29 enero, 2004

El juicio del siglo


Ya ha pasado más de un mes de que capturaron a Saddam Hussein y no se ha vuelto a oír nada acerca del juicio que se le prepara. Fuera del círculo de sus compinches, beneficiados por la corrupción surgida a raíz del bloqueo impuesto por Naciones Unidas contra Irak después de la guerra del Golfo, no creo que haya nadie que lamente la caída del dictador mesopotámico.


Además del atolladero en el que está metido el gobierno de George W. Bush por la inexistencia de las armas que justificaron la invasión de Irak, seguramente otro dolor de cabeza para el inquilino de la Casa Blanca será montarle al ex socio de su padre un juicio que satisfaga a la opinión pública, tanto interna como externa.


Yo no tengo idea del derecho procesal inglés, en el que se basa el sistema jurídico de Estados Unidos, pero de algún modo me han de valer los cientos de horas pasadas frente a las pantallas grande y chica, viendo películas y programas de abogados, desde el inolvidable Perry Mason hasta Los practicantes, sin olvidar las incontables referencias que se hacen a los tribunales en otros programas, ya sea de comedia o de drama. Así pues, puedo considerarme un experto lego (no sé si exista esa figura, pero en fin, ya aclaré que no soy especialista) e imaginarme cómo sería el juicio de Saddam organizado para consumo del respetable público que nos favorece con su asistencia.


Propongo que para la defensa se nombre a Johnny Cochran, el mismo que salvó a O.J. Simpson de acabar en la cárcel por el asesinato de su ex esposa. Su sentido de la teatralidad aseguraría elevados niveles de rating, además de que podría contar con la simpatía de la población negra. Para la fiscalía sugiero que no se nombre a Kenneth Starr, aquel investigador especial que, pese a contar con un vestido manchado de semen como prueba, no pudo demostrar que Bill Clinton tuvo relaciones sexuales con Monica Lewinsky. De estar él al frente de la acusación contra Saddam, de seguro éste acabaría siendo elegido presidente de Estados Unidos.


El mayor problema, empero, va a ser nombrar al jurado. Si, como hemos visto hasta al cansancio en la tele, el ciudadano estadounidense evita por todos los medios imaginables su deber de jurado (base de muchos episodios de todas las comedias), va a estar difícil reunir a doce desprevenidos que quieran sentarse a escuchar los inacabables alegatos en pro y en contra. ¿Falta de interés? El silencio que guarda la prensa al respecto es prueba de ello. Y aun si los pudieran reclutar, para la defensa será muy fácil impugnar a los miembros del jurado y aplazar así indefinidamente la celebración del juicio. Véase porqué: un factor importante para ser elegido miembro es la imparcialidad respecto del caso que se va a juzgar. Si las encuestas de opinión señalan que la inmensa mayoría de los estadounidenses considera justificada la invasión de Estados Unidos a Irak, ¿de dónde van a sacar a doce personas imparciales? El mismo Washington se encargó de montar una exitosa campaña de amedrentamiento de su pueblo, de azuzamiento de la xenofobia (¡cómo si hiciera falta!) y de linchamiento contra todo aquel que se atreviera a manifestar una opinión en contra de las decisiones de la camarilla gobernante. ¿Quién va a ser el valiente que se anime a decir que él no tiene prejuicios contra Saddam, es decir, que no comparte las posturas oficiales?


Claro, éstos no son todos los problemas. Está otro de más substancia y que responde a la pregunta de bajo qué sistema jurídico se va a juzgar a Saddam. Estados Unidos no ha querido ratificar al Tribunal Penal Internacional, por lo que esta instancia queda descartada. Tampoco creo que acepte hacerlo conforme a las leyes irakíes —lo que quizá parecería natural, debido a que, si cometió algún delito o crimen, lo hizo en Irak y allí debe ser juzgado— dado el enorme desdén que los estadounidenses sienten por otros sistemas jurídicos diferentes al suyo. Pero los supuestos aliados de Washington, en especial Francia y Alemania, tampoco aceptarían que se le juzgara dentro del cómico sistema estadounidense (sí, cómico, ya vimos que es base de muchas comedias). ¿Reunir a doce personas ignorantes en derecho a discutir sobre la culpabilidad o inocencia del acusado? Basar el fallo en la habilidad oratoria de los abogados equivale a ponerle precio a la justicia, pues es evidente que sólo los más acaudalados pueden darse el lujo de pagar los honorarios de los litigantes estrella. En fin, supongo que en este año electoral, George W. Bush tiene más cosas en la cabeza que la organización de un juicio justo.


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