28 enero, 2004

Dos medidas de salud pública: la castidad y la matanza


Entre los primeros desatinos que pude leer en la prensa, después de que habían sonado la voz de alarma por la epidemia del sida, predominaban los de corte moralista. Siendo de transmisión sexual, era evidente que los infectados habían hecho algo para contraer la enfermedad, lo que de algún modo los volvía culpables (en esa lógica punitiva, los niños que contraían el mal por transmisión de sus madres eran llamados “víctimas inocentes”). Así, el sida se consideró castigo divino por el libertinaje desatado después de la revolución sexual de los setenta. Se le vio casi como la destrucción de Sodoma y Gomorra o, de plano, como el diluvio universal.


En su origen se vieron todo tipo de causas. Los teóricos de la conspiración hablaban de un experimento de armas biológicas que se había salido de control. Los racistas lo achacaron a los negros, invocando prácticas nefandas con animales en África. En el Unomásuno, algún sesudo opinólogo de izquierda aseguró que se trataba de una campaña de la derecha cristiana de Estados Unidos, dentro de la ola de conservadurismo que llevaría pocos meses después a Reagan a la presidencia, destinada a amedrentar a los homosexuales y a imponer mediante el miedo la moral aprobada por las estrictas normas de la derecha: la abstención y la monogamia se presentaban como las únicas alternativas. ¿No era sospechoso?, se preguntaba el articulista.


Ahora, en el sureste de Asia ha surgido otra epidemia, la de la gripe aviaria. No, no tengo idea de qué se trate ni me imagino a los pollos con gripe. Lo que sé es que ya hay quizá una decena de personas muertas y las autoridades lo único que han discurrido para atajar el mal es sacrificar a millones de pollos.


Si aplicáramos a la fiebre aviaria la misma moralina que la se le aplicó al sida, diríamos que es un castigo de dios por andar comiendo carne (en la posición teológica, claro). Los teóricos de la conspiración dirán que es un montaje de la industria de la res para acabar con la competencia, después del ramalazo que sufrieron con la enfermedad de las vacas locas (¿y porqué los pollos no se iban a enfermar también?).


Ahora, que si hubieran aplicado al sida la misma lógica de contención que a la gripe aviaria, eso hubiera significado matar a los primeros portadores del VIH. ¿Qué hubieran dicho las autoridades religiosas de eso? ¿Qué dicen ahora, ante la matanza de millones de aves, al son de que “sale muy caro vacunarlas”?



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