23 enero, 2004

Mi reconciliación con Krishnamurti


Siempre respeté a Krishnamurti, desde que leí un librito suyo llamado La mutación psicológica. Me parecía la exposición más clara y lúcida que hubiera visto. Claro, mi punto de referencia en ese tiempo era el ocultismo de Papus, la magia de Eliphas Levi, la astrología que para entonces empezaba apenas a desentrañar y otras materias no menos obscuras.


Lo que más me gustó de su biografía fue el hecho de haberle dado en las narices a los teósofos y renunciado al papel de mesías de la nueva era que le tenían asignado. Eso me pareció (y me sigue pareciendo, claro) una muestra de las más alta calidad y honestidad moral. ¿Mesías a mí? Harto estaba yo de guruses y profetas que aseguraban ser el preciso, desde el farragoso Laferriere hasta el ininteligible Aun Weor, cualquiera que se me presentara como profeta me parecía desdeñable.


Sin embargo, después me decepcioné de Krishnamurti, más que nada por su actitud tan crítica y escéptica respecto de técnicas y métodos de salvación (o iluminación, pues). Leía y leía y sólo encontraba dudas y preguntas, ninguna respuesta. Su método me llegó a parecer cuestionable, pues si se iba a limitar a devolver interrogantes, pues mejor que ni se presentara como conferenciante, ¿no creen?


En realidad lo que traía con él era una espinita que me clavó una de sus declaraciones. Decía Krishnamurti que la técnica de meditación era cuestionable, pues se basaba en la "mecanización de la conciencia". Es decir, conforme uno adquiere práctica, va meditando mejor. Y eso, para él, representa simplemente una mecanización, la formación de un hábito, cosa contraria a lo que se busca, que es liberarse de hábitos y reacciones. Entonces, ¿cómo conciliar esta perspectiva con la práctica asidua de la meditación?


Tiempo después me llegó la aclaración de esa duda. La meditación nunca será mecánica, nunca se nos hará hábito ni será a punta de reacciones como meditemos, pues nunca una sesión de meditación es igual a otra. Uno se sienta a meditar sin saber cómo le va a ir, sin esperar a que, como la vez pasada estuvo "buena", ésta estará "mejor". No, cada vez que nos sentamos a meditar es como si fuera la primera. De ahí que no se nos haga hábito, de ahí que no constituya una reacción mecánica. De ahí, pues, mi reconciliación con Krishnamurti.

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