web.


También sería muy fácil comparar esos afanes con los de la ciencia pura, interesada en descubrir mecanismos que, quizá algún día, encuentren su aplicación práctica. Los constructores de lenguas, pues, estarían echando las bases teóricas para el desarrollo de una lengua perfecta, como la quieren algunos.


No hay que sentir repulsión ni desdén por este aspecto del conocimiento. Una lengua verdaderamente internacional, una lengua universal, una interlengua, una lengua auxiliar, artificial o construida, una lengua cualquiera, pues, necesita un elemento adicional que muy pocas llegan a tener: una base de hablantes, una comunidad que la adopte para fines comunicacionales.


La interlingüística (pese a lo que digan los lingüistas convencionales) es la rama que estudia este terreno, que establece leyes y normas, que analiza tendencias y traza clasificaciones de las interlenguas (nombre secuestrado por la IALA para llamar a su creación, producto de un esfuerzo financiero digno de mejores metas, pero ésa es otra historia).


Pero el esperantista común, como ya he dicho en otras partes, siente que se le mueve el piso cada vez que oye hablar de otras interlenguas, como si la filiación lingüística del esperanto fuera una cosa vergonzosa que habría que ocultar, más que estudiar. Para él, la interlingüística se equipara con la teratología (el estudio de los monstruos) y sus esfuerzos se dirigen a desmarcarse de ese campo. O, con mente aun más estrecha, considera que cualquier mención al volapük, ido, novial, occidental o interlingua puede menoscabar el avance de su propia lengua. ¡Como si éstas fueran competencia del esperanto!


Muy por el contrario: Conocer el terreno en el que surgió el esperanto, los antecedentes, la historia del desarrollo de otros proyectos (cuando éstos han tenido algún desarrollo, claro, pues la inmensa mayoría sólo se ha quedado en proyecto) permite apreciar más el valor del esperanto. Conocer las dificultades que ha tenido que superar es valorar las ventajas que le han permitido hacerlo, en primer lugar.


Esto, por supuesto, no significa que me vaya a poner a construir lenguas. Tengo mejores planes para mi tiempo.