22 diciembre, 2005

Diciembre me gustó pa' despedirme

La ley primordial de la vida es el cambio. Algunas cosas evolucionan, otras simplemente desaparecen. Aferrarse a la forma, tratar de hacer que perduren las cosas en su forma original es apostarle al anquilosamiento, es rendir homenaje a un cascarón ya vacío, frágil por lo demás, que se desmorona en cuanto lo tocamos.

Hay que saber reconocer las etapas de la vida; determinar cuándo ya se agotó una para estar preparados para la siguiente. No hacerlo es quedar esclavo de rituales sin sentido, sacerdotes de dioses desaparecidos o, por lo menos, sujetos de tradiciones y compromisos que perdieron su razón de ser tiempo atrás.

En mi caso, siento que mantener este blog es uno de esos compromisos que, asumidos con entusiasmo en un principio, poco a poco van perdiendo el sentido hasta convertirse en mera forma, en cascarones, en actividades repetidas mecánicamente que ya no responden a su propósito original.

Por lo tanto, he decidido dejar de escribir estas notas definitivamente. No quiero que me vuelva a pasar lo de hace unos meses, cuando simplemente las fui abandonando para, tiempo después, tratar inútilmente de revivirlas.

Como en todo acto final, se impone hacer un balance. Por el lado del haber, tengo a mi favor el haber ejercitado las neuronas para producir notas más o menos presentables, ya fuera investigando temas u ordenando mis ideas para exponerlas en forma clara. Tengo también a mi favor los comentarios de los lectores, tanto los que coincidían con mis puntos de vista como los que los atacaban. En cualquier caso, saberme leído y analizado por un lado me halagaba y por otro, me comprometía a ejercer mayor rigor en mis notas. Agradezco, pues, a todos aquellos que se tomaron la molestia de dejar un comentario en cualquier sentido.

El lado del debe es más personal y apunta sobre todo a lo que ya dije: sentir el compromiso de bloguear se fue convirtiendo en una pesada carga que, sumada a las que ya tengo en mi vida personal, se volvió poco menos que insoportable.

Voy a dejar aquí estas notas, pues no me cuesta nada hacerlo (incluso es más fácil dejarlas que borrarlas). Voy a darme un respiro. Y siento que allá en el fondo persiste en mí el gusanito de seguir escribiendo. Pero no lo volveré a hacer como compromiso, sino simplemente por gusto. Creo que no hay mejor forma de hacerlo.

14 diciembre, 2005

Las vueltas del tiempo

Vuelvo siempre a los mismos temas. No tengo más: pocas cosas me obsesionan. El tiempo y su opuesto, la eternidad, ese concepto que se burla de nuestros mezquinos calendarios.

Volver en el tiempo: regresar nuestra vida hasta ese punto en el que dio el giro que nos llevó hasta aquí, que nos puso en un lugar que no queremos, que no espérabamos. Pedir una segunda oportunidad de vivir, pues la primera la desperdiciamos.

Llegamos a un momento en que tomamos una decisión, seguimos un camino y abandonamos otro, dejamos una puerta cerrada en favor de la que abrimos. Y luego, con el tiempo, queremos desandar el camino y pensamos que si hubiéramos seguido otro nos hubiera ido mejor, hubiéramos sido más felices, más prósperos, más amados.

Esa vuelta en el tiempo, lo sabemos, es imposible. Todo lo más que nos permite esa tentación es analizar las decisiones fallidas, los malos pasos, los errores de juicio. Y si somos afortunados, algo podremos aprender de ello “para la otra”, aunque esa otra nunca vuelva a presentarse.

13 diciembre, 2005

Falsedad de la memoria

La memoria, ese registro de la vida, es la materia del olvido. Está hecha de la misma substancia de los sueños: apenas queremos sujetarla se esfuma, se desvanece y se hunde en la sombra del pasado.

No podemos más que aspirar a sentirnos iluminados por ella de repente, por casualidad, como no queriendo.

El recuerdo es un animal esquivo y asustadizo: nos ve y corre, lo llamamos y se da a la fuga, temeroso de que lo apresemos para siempre en las cadenas de las palabras.

Escribir nuestras memorias es una invención: no hay forma de relatar lo vivido sin tergiversarlo. Es un acto de creación o, mejor dicho, de recreación. Recreo mi vida a mi gusto, fabrico mi historia, tejo en ella parte de mis sueños y, a la vuelta de la página, mi nueva vida substituye a la anterior. No soy quien he sido; soy quien recuerdo ser.

16 noviembre, 2005

La competencia de los mesías

Dentro de la vaga y contradictoria nebulosa de movimientos afiliados al New Age, una de las pocas nociones comunes es la idea de que ya nos encontramos en una nueva era (de ahí el nombre). Ésta es la era de Acuario, anunciada en la canción del musical Hair y que promete cambios muy positivos para la humanidad. Del hecho de que estemos en una nueva era muchos derivan un principio fundamental: hay una persona que encarna al mesías de esta época y a la que designan con un nombre que suele reflejar la orientación del movimiento que encabeza.

Así nos enteramos de la existencia de avatares, término tomado del sánscrito avâtara y que significa la encarnación de un dios. Para los miembros, y sobre todo para los beneficiarios de estos movimientos, avatares fueron Krishna, Moisés y Jesús, respectivamente de las eras de Tauro, Aries y Piscis. Ahora bien, si hay consenso en los avatares de las eras anteriores, en nuestros tiempos se libra una sorda pero encarnizada lucha por la titularidad del cargo de mesías de la era de Acuario.

Uno de los contendientes más singulares es el colombiano Víctor Manuel Gómez quien con el paso del tiempo se hizo llamar Samael Aun Weor para presentarse como el avatar de la era de Acuario, "encargado por la Logia Blanca de abrir públicamente las puertas del Templo de la Sabiduría a la humanidad que sufre".

Quien se acerque sin el menor asomo de cinismo y burla a las numerosas páginas dedicadas a la gloria de este personaje, es decir, quien sinceramente quiera informarse acerca del movimiento gnóstico establecido por Aun Weor, difícilmente podrá contener por lo menos una ligera sonrisa de burla ante las pretensiones espiritualoides de este señor, que lo mismo habla del “pranayama egipcio” que compara al hombre con el toro para justificar una moral sexual perfectamente victoriana.

El sujeto en cuestión es el sueño de todo bloguero: no hay ni que comentar sus palabras, basta con reproducirlas para arrancarle una sonrisa al respetable público que nos honra con su presencia. Por ejemplo: "Samael Aun Weor es el nombre del Arcángel, regente del planeta Marte, y que se logró encarnar en un vehículo físico con el nombre de Víctor Manuel Gómez." En una sola frase tenemos (1) ángeles, (2) astrología y (3) reencarnación en su modalidad espiritista. ¿Quién puede contener la risa ante semejante batiburrillo de ideas?

Pero por lo visto poco le parece la pretensión de ser un arcángel encarnado y después engalana su biografía con los personajes en que encarnó en sus vidas anteriores. Amable lector, distinguida lectora, lo que sigue no es recomendable para espíritus tiernos o impresionables; asimismo, si usted trae marcapasos, le aconsejamos deje de leer en este momento, pues las revelaciones que estamos a punto de hacer pueden afectarlo.

Víctor Manuel Gómez pretende haber sido en sus vidas anteriores ni más ni menos que:


  • Hierofante Instructor y asesor directo del faraón en la época en que se construyó la Pirámide de Kefrén.
  • Reencarnó varias veces en los tiempos de la antigua China, en una de esas tantas se llamó Chou-li.
  • Una vez estuvo reencarnado en el misterioso Tíbet, fue un lama tibetano y como tal, aún pertenece a la Orden Sagrada del Tíbet.
  • En otra de sus vidas fue Julio César, general, historiador y dictador romano. Vivió en Roma entre el 101-144 a.c. y fue una de las figuras más importantes de la historia.
  • En otra de sus vidas, fue un caballero en la Edad Media educado en el arte de las armas para defender a los débiles de la opresión de los señores feudales.
  • Fue amigo personal del Maestro y Conde Cagliostro, en la época en que María Antonieta era Reina de Francia.
  • Luchó como militar al lado del Emperador Alejandro Magno.
  • Reencarnado como Tomás de Kempis, escribió su inmortal obra “Imitación del Cristo”.
  • En España fue el Marqués Juan Conrado, tercer gran señor de la Provincia de Granada.
  • Formó parte de la revolución mejicana y allí fue el Mayor Daniel Coronado, uno de los treinta dorados de Pancho Villa.


No vamos a discutir la errata en la fecha de muerte de Julio César (que fue en 44 a.C.) ni la jota con la que escriben “mexicana” (mucho menos las mayúsculas arrojadas sin ton ni son). No son nada en medio de ese inventario de personalidades que se labró el señor Gómez para adornar su currículum prenatal. He de confesar que en mi ya dilatado contacto con las ideas reencarnacionistas, nunca me había topado con nadie que dijera haber encarnado en tantas y tan variadas personalidades de la historia. En una ocasión, una persona que pretendía “adivinar” las vidas pasadas, me aseguró que yo había sido camellero árabe, escriba chino y esclavo en una plantación de caña del Caribe: pura gente común cuyo nombre no llegó a quedar en los anales. En efecto, si hacemos cuentas veremos que es imposible que los cinco mil millones de terrícolas que pueblan el globo hayan sido grandes personajes de la historia.

Claro, ya puestos a hacer cuentas --y volviendo a nuestro tema del principio, el de la nueva era en la que estamos-- veríamos que muchas cosas no “cuadran”. Aun dentro del marco teórico de la astrología, es imposible definir el momento en que se inician las eras (cuya pertinencia, por lo demás, también estaría a juicio).

Uno de los mayores peligros del pensamiento mágico en el que se basan estos movimientos es precisamente ése: el discípulo acepta una idea (por ejemplo, la de las eras) y acaba reverenciando a un fulano que se dice la reencarnación de Julio César y Tomás de Kempis. A falta de razonamiento crítico, en ocasiones simplemente por falta de información, la persona va comulgando con ruedas de molino cada vez más grandes.

Al encontrarnos con estos grupos, pues, lo más conveniente es analizar su piedra angular, su pretensión básica. ¿Los gnósticos de Samael dicen que éste es el mesías de la nueva era? ¿Ése es el punto de partida de sus enseñanzas? Pues, con la pena, pero por muy bonito que predique el señor, su punto de partida es una vacilada en la que no puede creer ninguna persona sensata. ¿Mesías a mí?

15 noviembre, 2005

Darwin en el banquillo

Estados Unidos es un país tan democrático, en el que se respeta tanto la opinión de la mayoría, que ahí hasta el concepto de ciencia se somete a votación y es el consenso general lo que decide qué se enseña en las aulas. Claro, en estos tenebrosos tiempos de avance incontenible de la derecha cristiana era de esperarse que los fundamentalistas, con el único apoyo de su fuerza numérica, trataran de anular siglos de avance científico y de imponer su visión mágico-religiosa del mundo.

Sólo así entendemos que haya vuelto a abrirse un debate iniciado hace casi siglo y medio con la publicación, en 1859, de El origen de las especies, obra en la que Charles Darwin avanza la teoría de la evolución. Todos tenemos por lo menos una idea de lo que trata esta teoría, aunque la versión popular la reduce a la idea de que el hombre desciende del mono.

Su obra, por supuesto, contradice la cosmogonía cristiana (y de muchas otras religiones) basada en la existencia de un dios creador del Universo tal como lo conocemos hoy en día. Aún más, la cronología bíblica sitúa la edad de la Tierra en 6,000 años: sí, seis mil escasos años desde el imperioso Fiat lux hasta nuestros días. Este periodo no sólo es insuficiente para la evolución, sino que tampoco les deja lugar a los dinosaurios que, coincidemente, empezaron a ser descubiertos en forma de fósiles algunos años antes (el primero fue un iguanodonte descubierto en 1822).

La teoría de la evolución, pues, se las tuvo que ver con el pensamiento dominante de su época, basado en la imposición dogmática de la cosmovisión teológica: Dios es el creador del Universo y no se discuta más. Con todo, se vivía el siglo XIX, el siglo del positivismo, el tiempo de avances asombrosos de la tecnología. Ya la revolución industrial había rendido los primeros frutos que habrían de ir apartando al hombre del pensamiento mágico. Se necesitaba, pues, una versión más presentable que la de la historia bíblica de la creación en seis días. Así surgió la noción del diseño inteligente, conocida en su momento como argumento teleológico.

Basado en la teología de santo Tomás de Aquino, y más precisamente en su quinta prueba de la existencia de Dios (en su Summa teologica), este argumento se reduce a que la complejidad de la vida precisa de un creador inteligente. Santo Tomás refuerza su opinión con el concepto del objetivo (el telos): los cuerpos naturales actúan siempre para obtener el mejor resultado; aquellos que carecen de inteligencia requieren de otro ser que los mueva, "como la flecha es dirigida por el arquero". Y de ahí concluye que "existe un ser inteligente que dirige todas las cosas naturales hacia su objetivo; a este ser lo llamamos Dios".

A principios del siglo XIX, William Paley elaboró el célebre ejemplo del reloj de David Hume y de ahí concluyó que, si encontramos un reloj en un campo, es obvio que alguien tuvo que haberlo dejado allí, que no es producto de fenómenos naturales. El reloj de Paley es, pues, la prueba de la existencia de Dios, en la medida en que no puede haber sido fruto del azar.

Creo que aquí nos encontramos con una clave importante del debate. Quienes defienden la existencia de un Dios creador se basan siempre en la imposibilidad de que el Universo sea obra del azar y ven en la complejidad de los seres vivos una intención. Esta intención es la que ahora designan como “diseño” (significado válido en inglés, discutible en español, pero dejémoslo así por lo pronto). Y como el dueño de tal intención es inteligente, de ahí sacan el término de “diseño inteligente” con el que ahora quieren reemplazar al impresentable concepto de creacionismo.

Propongo que hagamos un alto en este punto, no para recapitular sino para plantear una pregunta que debimos haber hecho desde antes: ¿Por qué una visión mágica del mundo encarnada en una religión ha de explicar cosas fuera de su competencia? ¿No pueden limitarse las iglesias a recabar fondos y repartir consuelo? Mis siete lectores ya han de haber visto a dónde apunta esto: los problemas empiezan con la irrupción de lo divino en la esfera humana, ¿no es así? Cuando queremos basarnos en una serie de leyendas con moraleja para explicar el origen del Universo, cuando abdicamos de nuestro propio juicio para guiar nuestra conducta mediante normas ajenas. Cuando permitimos que otras personas nos arrebaten el derecho de vivir conforme a nuestra consciencia. El llamado debate entre creacionistas y evolucionistas, fuera de sus implicaciones políticas en países de mentalidad atrasada, y sus nocivos efectos en sus respectivas sociedades, carece de sentido.

No se trata de una confrontación entre científicos ni entre teólogos: es la proverbialmente imposible suma de manzanas y naranjas, por mucho que el bando teísta disfrace sus prejuicios religiosos de argumentos científicos. Es pues, el imposible diálogo entre lo humano y lo divino, comunicación que la misma religión ha reservado sólo a unos cuantos profetas a lo largo de los siglos. ¿Cómo osaremos decir esta boca es mía?

09 noviembre, 2005

El mal paso de Fox

Hace bien el presidente Fox en evadir la disputa que abrió con Kirchner al criticar al presidente argentino por no apoyar el proyecto de acuerdo panamericano de libre comercio. Su limitada capacidad argumentativa lo llevaría a enredarse aun más en un tema que desconoce a la perfección. Lo único que sabe Fox en todo esto es que debe seguir la línea dictada por Bush: el objetivo de la reunión de Mar del Plata era promover un acuerdo que abra el comercio “desde Alaska hasta Tierra del Fuego”, como insisten en repetir sus promotores. No haberlo conseguido, pues, es señal de que la reunión fracasó.

Por lo visto, ya está enterrada la célebre doctrina Estrada, aquel principio impulsado desde 1930 por Genaro Estrada, secretario de relaciones exteriores de Pascual Ortiz Rubio, y que le permitió a México seguir una política exterior digna y congruente. Lejos de ser una doctrina negativa por estar basada en el principio de no intervención, constituyó un principio activo que permitió en su momento que México protestara por la invasión italiana en el norte de Africa y, muy especialmente, ayudara a la república española, atacada en ese tiempo por las fuerzas fascistas.

También permitió reconocer al gobierno revolucionario cubano y mantener una postura independiente en la Organización de Estados Americanos, cuando este casi apéndice de Washington dictó la expulsión sumaria de la isla caribeña. La deriva autoritaria de Castro y su perpetuación en el poder no desdicen la validez de la postura mexicana en ese momento. Por el contrario, confirman la rectitud del principio de no intervención: Fidel se ha mantenido en su sitio gracias especialmente al apoyo que le han dado los estadounidenses en forma de intervenciones armadas y bloqueos económicos. Sin un enemigo tan poderoso que lo atacara continuamente, Castro carecería de sustentación y justificación para aferrarse al poder.

En su ceguera de administrador apolítico, Fox reduce todos los problemas a cuestiones de mercado y comercio. Y en su docilidad como marioneta de Bush, no tiene empacho en hacerle el trabajo sucio y regañar a Kirchner por adoptar una postura de compromiso con su pueblo, no con el patrón extranjero. Y en este caso, la castaña que Fox quiere sacar del fuego para Dobleú es el compromiso de los débiles de abrirse ante el poderoso. Nunca la orgullosa política exterior mexicana se había sentido tan traicionada.

28 octubre, 2005

La maldición de Tecumesh... y la de Google

Desde 1840 existe una maldición en Estados Unidos, por la que el presidente que asume el poder cada veinte años no termina su mandato. Su primera víctima fue William Henry Harrison, que asumió el poder el 4 de marzo de 1841, un frío día invernal en el que, por no cubrirse debidamente, pescó un resfriado que degeneró en neumonía y después en pleuresía. Murió exactamente un mes después.


El jefe indígena Tecumesh fue derrotado en la batalla de Tippecanoe, en 1811, por Harrison, que entonces era gobernador del territorio de Indiana. Fue entonces cuando el derrotado líder de la poderosa Confederación Indígena Americana pronunció su maldición, que se cumplió con rigurosa exactitud, como decimos, en la persona del propio Harrison.


Las víctimas posteriores de la maldición son las siguientes:



  • 1860 - Abraham Lincoln, asesinado en 1865
  • 1880 - James Garfield, asesinado en 1881
  • 1900 - William McKinley, asesinado en 1901
  • 1920 - Warren G. Harding, muerto de paro cardiaco en 1923
  • 1940 - Franklin D. Roosevelt, muerto de hemorragia cerebral en 1945
  • 1960 - John F. Kennedy, asesinado en 1963



Se dice que Ronald W. Reagan "burló" a la maldición, ya que sobrevivió al intento de asesinato que sufrió en 1981 y terminó su doble periodo en 1988. Sin embargo, como se reveló posteriormente, el mal de Alzheimer que padecía le impidió efectivamente ejercer el poder en los últimos tiempos de su presidencia y técnicamente puede decirse que no concluyó su mandato.


La próxima víctima, como vemos, es ni más ni menos que Jorgito Dobleú, quien está muy lejos de sentirse aliviado o de escapar de esta maldición. En efecto, cada vez son más claras las señales de que la presidencia del vengativo Junior está en dificultades de las que difícilmente podrá salir. No mencionemos su escasa legitimidad, dada la tenebrosa forma en que llegó al poder en el 2000. Tampoco tiene caso detenernos a examinar su reacción ante los atentados del 11 de septiembre de 2001, gracias a los cuales pudo implantar una serie de medidas de corte fascista, que le permitieron consolidar su beligerante proyecto.


Lo que vale la pena examinar, empero, es su actuación antes de la guerra que lanzó contra Saddam Hussein en Irak: la manipulación de los medios para convencer a su pueblo de que ese dictatorzuelo levantino representaba una amenaza mundial, gracias a que contaba con armas de destrucción masiva. Las investigaciones han determinado ahora (y lo determinaron desde entonces, sólo que Dobleú maniobró para acallarlas) que tales armas —y por consiguiente tal amenaza— nunca existieron más que en la "inteligencia" fabricada por los halcones de Washington.


Todo se paga en esta vida, pese a quienes afirman la existencia de otra en la que vamos a pagar culpas o a recibir recompensas. Y así, Dobleú ya está empezando a recibir la factura de sus acciones. La investigación llevada a cabo por el fiscal Patrick Fitzgerald sobre la revelación de la identidad de Valerie Plame como agente de la CIA, apunta hasta ahora a los asesores del vicepresidente y presidente, Lewis Libby y Karl Rove, respectivamente, como origen de esa revelación que, en Estados Unidos, constituye un delito. Agravada por el hecho de que ambos personajes hubieran afirmado anteriormente no saber nada del asunto.


Las lodosas aguas de este escándalo ya están llegando a los aparejos del vicepresidente Dick Cheney y no tardarán en alcanzar a la Oficina Oval. ¿No me lo quieren creer? Si buscan el término "failure" (fracaso) en Google, el primer resultado obtenido es la biografía oficial de Jorgito Dobleú en el sitio Web de la Casa Blanca. Google no puede estar equivocado. Tecumesh menos.

09 octubre, 2005

Las leyendas de El código da Vinci

A partir de la novela El código da Vinci, en la que el escritor Dan Brown explora la descendencia de Jesucristo a través de María Magdalena, ha surgido un insólito fenómeno de culto al que no han sido ajenas instituciones que uno podría considerar “serias”, desde universidades que le consagran seminarios hasta el History Channel que le dedicó un programa a su análisis.


Antes de meterse en Honduras, hay que tomar en cuenta el simple hecho de que se trata de una novela. De una ficción, pues y por mucho que se diga que se non è vero, è ben trovato, no podemos tomar lo que se dice en el libro como si fuera verdad. Por lo tanto, toda búsqueda de conexiones entre las claves de la obra y la realidad, al partir de una ficción, está condenada al fracaso de antemano.


Uno de los puntos fuertes de la novela es el juego de palabras que se ha querido hacer con el santo grial y la sangre real, la línea sucesora de Cristo que supuestamente fue a establecerse a Francia y subsiste a la fecha. Trazar la etimología de grial al francés es una inconsecuencia, ya que esta palabra tiene un origen totalmente distinto.


El autor de la leyenda del grial es Christian de Troyes, quien en su Romance de Percival alude a este objeto como graal. La tradición quiere que sea la copa usada en la última cena de Jesús y sus discípulos, así como la utilizada por José de Arimatea para recoger la sangre de Cristo cuando éste se encontraba en la cruz. A este objeto se le atribuyen, claro está, poderes mágicos.


Pero grial (o graal) se deriva del latín gradale, que significa charola honda o escudilla, y también se identifica con el plato usado para servir el cordero pascual en la última cena. Y para complicar las cosas, Christian de Troyes describe a ese objeto tan tachonado de piedras preciosas, que “las candelas perdieron su brillo, como ocurre con las estrellas al salir el sol”. Sea copa o sea charola, no vemos cómo unos simples pescadores pudieran estar en posesión de tan preciado objeto y usarlo en una cena, por muy pascual que fuera o por muy la última que habrían de tener con su maestro.


Siempre ha causado polémica la relación de Cristo con María Magdalena. Nikos Kazantzakis, en La última tentación (1951), pone a esta mujer pública como el amor imposible de un Jesús desgarrado entre su vocación de mesías y la tentación de llevar una vida humana (que, de hecho, es la tentación a la que alude el título de su libro). Pero la identidad de María Magdalena no está bien definida. Se dice que se le llama Magdalena por ser originaria de Magdala, poblado cercano al lago Tiberiades. Pero el origen de su nombre también podría ser una expresión talmúdica que significa “mujer de pelo rizado”, rasgo que identificaba a las mujeres adúlteras. Si así fuera, la Magdalena podría ser María hermana de Marta y de Lázaro, originarios de Betania.









La Magdalena atribuida a da Vinci

La leyenda señala que, tras la muerte de Cristo, María, Marta y Lázaro se embarcaron y llegaron a las costas meridionales de Francia, propiamente a Marsella, de donde Lázaro fue el primer obispo. Sin embargo, la investigación arequeológica ha demostrado que el Lázaro obispo de Marsella no es el mismo resucitado por Jesús. De hecho, dicha leyenda data del siglo XII; antes de esa fecha no hay ninguna alusión a esa improbable travesía emprendida, siempre según la leyenda, en un barco sin remos, velas ni timón. Por lo demás, tradiciones anteriores sitúan en Éfeso el destino de la Magdalena, donde se dice que murió y de donde, en el año de 886, sus reliquias fueron trasladadas a Constantinopla.


En fin, ¿qué nos queda de El código da Vinci tras asumir como leyendas la del santo grial y la descendencia de María Magdalena? Un buen relato, sin duda. Un cuento, una ficción, una novela, como por lo demás se nos advierte desde la portada del libro. ¿Quién que esté en sus cabales la va a tomar por verdad? El reguero de falacias y conjeturas que se ha tejido en su torno, lejos de explicar “las claves” del supuesto código, sólo ha servido para que hagan su agosto algunos vivales que uncen su carro de buhonero de mentiras a un fenómeno de librería.

06 octubre, 2005

Segundo aniversario, segundo

Vengo a caer en la cuenta de que este blog acaba de cumplir dos años. Muy con las justas, pues en realidad estos últimos meses lo había abandonado a su suerte y estuvo a punto de no llegar a su segundo cumpleaños. Otras empresas me habían robado no el tiempo sino la voluntad de seguir exponiendo por escrito más pensamientos que sentimientos, más reflexiones que vivencias. No es éste un diario de mi vida, sino un bloc de notas (como propondría que dijéramos en lugar de blog), muchas de ellas apresuradas e incompletas. Alguna vez, al exponer no recuerdo qué faceta de la estupidez humana, recibí el comentario de una admirada bloguera, en el que me deseaba suerte en mi empeño de educar a la gente. En realidad mi propósito no es tan altruista. Este rincón de la red quiere ser un lugar de ejercicio mental, de práctica de redacción, de desahogos personales, de consignación de cosas admirables o execrables, pero nunca tendrá una aspiración didáctica. El lector puede respirar aliviado: no intento enseñar nada, ni señalar caminos ni imponer criterios.


No obstante, la humanísima tendencia a no estar de acuerdo con los demás hace que algunas personas se sientan obligadas a aprovechar el cuadro de comentarios para manifestar su disidencia con mis opiniones o, de plano, dejar por escrito insultos personales dirigidos contra una persona de la que sólo saben que tuvo la paciencia de expresar una opinión. Esos comentarios los he dejado no por respetar la libre expresión de las ideas, sino porque considero que le dan un poco de sazón al tono por lo general serio que yo suelo emplear. Así, el lector podrá disfrutar esos monumentos levantados a la mala ortografía y la pésima sintaxis. Y en contraste, mi prosa parecerá límpida y esplendente. Sólo recuerdo haber borrado un comentario, el de una persona que abusaba de los adjetivos peyorativos para referirse a todo un pueblo. Lo eliminé por respeto al pueblo judío, del que han salido tantas personas admirables (sin que esto signifique que no hayan salido personas admirables de otras partes), pero también porque no quiero que este bloc quede rayoneado con palabras de tan bajo nivel.


Y hablando de los comentarios, quiero expresar mi asombro por haber recibido en los últimos días variados insultos por una nota publicada hace más de un año. No quiero mencionar el tema, pues eso fue precisamente lo que causó una lluvia de comentarios, tan tupida que hizo que mi servicio de estadísticas se saliera de madre. Y aunque ya no tengo activado ese servicio (que en realidad sólo servía para reconfortar o deprimir mi ego, al ritmo del número de lectores), pienso que el sujeto en cuestión no merece más consideración que la que ya le di en su momento.


En fin, inicié este bloc motivado por la lectura de muchos otros. Supongo que ése ha de ser el proceso seguido por la mayoría de los ciudadanos de la blogosfera. Y lo he mantenido por estar satisfecho con sus resultados. Espero llegar con el mismo ánimo a su tercer aniversario.

03 octubre, 2005

Turquía a las puertas de Europa, otra vez

A último minuto se levantó el bloqueo interpuesto por Austria a las negociaciones de adhesión de Turquía con la Unión Europea, y éstas pudieron iniciarse el día de hoy en Luxemburgo. Viena insistía en que en el texto del marco de las negociaciones se contemplara la posibilidad de que éstas no desembocaran en el ingreso de Ankara. La maniobra apuntaba sencillamente a impedir que se consagrara en el documento que el objetivo de las negociaciones de adhesión con Turquía era, precisamente, la adhesión de Turquía a la Unión Europea.


Quien considere inexplicable la postura austriaca —que se enfrentó a los otros 24 miembros de la Unión en ese tema— deberá considerar que desde hace siglos Austria no sólo ha visto con desconfianza a los turcos, a quienes repelió en la batalla de Viena de 1683, sino que además se ha considerado la defensora del catolicismo ante los embates del islam y las veleidades de la reforma protestante.


No es de extrañar, pues, que en esta ocasión haya sido Austria la que se haya opuesto soterradamente al ingreso de Turquía en la Unión Europea, lo que equivale a abrirle las puertas de Europa a su enemigo histórico. El gobierno de Viena interpretaba así el deseo de sus ciudadanos, 90 por ciento de los cuales se opone abiertamente a la adhesión turca. Y puso casi como condición que, en todo caso, se examinara también la candidatura de Croacia, en suspenso debido a la poca colaboración de Zagreb para enjuiciar a los croatas que cometieron crímenes de guerra durante la guerra provocada por el desmembramiento de Yugoslavia (1991-1995).


Así, la ministra austriaca de relaciones exteriores, Ursula Plassnik, defendió la negativa a aceptar el inicio de las negociaciones con Turquía con una intransigencia que sólo cedió a última hora. Casi simultáneamente al anuncio de la apertura de los debates, la presidenta del Tribunal Penal Internacional de La Haya, Carla del Ponte, declaró que Croacia “estaba colaborando plenamente” con dicha institución en la búsqueda de los criminales de guerra. De inmediato, la Comisión Europea anunció que se empezaría a considerar la candidatura de Croacia. En pocas palabras, Austria aceptó negociar con su enemigo si también se admitían las negociaciones con el país que por tanto tiempo fuera parte de su imperio, desde 1526 hasta 1918.


Estas referencias históricas, lejos de ser banales o simples adornos de erudición, permiten entender las alianzas y animosidades que existen entre las naciones, aun después de siglos. No fue gratuito que Austria fuera el primer país en reconocer la independencia de Croacia en 1991 (hecho que algunos observadores suman a la lista de factores que desencadenaron la guerra), deleitada en volver a acoger en el seno del mundo occidental a su discípulo, descarriado durante más de 71 años por los caminos del socialismo titoísta. Por lo demás, por la misma razón, Croacia es una república mayoritariamente católica. Junto con Eslovenia, contrastaba así con el cristianismo ortodoxo de los serbios, montenegrinos y macedonios y el islam de los bosnios.


La Unión Europea rechazó en su proyecto de constitución toda alusión a los valores cristianos como base de la cultura europea. No tanto por respeto a las minorías que profesan otras confesiones, sino más que nada en reconocimiento del laicismo que reina incluso entre quienes se dicen seguidores del mensaje de Cristo. Hizo bien, por supuesto. Pero si quiere ser congruente consigo misma deberá encontrar la forma de aceptar en su seno a un país mayoritariamente musulmán como Turquía. Sólo así creeremos que la Unión no se trata, como acusara el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan cuando estaban empantanadas las negociaciones, de un “club cristiano”.

01 octubre, 2005

2 de octubre no se olvida



El 2 de octubre de 1968 murió mi tío. No en Tlaltelolco, no: murió de alguna afección cardiaca o pulmonar en la madrugada. En la tarde de ese día, pues, estábamos en la agencia Sullivan de Gayosso, en el velorio. El entierro sería hasta el día siguiente, pues mi tía quiso esperar a la llegada de sus hermanos desde Monterrey.


No recuerdo muchos detalles del velorio. Sólo que ya caída la noche empezó a correrse la voz de que algo terrible había pasado en Tlaltelolco. Ese nombre no me decía nada, en realidad. Como integrante de la primera generación que creció con la televisión, sólo sabía que era un lugar donde se llevaba "un nivel de vida superior", según decía la publicidad que vendía los departamentos de esa unidad habitacional.


Los informes que recibimos esa noche en Gayosso eran vagos y confusos. Sólo se hablaba de un violento enfrentamiento entre soldados y estudiantes, con el consecuente saldo de víctimas fatales. Así eran las cosas o, al menos, así se les decía en esos tiempos. El movimiento estudiantil se reducía a un enfrentamiento entre soldados y estudiantes, entre las fuerzas del orden y los "revoltosos" y "agitadores" o entre el aparato represivo del estado y el movimiento democrático popular, como decíamos en las asambleas y reuniones del Comité de Huelga.


A fines de julio de ese año, yo había llegado como siempre a mi escuela por la mañana (entraba a las 7:00 am) para encontrármela cerrada y tomada por un grupo de compañeros. Yo estaba en tercer año de secundaria, en la Prevocacional número 3 del IPN, situada en la calle de Mar Mediterráneo. Desde antes de llegar a la puerta me llamó la atención el alboroto y los grupos que estaban en la calle, cosa rara dada la disciplina que se nos imponía aun antes de entrar en el plantel. Alguien me dijo que los compañeros del turno vespertino, en el que funcionaba una escuela de nivel técnico, habían tomado la escuela y declarado huelga.


Los "de la tarde" eran mucho mayores que nosotros, los "de la mañana", y con ellos no teníamos ningún contacto, dada la diferencia de horarios. Pero recientemente había habido votaciones para renovar la sociedad de alumnos y yo había participado en la campaña dibujando carteles. Así, ese día de fines de julio, al llegar a la puerta (aunque ya me habían dicho que no iba a poder entrar, quise comprobarlo por mí mismo) me encontré con uno de los compañeros con los que había trabajado en la campaña y él me franqueó el paso.


Una vez adentro, él me pidió que ayudara haciendo carteles "para explicarle al pueblo lo que realmente está pasando". Yo no sabía lo que estaba pasando; creo que nunca supe lo que realmente sucedió esos meses. Y dudo de que alguien sepa "toda la verdad". Pero en esos momentos eso no importaba, qué caray. Yo tenía 15 años y se me estaba pidiendo que hiciera caricaturas de Díaz Ordaz, uno de mis pasatiempos favoritos. ¿Cómo iba a negarme? Además, la opción era regresarme a mi casa. ¿Qué iba yo a hacer ahí una mañana entre semana? Así fue como me integré en el Comité de Huelga de la Prevo 3.



Recuerdo el encabezado del Excélsior el 3 de octubre: "Recios combates al dispersar el ejército un mitin de huelguistas". Fue hasta entonces cuando me di cuenta de que algo muy parecido al destino me había librado de estar en la plaza la tarde anterior. Muy a pesar de los deseos de mi madre, yo había participado en varias manifestaciones en los meses anteriores. Incluso me había quedado algunas noches en la escuela, haciendo guardia. Y aunque no recuerdo haber tenido la intención de ir a la marcha del 2 de octubre (originalmente estaba convocada como marcha que saldría de la plaza de las Tres Culturas, aunque después los organizadores decidieron cancelarla y convertirla en mitín) es muy probable que hubiera ido, de no haber ocurrido el fallecimiento de mi tío.


Después de su entierro, mis tíos se regresron a Monterrey. Mi madre, legítimamente preocupada por lo que nos pudiera pasar a mí y a mi hermano, que también llegó a ir a algunas marchas (él estaba ya en la vocacional), les pidió que nos llevaran con ellos, para alejarnos de los peligros. Lo mismo decidieron otros tíos y, de ese modo, el 5 o 6 de octubre, cinco primos nos fuimos a bordo de la camioneta pick-up de mi tío rumbo a Monterrey. De ese viaje regresamos a principios de diciembre, cuando ya empezaba a amainar la fuerza de la huelga y algunas escuelas habían sido devueltas a las autoridades. Ese regreso fue muy triste, pues lo cubría una sensación de derrota. Pero de eso hablaré en otra ocasión.

29 septiembre, 2005

El dilema de la cancillería alemana

En Alemania se ha abierto una crisis de representatividad, en la que está en juego el reparto del poder en un país donde el equilibrio de fuerzas no permite distinguir con claridad sus modalidades.


La actual oposición, los conservadores de la Unión Demócrata-Cristiana (CDU, conocida en el estado de Baviera como Unión Social-Cristiana, CSU) obtuvieron 225 escaños en las elecciones del 18 de septiembre, superando por tan sólo tres a los del gobernante Partido Social-Demócrata (SPD), que obtuvo 222 asientos en el parlamento federal. Este ligerísimo margen, en cierta medida, justifica que los democristianos reclamen para sí la titularidad del gobierno, específicamente para su abanderada, Angela Merkel.


Pero los social-demócratas, encabezados por el canciller Gerhard Schröder, no ven que esa ventaja signifique que deban soltar las riendas del poder e insisten en que debe formarse una alianza amplia para formar al futuro gobierno. Es muy probable que de ahí salga la solución a este rompecabezas, dado el tono optimista que rodeó la reunión de Schröder y Merkel, celebrada ayer en Berlín.


Sin embargo, optimismos aparte, ha quedado en suspenso la cuestión central, es decir, en quién recaerá la jefatura del gobierno surgido de esa coalición. La estrategia seguida hasta ahora ha sido dejar de lado esa cuestión tan espinosa, en espera de que los resultados de las elecciones en Dresden, capital de Sajonia, aclaren un poco el panorama e inclinen el fiel de la balanza con más claridad.


Entre tanto, periodistas, redactores y demás tundeteclas de habla hispana contemplamos angustiados la posibilidad de que una mujer ocupe la cancillería alemana. En efecto, ¿cómo llamaríamos a la señora Angela Merkel, en caso de que se salga con la suya y llegue a la jefatura de gobierno? Si le decimos la canciller, no faltarán voces de protesta que nos acusen de desdén hacia el género femenino (sí, esas mismas voces que hablan de las mexicanas y los mexicanos; no que sean muy de tomarse en cuenta, pero, ah, ¡qué bien fastidian!). Y si le decimos la cancillera, podemos estar seguros de que llegará algún purista a refregarnos en la cara el diccionario de la Real Academia, en el que claramente se indica que cancillera es la cuneta o el canal de desagüe en las lindes de las tierras labrantías, definición que de ningún modo tiene nada que ver con las funciones de gobierno.

25 septiembre, 2005

prueba

Hagamos una prueba de resucitación.

09 agosto, 2005

El triunfo del terrorismo

Si nos atenemos a la definición de que el terrorismo tiene por objetivo causar el terror, hemos de reconocer que ha triunfado. Baste para muestra la ejecución sumaria y extrajudicial de Jean Charles de Menezes, joven brasileño de 27 años, abatido de cinco balazos en pleno rostro por agentes de la policía británica, en un andén del metro londinense. ¿La causa? Para los policías de civil, el joven fue culpable de parecer sospechoso de terrorista. Con ese antecedente, cualquier ciudadano británico de tez morena corre el riesgo de caer víctima de esta guerra contra el terrorismo, desatada por George W. Bush y aplaudida y fomentada, entre otros, por el primer ministro británico Tony Blair.

El terror, pues, no se limita a la hora y el lugar de los atentados: se extiende y nos sale al paso por todas partes. La psicosis invade los sitios públicos y la gente tiende a evitarlos. Los terroristas han encontrado un aliado insospechado en las autoridades encargadas de combatirlos. Las medidas draconianas, la suspensión de garantías, el virtual estado de sitio y la consigna "tiren a matar" dada por Ian Blair, jefe de Scotland Yard, convierten a los londinenses en rehenes, en ciudadanos temerosos de salir de sus casas, recelosos de cualquiera que les parezca "diferente".

Y en eso estriba la victoria de los terroristas, cuya lucha no es contra objetivos militares ni civiles, sino contra los valores en los que se sustentan sus enemigos: la separación de la iglesia y el estado, el laicismo como moral pública, el respeto por los derechos humanos y todo lo que se engloba como base de la civilización occidental.

¿Tenía razón Huntington? ¿Asistimos a su anunciado choque de civilizaciones? A primera vista sí, pero no podríamos reducirlo a una batalla de moros y cristianos. Aunque la bandera sea religiosa, las motivaciones son más profundas y sería un error confundir este enfrentamiento con una batalla entre la Cruz y la Media Luna.

En este combate, la mentalidad policiaca recomienda extremar las precauciones, redoblar la vigilancia y desconfiar de cualquiera con aspecto de extranjero. En pocas palabras, suprimir o al menos acotar las libertades civiles, los derechos humanos o las garantías individuales, como suelen denominarse a las conquistas tan fatigosamente alcanzadas en el largo proceso civilizatorio. La gran paradoja de esta situación es que el hombre civilizado debe renunciar a esa condición para defenderse del bárbaro. Y al renunciar a ella, al descender al nivel del bárbaro, éste logra ipso facto su objetivo: privar al hombre civilizado de las ventajas que supone su condición, herir de muerte los valores democráticos sustituyéndolos mediante regímenes que prácticamente gobiernan por medio de decretos, prescindiendo de los contrapesos institucionales, obviando la opinión pública e imponiendo en la vida cotidiana un estado de cosas no muy diferente al régimen totalitario por el que suspiran los terroristas.

El problema es que en la lucha contra el terrorismo, la vía diplomática está cerrada. Al-Qaida no es un estado, ni siquiera una organización, con la que pudiera negociarse. Por lo demás, su única proclama hasta ahora es la destrucción de Occidente, cosa que éste no puede negociar por obvias razones.

El dilema, pues, es que el combate de la civilización contra la barbarie, en los términos planteados por el terrorismo yijadista (un combate difuso, sin un enemigo preciso, sin contornos, sin posibilidad de cantar victoria), requiere que el hombre civilizado abdique de sus principios. Los detenidos en Guantánamo sin derecho a juicio justo, los civiles muertos en Irak en las operaciones "contra-insurgentes", el joven asesinado en el metro de Londres, la suspensión de garantías y el clima de persecución en Estados Unidos son otros tantos triunfos del terrorismo.

Los terroristas no tienen necesidad de derrocar regímenes --como era el caso del guevarismo de los movimientos guerrilleros de los sesenta y setenta-- para imponer su ideología. Ésta se filtra y le llega a la población en forma de la doctrina de la "seguridad nacional", en aras de la cual hay que aceptar la reducción de libertades civiles. La gente común y corriente vive en sicosis de guerra.

Y se vive un fenómeno curioso en el ámbito religioso: seguramente como reacción, la gente se aferra más a sus creencias, las enarbola y pregona pensando que de ese modo se defiende del enemigo. Otro error. Al refugiarse en su religión en busca de protección ante el fanatismo del bárbaro, el occidental civilizado le da la razón a aquél y convalida su visión mágica del mundo. Así es, el terrorista no sólo trata de imponer el terror sino también la creencia de que vivimos en un mundo regido no por las leyes de la ciencia sino por los caprichos de dioses sanguinarios, que luchan entre sí por nuestra alma inmortal.

21 julio, 2005

Terrorismo y mesianismo

Ya se había tardado la prensa en reproducir, sin ningún asomo de razonamiento, el uso demagógico del "11-S" en el caso de los atentados de Londres. Así, ahora vemos que los designan del modo impuesto por la retórica bushista: el 7-J.

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington constituyeron la partida de nacimiento del régimen de George W. Bush, dándole a éste el pretexto ideal de lanzar una cacería de brujas, amedrentar a su población y justificar medidas de corte fascista, encarnadas en la llamada ley USA PATRIOT (este nombre es una sigla que significa algo así como "Para unir y reforzar a Estados Unidos, dotándolos de las herramientos apropiadas requeridas para interceptar y obstruir el terrorismo" [Uniting and Strengthening America by Providing Appropriate Tools Required to Intercept and Obstruct Terrorism], por lo que en rigor no se debe traducir como "ley patriota").

Carente de legitimidad en las urnas, Bush aprovechó los atentados (aunque los teóricos de la conspiración aseguran que no fue ajeno a ellos) para presentarse ante su pueblo como el salvador de mano dura que requería el país en esa hora de aflicción. Uno de sus recursos fue presentarle a un enemigo extraño, perteneciente a otro mundo cultural, hablante de una lengua incomprensible y adorador de un falso dios. Así, Oussama ben Laden encarna al mal puro, al odio que siente el mundo contra Estados Unidos. Este odio, claro, no se explica por los actos mismos del régimen estadounidense, sino por la envidia que sienten todos aquellos que no tuvieron la fortuna de nacer en su suelo. Pero el pueblo (el "público", como le dicen allá) necesita más que una figura odiosa, por lo que el gobierno de Bush decidió darle también una fecha memorable, representada de la forma más abstracta posible para que fuera el régimen el que la llenara de significado. Así nace el "once nueve" (o "nueve once", siguiendo la costumbre inglesa de mencionar primero el mes) o el "11-S". Unos cuantos le dicen el "once de septiembre" y muy pocos (hasta ahora sólo he visto ese uso en Le Monde) le añaden el año, en aras de la precisión.

Un atentado terrorista es un crimen horrendo. Y no deja de ser bochornoso que un régimen, aun el de Bush, quiera basar su legitimidad en él. Por eso es mejor designarlo con otro nombre, para que su mención no evoque la tragedia y el dolor. En la imaginería popular, el 11/9 es una fecha conmemorativa del resurgimiento del patriotismo estadounidense: la bandera vuelve a ondear por todas partes y se ve con recelo a todo aquel que no se alinee con la doctrina oficial. El mesianismo de Bush, criticable en otras condiciones, resulta lo más adecuado para hacer frente al fanatismo religioso de los "otros".

Después de los atentados de Madrid, el 11 de marzo de 2004, la prensa retomó la designación impuesta por los intereses de Bush y compañía y los designó como "11-M", feliz de contar con un modelo en la siempre difícil labor de cabecear sus notas. Pero no hay que dejarse engañar por las semejanzas. Los atentados de Atocha tuvieron el efecto contrario de los atentados de las Torres Gemelas. El manejo informativo que de ellos hizo el gobierno de José María Aznar prácticamente provocó su caída, pues trató de engañar a la opinión pública achacándolos a la ETA para no tener que reconocer que su implicación en la guerra de Irak había vuelto a España blanco del terrorismo de al-Qaida. Pocos días después, los españoles demostraron en las urnas lo que opinaban de la versión oficial y sacaron al Partido Popular de Aznar del palacio de la Moncloa.

Ahora se da un caso parecido en Londres donde se impulsa la teoría de los "terroristas solitarios", para ocultar la evidencia de que su apoyo a la guerra en Irak es la motivación del atentado. Bastante trabajo le va a costar al gobierno de Tony Blair convencer a su pueblo de que su alineación con la política estadounidense no tiene nada qué ver con el hecho de haber sido blanco de los ataques. Primero, porque la pista de al-Qaida está por todas partes. Desde la atribución reclamada por un grupo perteneciente a esa red, hasta el modus operandi. Tampoco es posible descartar la pista pakistaní: tres de los cuatro autores de los atentados son de familia de inmigrantes pakistaníes y estuvieron en Pakistán recientemente. Y no es posible descartar a Pakistán dado que este país se convirtió en refugio de los talibanes a la caída del régimen teocrático de Afganistán, en noviembre de 2001.

No obstante, en la premura de la hora del cierre, la prensa no se detiene a razonar ni a hacer distingos. ¿Se trata de un atentado? ¡Ea, vamos a designarlo con la fecha, tal como ya nos enseñó a hacerlo Bush! Y así, en periódicos supuestamente "progres", empezamos a ver el "7-J" empleado a diestra y siniestra. Al parecer, el afán es poblar el calendario con fechas conmemorativas que nos mantegan en las trincheras de la lucha contra el otro, designado en estos tiempos de posguerra fría como "terrorista islamista".

20 abril, 2005

Habemus papam

Para dar muestras de unidad, en estos tiempos turbulentos en los que a los ojos del mundo, la Iglesia Católica parece dividida entre dos fuertes corrientes —que para efectos de simplificación podríamos llamar “conservadora” y “reformista”—, el cónclave iniciado el lunes para elegir al sucesor de Juan Pablo II anunció, apenas 26 horas después, la elección del cardenal alemán Josef Ratzinger como nuevo papa, con el nombre de Benito XVI.

Si consideramos que los ocho cónclaves precedentes, los sucedidos en el siglo XX, duraron en promedio tres días, la celeridad con la que los cardenales se pusieron de acuerdo en esta ocasión manifiesta el deseo de distanciarse de las disputas que atraviesan por las diversas corrientes de la Iglesia. Pero hay más. La elección del cardenal Ratzinger apuntala la continuidad en el rumbo de la Iglesia, refuerza el control doctrinario, favorece a las corrientes conservadoras, cancela el diálogo ecuménico —pese a las promesas de mantenerlo que hiciera el día mismo de su elección— y promete, como querían muchos, un reinado no muy largo, en virtud de la avanzada edad del ahora papa Benito XVI.

Al igual que Karol Wojtyla, Ratzinger asistió en calidad de experto al segundo concilio vaticano, en el que apareció favorable a las reformas de la Iglesia. Sin embargo, pocos años después, asustado por la “deriva materialista” de fines de los años sesenta —encarnada en los movimientos juveniles de 1968 en todo el mundo—, Ratzinger se replegó hacia un conservadurismo que habría de oponerlo a sus posiciones iniciales.

En 1978, tras haber sido obispo de Munich, Ratzinger fue nombrado cardenal, todavía por Pablo VI (recordemos que ese año hubo tres papas). Y en 1981, Juan Pablo II lo colocó en la prefectura de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Para quienes el nombre de esta oficina no les diga nada, debemos señalar que es la heredera del Santo Oficio, mejor conocida como inquisición.

En su cargo de gran inquisidor, y como allegado de Juan Pablo II, Ratzinger estuvo en el origen de muchas de las tomas de postura que causaron el encono de la Iglesia con los sectores progresistas. Fue inspirador y ejecutor de los castigos aplicados a los sacerdotes de la teología de la liberación. A través de sus instrucciones, Ratzinger defendió las tesis más conservadoras, atacando en especial la ordenación femenina, el matrimonio homosexual, la planificación familiar y las investigaciones médicas con células de fetos. En su Donum vitae, de 1987, criticó la procreación humana con ayuda médica (única esperanza de tener hijos para algunas parejas) y en Dominus Iesus proclamó tajante la supremacía de la Iglesia Católica sobre todas las demás confesiones.

Aparte del deseo de mantener la unidad y la continuidad en un pontificado de transición, la elección de Ratzinger sin duda obedece a factores más humanos. Ciento quince de los cardenales asistentes al cónclave fueron nombrados por Juan Pablo II y, por tanto, no tenían ninguna experiencia en este tipo de procedimientos. Asimismo, si su fidelidad como cardenales estaba con Juan Pablo II, fue natural que se inclinaran por aquel a quien veían no sólo como su heredero espiritual, sino como el inspirador de las grandes líneas doctrinales de su pontificado.

La llegada de Ratzinger a la cabeza de la Iglesia Católica no suscita esperanzas sino miedo en los sectores progresistas. Las urgentes reformas de la Iglesia habrán de esperar tiempos mejores.

12 abril, 2005

Del matrimonio sacerdotal

La mayoría de las críticas que se le enderezan a la Iglesia Católica —y en general a cualquier institución religiosa— giran en torno a su actuación en el mundo, a su relación con la sociedad o con el poder. Pocas veces escuchamos discusiones doctrinales, salvo cuando los miembros de una denominación atacan a otra para justificar su existencia. Por ejemplo, los testigos de Jehová que no creen en el infierno, los católicos tridentinos que rechazan los cambios rituales decididos en el segundo concilio vaticano (y que hacen que el sacerdote celebre la misa de frente a la grey, no de espaldas) o simplemente los protestantes, que niegan la intercesión de los santos.

Fuera de estas disputas internas, quienes atacan a la Iglesia le echan en cara desde las cruzadas y la inquisición, hasta la perversión de menores a cargo de sacerdotes pedófilos, pasando por el boato y las riquezas materiales de una institución religiosa convertida en estado. Claro que esta crítica está muy justificada. Cuando se organiza la fe, que es un fenómeno privado, ésta se convierte en un objeto social que no puede escapar a las determinaciones materiales pretextando su origen metafísico.

Todo lo contrario. La delicada naturaleza de su origen confiere mayor responsabilidad a los encargados de administrar la fe. Si en su aspecto externo la religión se basa en la moral, de ahí se desprende la necesidad de que los representantes de cualquier institución religiosa la tengan intachable. Pero es en este renglón donde más abundan no sólo las críticas, sino incluso las demandas judiciales en contra de los sacerdotes que, abusando de su situación de asesores espirituales —que les da un acceso privilegiado a la intimidad de quienes se les acercan en busca de consejo—, no tienen escrúpulos en iniciar a los menores en prácticas sexuales condenadas por su misma religión.

Estos escándalos de pedofilia han sacudido a la Iglesia en Estados Unidos y en Austria principalmente, pero también en muchos otros países. También en México, por desgracia, se dio el caso del padre Marcial Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo, a quien las acusaciones de pedofilia que se le lanzaron no le hicieron mella por contar con la protección papal. En Estados Unidos, la Iglesia ha tenido que pagar millones de dólares por concepto de indemnización a las víctimas de tales sacerdotes corruptores. Aun más, el cardenal Bernard Law, arzobispo de Boston, se vio obligado a renunciar a su cargo al revelarse que había tratado de encubrir un escándalo, transfiriendo a otras parroquias a los acerdotes acusados de pedofilia.

La Iglesia siempre ha declarado que estos casos son excepcionales, que de ninguna manera constituyen la norma y que están fuera de su estructura. Sin embargo, su alarmante frecuencia debería obligarla a una reflexión más profunda, que fuera más allá de la mecánica petición de disculpas, el cínico pago de compensaciones millonarias —que equivale a comprar el silencio de los afectados— y a las leves sanciones impuestas a los culpables. Es decir, debería analizarse si este problema tan generalizado, lejos de ser una suma de casos aislados, no se origina en la estructura misma de la Iglesia, por lo que resultaría imposible erradicarlo sin pasar por una profunda reforma de la institución.

Un análisis de este tipo nos llevaría a pensar que sí se trata de una falla estructural, originada precisamente en el antinatural celibato que se le impone a los sacerdotes. Vigente en forma obligatoria apenas desde el siglo XII —cuando fue decretado por el papa Inocencio II—, el celibato no sólo es causa de la pérdida de vocaciones, sino también de las perversiones que tanto han dañado la imagen de la Iglesia como abanderada de la moral. No todos los sacerdotes pueden sublimar su libido y convertirla en fuerza espiritual; para ello es necesaria una disciplina de la que carece la mayoría. Lo más común es que ese impulso sexual se desvíe a causa de la represión a la que se somete. Esta desviación, como es lógico, encuentra su escape en las personas que rodean al individuo: en los compañeros del seminario en primer lugar, pero también —y lamentablemente cada vez con mayor frecuencia— en los menores, que se encuentran en situación de sometimiento a la autoridad del sacerdote, ya sea por ser éste un profesor o un confesor, lo que los vuelve fáciles víctimas de esas perversiones.

Si se define así la causa del problema, para el laico la solución salta a la vista: permitir el matrimonio de los sacerdotes católicos, como se permite en tantas otras iglesias el de sus respectivos ministros. El voto del celibato no encuentra apoyo escritural, más bien sucede lo contrario. Los apóstoles fueron casados y eso no les impidió seguir las huellas del Pescador. ¿Por qué no se le permite a sus descendientes?

08 abril, 2005

Las asignaturas pendientes de la Iglesia

En medio del mar de alabanzas surgidas en torno de la figura del papa
Juan Pablo II, con motivo de su muerte, han sido pocas las voces que se
han atrevido a cuestionar el legado que le deja a su Iglesia. Es
comprensible que así sea. En esta hora de luto mundial, cuando en los
funerales de Karol Wojtyla estuvieron representados más países que en la
misma Organización de las Naciones Unidas, parecería de mal tono
establecer un inventario crítico de su pontificado. Pero es necesario
hacerlo, pues en la elección del futuro papa habrán de pesar
consideraciones basadas en las fallas —o al menos ambigüedades— de Juan
Pablo II, ya sea para remediarlas o para seguirlas cubriendo. En todo
caso, la solución a los temas que deja pendiente Karol el Grande habrá
de decidir el rumbo que tome la Iglesia en este siglo XXI.

Uno de los problemas más grandes a los que habrá de enfrentarse el
sucesor de Juan Pablo II es el creciente divorcio entre la Iglesia y la
sociedad contemporánea. Miles de fieles se han alejado de la Iglesia por
no poder compartir su postura en temas que están en la orden del día del
mundo cotidiano: desde el control natal y el aborto, hasta el papel de
la mujer en la Iglesia y el matrimonio homosexual. Así vemos a toda una
generación de jóvenes llamarse católicos pero sin someterse
estrictamente a las normas eclesiásticas. Parejas que se casan por la
Iglesia, pero que desdeñan sus admoniciones contra la píldora y otras
formas artificiales de control natal. Personas que viven en unión libre
o divorciados vueltos a casar que asisten a la misa semanal, aun a
sabiendas de que para la Iglesia viven en pecado.

Sí, el tímido aggiornamento que vivió la Iglesia después del segundo
concilio Vaticano (1962-1965) —en el que, por cierto Karol Wojtyla
participó activamente— sufrió un feroz retroceso durante el papado de
Juan Pablo II, quizá preocupado por el rumbo que tomara la Iglesia
posconciliar durante Paulo VI.

Dos de los teólogos más críticos de la institución eclesiástica, el
suizo Hans Küng y el brasileño Leonardo Boff, coincideron recientemente
en criticar la desviación de rumbo que significó el pontificado
wojtyliano, a la que Boff no vaciló en calificar tajantemente de
contrarreforma.

Sin haber perdido su carácter de sacerdote, pero con la prohibición de
enseñar dentro de la Iglesia, Küng impartió la cátedra de teología
ecuménica en la Universidad de Tubingen, Alemania, hasta su retiro, en
1995. Es presidente de la Fundación de Ética Global y, a ese título, ha
sido asesor de las Naciones Unidas. En un artículo publicado en la
revista alemana Der Spiegel, Küng señala las grandes contradicciones que
caracterizaron a Juan Pablo II.

Si bien el papa defendió los derechos humanos en los países
autoritarios, se los negó a los obispos, recortando la autoridad de los
sínodos diocesianos —prevista precisamente en el concilio Vaticano— para
concentrarla en la Curia Romana. Asimismo, silenció a los teólogos
disidentes como al propio Küng, por ejemplo, así como a Boff, a quien se
le prohibió predicar, hasta que se vio obligado a renunciar al
sacerdocio. Y a las mujeres les siguió negando toda participación en la
Iglesia.

Toda su intensa actividad pastoral, sus incansables viajes pastorales
por todo el mundo, se vieron contrarrestados por la alarmante pérdida de
las vocaciones sacerdotales. En Estados Unidos, por ejemplo, durante el
reinado de Juan Pablo II se perdió el 40 por ciento de los sacerdotes
católicos. Se menciona, sí, el gozoso aumento de católicos en ese mismo
periodo, de 750 a mil millones. Pero no se contextualiza esa cifra con
el aumento demográfico: en 1978, año de la ascensión de Juan Pablo II,
el planeta tenía 4,301 millones de habitantes, por lo que los católicos
representaban el 17.4 por ciento; en 2005 tiene 6,372 millones y los
católicos constituyen el 15.6 por ciento. El número proporcional más o
menos se mantuvo en el mismo orden (no digamos que se redujo para no ser
tachados de estrictos), lo cual es tanto más alarmante cuanto que la
población católica suele tener tasas de crecimiento más altas que las de
otras religiones. En todo caso, ese aumento de fieles de la Iglesia no
puede atribuirse más que a la explosión demográfica.

A pesar de su celebrado ecumenismo, Juan Pablo II siempre se opuso a la
comunidad de celebración entre protestantes y católicos. Y aunque
reconociera los valores morales de otras religiones, no dejaba de
presentarlas como formas deficitarias de la fe, reservando el camino de
salvación exclusivamente a la Iglesia Católica.

De los temas que Karol Wojtyla dejó pendientes para su sucesor, éstos
sin duda son los más apremiantes. La Iglesia Católica ha llegado al
tercer milenio con un enorme adeudo, con una insostenible separación de
las realidades del mundo moderno, en franca desavenencia con el mundo de
la ciencia y con una estructura jerárquica que podría derrumbarse debido
al autoritarismo que la aqueja. Si el próximo cónclave se decidiera,
como es muy probable, por un papa de transición —un cardenal de edad que
simplemente se dedicara a la administración y a las tareas
tradicionales, alejado de los medios políticos y de comunicación a los
que fuera tan afecto Juan Pablo II—, solamente estaría posponiendo una
crisis que como solución pide a gritos el regreso al espíritu
posconciliar, una teología verdaderamente liberadora para la enorme masa
de pobres y oprimidos (no sólo una opción preferencial), un diálogo
abierto con la modernidad y con la ciencia y un abrazo sincero con las
demás religiones.

05 abril, 2005

Hacia un diálogo realmente ecuménico

El cadenal Angelo Sodano, secretario de Estado saliente y mombrado entre
los papabili, aseguró que "Juan Pablo II, el Grande", había muerto en
"la serenidad de los santos". No hay nada de banal en esta afirmación,
pues la Iglesia sólo llama grandes a los papas canonizados. Por esto
mismo, estas palabras se han tomado como indicio de que Juan Pablo II
entrará al santoral católico al que, por cierto, nutrió más que todos
sus predecesores juntos.

Es imposible poner en duda la grandeza de este papa, sobre todo por su
dilatada actividad fuera de la Iglesia. Se le atribuye con toda justicia
un decisivo papel en la caída del bloque soviético, recordando su
intervención ante su compatriota Wojciek Jaruzelski, en ese tiempo
presidente de Polonia, para que permitiera elecciones libres en su país.
De ese escrutinio histórico saldría vencedor el movimiento sindical
Solidaridad, lo cual tuvo un efecto de dominó que se extendió por todas
las repúblicas que integraban el Pacto de Varsovia.

No menos importante fue su apasionada defensa de los derechos humanos
—en su calidad de sustento teórico de la doctrina cristiana— donde
quiera que Juan Pablo II considerara que estuvieran siendo pisoteados.
Y, aunque no tuvieron efecto, tampoco podemos olvidar su decidida
oposición a la intervención estadounidense en Irak, así como sus
repetidas condenas a toda forma de violencia como vía de solución de
problemas, o a lo que podríamos llamar orwellianamente la guerra como
camino a la paz, basada en la fórmula latina si vis pacem, para bellum.

Con todo lo progresista que nos puedan parecer estas posturas de una
Iglesia que, al menos en el siglo XX, pasó por el bochorno de aliarse
con los regímenes fascistas y de cerrar los ojos antes los crímenes
nazis, tampoco debemos olvidar que el papado de Juan Pablo II se
caracterizó por un férreo apego a la tradición y por una marcha atrás en
algunos aspectos de los avances logrados en el segundo concilio vaticano.

En efecto, la Iglesia wojtyliana desdeñó olímpicamente temas que la
modernidad ha puesto en el centro del foro: la posición de la mujer, el
control natal, el aborto, el matrimonio homosexual siguieron rigiéndose
por las mismas normas de hace siglos, sin que la jerarquía católica
acusara recibo de los cambios sociales que hacen urgente su reforma.

Se alaba a Juan Pablo II se espíritu de apertura hacia las otras
confesiones. Y al hablarse de este tema invariablemente se mencionan sus
viajes a países de predominancia no católica, su histórica visita a la
sinagoga de Roma (13 de abril de 1986), el establecimiento de relaciones
diplomáticas con Israel (30 de diciembre de 1993) y su visita en el 2000
a Yad Vashem, el monumento a las víctimas del genocidio nazi, en
Jerusalén. Asimismo, no sólo visitó países musulmanes, sino también
algunos, como Nigeria y el Sudán, donde rige la sharia. El 6 de mayo de
2001 visitó asimismo la mezquita de los omeyas, en Damasco, una de las
más prestigiosas del islam. En 1985, incluso llegó a reconocer, ante los
musulmanes de Marruecos, que "nosotros adoramos al mismo Dios". Y en su
afán de tender puentes —verdadera función de un pontífice— tampoco
dejó de visitar a la India. El esfuerzo ecuménico de Juan Pablo II fue
tal que el sector conservador de la Iglesia lo calificaba de
sincretismo y, por cierto, la oficina encargada de llevarlo a cabo, el
secretariado para los no creyentes, estuvo presidida por el cardenal
nigeriano Francis Arinze, otro de los papabili.

A este espíritu ecuménico de la Iglesia le llaman el espíritu de Asís,
por la ciudad italiana donde, el 27 de octubre de 1986, tuvo lugar una
jornada de oraciones con más de doscientos representantes de todas las
confesiones. Ahí oraron por la paz mundial hindúes, budistas, sijes,
musulmanes, judíos, católicos y cristianos de todas las denominaciones.

Sin embargo, el diálogo ecuménico de la Iglesia se caracteriza por estar
centrado en el catolicismo. Esa apertura no significa que salga a
reunirse con otras religiones, sino tan sólo que abre sus puertas para
que otros creyentes se le acerquen. Su postura, pues, es de un diálogo
condicionado bajo sus términos, rasgo que no permite esperar resultados
muy positivos en ese dominio.

Además de esta característica, la mencionada resistencia a la apertura
ha producido resultados por lo menos contradictorios. Así tuvimos, en el
año 2000, la declaración Dominus Iesus, emitida por el poderoso
cardenal Josef Ratzinger (otro papabile), en la que tajantemente
advierte, con alarmantes ecos medievales, que fuera de la Iglesia no hay
salvación posible. En su empeño por combatir el relativismo reinante,
que quiere que todas las religiones, practicadas en forma sincera,
llevan a fin de cuentas a la salvación del alma, el prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe (es decir, heredero del gran
inquisidor) declara llanamente que la moral de las demás confesiones
puede ser buena, pero que no conduce a la salvación, reservando ésta al
camino señalado por Cristo.

No es atribuible esta cerrazón sólo al cardenal Ratzinger. El propio
Juan Pablo II, en su obra Cruzando el umbral de la esperanza (1994)
advierte que el budismo es una "soterología negativa" y un sistema ateo.
No tiene nada de extraordinario caracterizar al budismo como sistema
ateo. De hecho, así es: una moral atea, que devuelve al hombre toda la
responsabilidad de su salvación. Tampoco se equivoca el papa al decir
que la soterología budista (la doctrina de salvación) es negativa,
siempre y cuando lo haga en términos filosóficos, no comunes.

Es decir, el hecho de que sea negativa no significa que sea mala.
Significa que la salvación del budismo se basa en la disolución del ser
en un concepto incomprensible para el hombre, llamado nirvana (o
nibbana, conforme a la lengua de los textos canónicos budistas, el
pali), muy a diferencia de la unión con Dios, activa y positiva, a la
que se aspira en las religiones teístas. Sí, el budismo carece de dioses
por lo que es ateo. Pero este adjetivo, que en sí mismo sólo define una
característica, se vuelve peyorativo en labios de quien dice representar
a Dios en la Tierra, con sus ecos de guerra fría, cuando se condenaba al
comunismo precisamente por ser ateo.

Y, valga como anécdota, algo bueno ha de haber tenido el Buda, cuando la
misma Iglesia Católica lo consideró digno de ser incorporado a su
santoral con el nombre de Josafat, corrupción de Bodhisatva, uno de
los títulos de Buda.

En fin, si las palabras de Juan Pablo II fueron algo más que gestos
diplomáticos, cuando llamó a los judíos "hermanos mayores" y cuando
afirmó que cristianos y musulmanes adoran al mismo Dios (que, por
cierto, resulta ser el mismo Dios de los judíos), si sus tentativas de
acercarse a las iglesias orientales fueron sinceras y no sólo motivadas
por el deseo de proteger a las minorías católicas de esos países, el
legado de este papa en términos de diálogo ecuménico habrá de ser
enorme. Los obstáculos habrán de venir por parte de las corrientes
conservadoras, deseosas de preservar para sí sus cuotas de poder. Un
Ratzinger convertido en papa daría marcha a todos los avances en ese
terreno. Pero aun Francis Arinze, con su experiencia en el acercamiento
con otras confesiones, poco podría hacer para oponerse a las batallas
que habrán de librar los conservadores para seguir detentando el
monopolio del camino salvífico, con el ánimo, claro, de regentear las
casetas de peaje.

03 abril, 2005

Non habemus papam

Sin ser católico y sobre todo sin compartir las posturas reaccionarias y
conservadoras que caracterizaron a la Iglesia de Juan Pablo II, la
muerte del papa no dejó de conmoverme, quizá por la tremenda figura que
fue, la importancia histórica de su personaje o por el dramatismo de su
enfermedad, convertida en calvario precisamente en Semana Santa.

Mil millones de católicos lloran la muerte de Karol Wojtyla, sin
interesarse realmente en quién será su sucesor. De éste se manejan unos
cinco nombres, en cábalas y análisis que en mucho recuerdan el no tan
viejo sistema de tapadismo priísta, en el que todos querían pasar por
enterados, mencionando incidentes, recordando historias y trayendo
ejemplos para sustentar sus previsiones. Pero así como en México se
decía que el que se mueve no sale en la foto, en el cónclave de
cardenales se advierte que el que entra papa, sale cardenal,
advertencia que sirve para que cada quien al menos oculte su ambición de
ocupar el solio de san Pedro.

¿Y que hay del papa negro? Las supuestas profecías de san Malaquías lo
consideran el último jefe de la Iglesia Católica y ahora la gente está
preocupada por la posibilidad de que sea elegido el cardenal Francis
Arinze, de Nigeria. Conservador, amigo de Juan Pablo II y con una
dilatada trayectoria en la política vaticana, un Arinze vuelto papa
representaría lo que muchos desean: un papado "de transición", tranquilo
y recogido en sí mismo, después del brillo y esplendor que le imprimiera
Juan Pablo II a su función. Asimismo, sus 71 años de edad permitirían
esperar un reinado no tan prolongado como el de Wojtyla, lo que
reforzaría su naturaleza transicional.

Las especulaciones están a la orden del día y en los medios tendremos
muchas oportunidades de ver a los sesudos vaticanólogos escudriñar
desde afuera lo que ocurrirá desde que se cierren las puertas de la
Sixtina hasta que el humo blanco le indique al mundo que habemus papam.

22 marzo, 2005

Para que no se olvide


Petr Ginz, esperantista muerto en Auschwitz a los 16 años. Posted by Hello

17 febrero, 2005

Las desventajas de vivir como rey

No es difícil ver que el hombre actual vive mucho mejor que cualquier rey de tiempos pasados. Por ejemplo, una persona de clase media que trabaje y cuente con seguro médico puede tener la tranquilidad de que, en caso de enfermedad, recibirá una atención muy superior a la que hubiera podido tener el más poderoso monarca en tiempos remotos. Sabe que no morirá de una infección, ya que puede atendérsela con productos comprados en cualquier farmacia, muchas veces sin necesidad siquiera de consultar a un médico.

En cuanto a comodidades materiales, el hombre contemporáneo vive en casas bien iluminadas con electricidad, dispone de agua fría y caliente, combate las temperaturas extremas mediante la calefacción y el aire acondicionado. Guarda sus alimentos en el refrigerador, lo cual no sólo le permite disponer de ellos fácilmente, sino que los conserva en buen estado evitando así más problemas de salud. Sus necesidades fisiológicas las satisface en cuartitos ad hoc, con higiene y sin las molestias de los olores ofensivos que emanaban de las bacinicas que solían tener los potentados de otrora bajo la cama.

El hombre actual está comunicado con sus congéneres de manera continua e inmediata: la radio, la televisión y la prensa lo mantienen al tanto de los acontecimientos que ocurren en los rincones más alejados del planeta, ya sea porque lo afecten directamente o simplemente por satisfacer la necesidad de sentirse parte de la humanidad. A diferencia del hombre de la antigüedad, el contemporáneo no tiene que esperar meses o años a que lleguen mensajeros o enviados a dar cuenta de los sucesos en las comarcas remotas. La calidad de la comunicación, por lo demás, es infinitamente superior. El teléfono, el correo (en sus dos modalidades) y los recursos audiovisuales no dejan duda en cuanto al contenido de los mensajes y evitan toda ambigüedad.

¿Qué podemos decir del ámbito del entretenimiento? El hombre contemporáneo pulsa un botón y tiene a su alcance horas y horas de los más variados espectáculos por televisión en su propia casa. O bien, puede salir y asistir al cine, al teatro y a muchas más formas de diversión: eventos deportivos, musicales y culturales en general. El hombre actual puede tener una colección de discos con las grandes obras de la música de todos los tiempos, las cuales puede escuchar en cualquier momento. Y con el video digital, esta posibilidad trasciende el sonido y se extiende también a la imagen. ¿Con qué se entretenían los reyes y la nobleza de antaño?

El hombre contemporáneo tiene acceso a la cultura. Nuestro trabajador de clase media sabe leer y escribir, privilegio otrora reservado a un estrecho círculo. Asiste a la escuela, a la universidad, a los centros de estudio y adquiere conocimientos que en tiempos antiguos lo habrían hecho pasar por mago, pero que ahora sabemos que se trata de simples explicaciones de los fenómenos de la naturaleza. Dispone de bibliotecas públicas (sin contar con los libros que pueda poseer a título personal) que harían palidecer de envidia a las exiguas colecciones que en otros tiempos estaban en posesión de algunas cuantas instituciones, casi siempre religiosas, como iglesias y monasterios.

La ingeniería automotriz hace que el más modesto vochito de cualquier burócrata actual sea definitivamente superior al más engalanado carruaje de los monarcas de siglos pasados. El mundo entero está a nuestro alcance gracias a los avances de la aviación.

Este progreso no se limita a las cosas materiales. A despecho de la inseguridad que priva en las grandes ciudades, el hombre contemporáneo vive mucho más seguro y tranquilo que sus antepasados. La difusión de conceptos como garantías individuales y derechos humanos le permite tener las herramientas jurídicas incluso para oponerse a los poderosos y defender sus derechos. Pese a las lamentables excepciones, es de fuerza observar que en la actualidad no vivimos conforme a los caprichos de los señores feudales, sino que todos estamos sometidos a las mismas leyes. Han desaparecido la inquisición y sus torturas, han sido suprimidas las penas corporales por delitos administrativos y ya nadie puede castigar a los hijos por los crímenes cometidos por los padres.

Todas estas ventajas del hombre actual con respecto de sus antepasados han sido posibles gracias a los avances de la ciencia, tanto de las ciencias exactas como de las sociales. Entonces, ¿a título de qué viene esta gente como los de la Sociedad Teosófica, la Gran Fraternidad Universal y la Nueva Acrópolis a querer enmarañarnos la mente con sus conocimientos de la antigüedad, con la supuesta superioridad de una ciencia perdida en el pasado remoto (y que de alguna manera mística ellos encontraron), con las fábulas de la sabiduría de las civilizaciones desaparecidas hace miles de años?



Nota. Debo hacer una lamentable aclaración. Sé que no todas las ventajas aquí expuestas se aplican a todas las personas por igual. Sobre todo en materia de acceso a la cultura y respeto a los derechos humanos, no todos están en igualdad de condiciones. Subsisten lamentabilísimas condiciones de atraso en muchas regiones del mundo, que hacen que sus habitantes se vean privados de estos beneficios y vivan literalmente como vivieron sus antepasados muchos siglos antes. Esto, lejos de restarle vigencia y veracidad al progreso científico, plantea la urgencia de acelerar su difusión combatiendo, entre otras cosas, las supersticiones del pasado.

15 febrero, 2005

Los americanos son de Venus

Atribuir a los extraterrestres el progreso del género humano es una aberración que de tiempo en tiempo nos encontramos reproducida de varias maneras. Desde las tesis racistas de von Daniken y sus pares, que sostienen que, sin ayuda externa, un pueblo indígena como el maya no hubiera tenido la capacidad de alcanzar los conocimientos astronómicos que tenía, hasta quienes de plano aseguran el origen extraterrestre de la vida en la Tierra.

Pero ahora quisiera comentar un artículo publicado en un sitio llamada Hermanos mayores. Sus perpetradores afirman que estos hermanos mayores son visitantes del espacio, llegados seguramente a ayudar al hombre, quizá por considerarlo su hermano menor.

Aunque de entrada señalan que “cada día son mayores” los indicios de la presencia de estos seres en nuestro planeta, en realidad se limitan a repetir los gastadísimos argumentos de siempre: citas de los textos sagrados, construcciones portentosas de la antigüedad y, no podían faltar, declaraciones de reputadísimos científicos.

Por ejemplo, está la mención al profesor Agreste, científico matemático de la Universidad de Moscú, quien acepta la hipótesis de un antigua migración extraterrestre. ¿Quién es el profesor Agreste? Sepa la bola; su nombre no me parece muy ruso que digamos y pese a su fantástica declaración no vuelve a ser mencionado en todo el artículo. Tampoco dicen qué autoridad, aparte de la de ser matemático, tiene este personaje de tan singular apellido para aceptar tal hipótesis que involucra a la astrofísica, la antropología, la paleontología y otras muchas ciencias. Y a pesar de sus conocimientos de matemáticas, el profe Agreste no sabe explicar la siguiente discrepancia numérica.

Entre los “indicios” encontrados mencionan las inscripciones halladas en las cavernas de Bohistán, que están “acompañadas de mapas con intención astronómica que representan las estrellas en la posición que ocupaban hace más de 5,000 años y se ven unas líneas que unen Venus con la Tierra...” ¿Sabe el curioso lector dónde queda Bohistán? No, pues ni yo tampoco, así que lo busqué en Internet y entre las varias referencias encontradas, hallé ésta: “En las cavernas de Bohistán se encontraron mapas astronómicos que representan a las estrellas en la posición que ocupaban hace 13,000 años...” Y en otro sitio se dice de que esa posición es de hace 14,900 años. ¿Por fin? Ocho o casi diez mil años de diferencia son bastantes para no tomarlos en cuenta. ¿Esa contradicción es uno de los “indicios” de los viajeros espaciales? (Por cierto, también descubrí que Bohistán —también llamado Kohistán— es un región en la frontera entre la India y Pakistán.)

No podemos dejar de comentar lo que dicen acerca de los orígenes del hombre americano. A riesgo de fatigar al paciente lector, citaremos in extenso:


Como otra curiosidad podemos citar “las puertas del Sol” a orillas del Titicaca en el Perú, que demuestran tratarse de huellas de una cultura anterior a todo lo conocido. Allí labrado en la piedra, aparece el calendario más antiguo que se conoce, al que se le ha calculado una antiguedad de 12 a 15,000 años. Pero este calendario tiene una característica sorprendente. Representa el año venusiano con sus 225 días terrestres exactos y con sus meses de 24 días.


Los nuevos ensayos para llegar a Venus y todos los experimentos hasta hoy realizados han venido dando la razón a este calendario antiquísimo. Así se ha fortalecido la idea de que en América fueron venusinos los que llegaron como viajeros del espacio.


¡Eso! Todos los experimentos hasta hoy realizados, ni más ni menos, desde los de madame Curie hasta los de Edison, los experimentos de clonación y de salud reproductiva, los experimentos para sondear la atmósfera, los que se llevan a cabo en los vuelos del transbordador espacial de Estados Unidos, los destinados a encontrar la cura del cáncer, del sida y de otros males, todos, todos los experimentos realizados hasta hoy, repito, le dan la razón a ese calendario y fortalecen la hipótesis del origen venusino del hombre americano. (Y de paso representan un mentís a John Gray, autor del libro Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus.)

¿Quiénes son los que pusieron este sitio en Internet? Digo, porque desde registrar el dominio hasta pagar el servidor e instalar el software que maneja la base de datos, implica un esfuerzo que ciertamente poca gente realiza como broma. De seguro que los autores están convencidos de cada palabra que publican. Movido por la curiosidad, me fui a ver la página de créditos. Ahí me entero que los mensajes y las experiencias fueron proporcionados por las “antenas” SAS y ODLIAT (las “antenas” son esos felices humanos que pueden captar el mensaje de los hermanos mayores).

Pero lo que alarma es la bibliografía que señalan: Las dramáticas profecías de la gran pirámide, de Rodolfo Benavides, de dónde extrajeron “algunos textos y cuotas”. ¿Cuotas? Esto sí que es un milagro. ¿Cómo le hicieron para cobrarle cuotas al tabique de Benavides, plagado de falacias, verdades a medias y mentiras completas? ¿Será que estos embaucadores están pensando en inglés y maltradujeron “quotes”, que significa citas? Vaya usted a saber.

Después se consigna que la recopilación y edición de textos, conceptos, foros, temas e ideas están a cargo de una tal Rita, quien además de colaborar con las antenas de los hermanos mayores, explota los miedos y las angustias ajenas con la lectura de las cartas. Presentándose como “consejera espiritual virtual”, ofrece sus servicios por el módico pago de 19.95 euros durante una semana. Con esto, el “socio” de su sitio (esta gente nunca busca clientes), tiene derecho a lecturas de cartas ilimitadas en vivo y directo, lecturas de cartas ilimitadas por correo electrónico, recetas mágicas personalizadas, oraciones milagrosas personalizadas, cadenas de curaciones metafísicas, orientación para el amor, dinero, salud y más, consultas en vivo y directo y en privado, pensamientos espirituales, horóscopos diarios y mucho más.

Bueno, creo que ya me salí del tema. Ahí les dejo el vínculo por si les interesa “abrir su mente”, como recomienda el canal Infinito, y su bolsillo, como anhelan todos estos timadores.

14 febrero, 2005

Va de nuevo: la mujer en el islam

Encontré, con gran alarma, un artículo sobre el islam en el apartado "sectas" de un sitio católico. Si tantos conflictos ha generado la ignorancia de Occidente respecto del islam, flaco favor le hacen estos señores a la causa de la convivencia pacífica lanzándole el devaluado epíteto de secta a una religión en toda forma.

Me tranquilizó, sin embargo, que en el artículo de referencia sí se le llama religión a la fe de más de 1,200 millones de musulmanes. Pero los comentarios que vierte el autor sobre la yijad (guerra santa) no sé si son para reír o llorar. Empieza diciendo acertadamente que "debe ser entendida como la batalla en contra del mal que anida en el interior del hombre", pero después se olvida de su propia definición y lanza mentiras tan enormes que es difícil ponerlas en duda (conforme al viejo apotegma goebbeliano de que mientras más absurda, más fácil se cree una mentira). Por ejemplo, habla de las matanzas de cristianos que se llevan a cabo "actualmente" en países musulmanes como Turquía, Egipto, Arabia Saudita, Pakistán y Sudán, por supuesto, sin indicar ni mucho menos precisar fechas o circunstancias.

Cita a un periodista de nombre Xavier Maier, católico y "experto" en países musulmanes, quien asegura que cuando el islam "llega a una ciudad, remueve todo lo demás: progreso, cambio, desarrollo social, justicia, libertad, etcétera. La moneda árabe compra a los mayores y todo se congela en su lugar". El autor seguramente olvida el caso de la ocupación árabe de la península Ibérica, cuando florecieron las artes y las ciencias gracias a la influencia mora. Y cuando los árabes convivieron pacíficamente con cristianos y judíos. Fueron precisamente sus catoliquísimas majestades, Isabel y Fernando, los que no soportaron la presencia de los "otros" en sus tierras y expulsaron primero a los árabes y después a los judíos.

Por supuesto, el autor no deja de mencionar el tema de la mujer en el islam, aunque primero se siente obligado a curarse en salud: "El porqué Jesús no concedió el sacerdocio a las mujeres, ni a su propia Madre, es cosa que no nos toca juzgar a nosotros, pero sus razones habrá tenido y la Iglesia no tiene derecho, lo ha dicho el Santo Padre Juan Pablo II, a modificar las intenciones del Señor."

Y después sí, se lanza a atacar la poligamia y el vejatorio trato que reciben las mujeres en las sociedades musulmanas. Quizá al autor le convendría repasar sus escrituras y remitirse, por ejemplo, a la primera epístola a Timoteo, segundo capítulo, donde Pablo prescribe que "la mujer debe aprender en calma y sumisión total. Yo no permito que ninguna mujer enseñe ni tenga autoridad sobre el hombre; ella debe guardar silencio. Pues primero se creó a Adán y después a Eva. Y Adán no fue el engañado, sino fue la mujer la engañada y la que se convirtió en pecadora".

Claro, como ya nos dijeron que quién es uno para andar juzgando las intenciones del "Señor", pues ya mejor ni pregunto en dónde tienen la cara estos católicos señores para criticar la situación de la mujer en el islam. Pues si no ven el machismo que ha prohijado la religión católica, con dificultades podrán ver con objetividad los efectos de otra religión. O, ¿qué diferencia hay entre las mujeres obligadas a usar la burka para cubrirse todo el cuerpo y las muertas de Juárez? En los dos casos se trata de víctimas del machismo, que las considera objetos de uso, prescindibles y reemplazables.

Para negar el negacionismo

Así como hay quienes niegan la redondez de la Tierra y la llegada del hombre a la Luna, hay quienes niegan la veracidad del exterminio de judíos durante la segunda guerra mundial. Y esto viene a cuento porque hace unos días, una persona (anónima, por supuesto, ya que esta gente no tiene ni siquiera la ocurrencia de inventarse un pseudónimo para escupir sus venenosos odios) dejó un comentario en una de las notas sobre el holocausto, en el que expresa sus dudas respecto de que seis millones de judíos permitieran que los asesinaran "pelotones de quizá 500 unidades".

El comentario, por supuesto, lo borré, no por no estar de acuerdo con el contenido, sino con la forma: no puede haber diálogo alguno basado en insultos y groserías. Cuando los argumentos se reducen a calificar de pinche a todo un pueblo, sabemos que ha llegado el momento de suspender todo intento de diálogo. No se trata de coartar la libertad de expresión pues, para empezar, quien se escuda en el anonimato para lanzar diatribas no podría en ningún momento reclamar ese derecho. Y, para seguir, el responsable de la publicación también tiene la libertad de decidir qué se publica y qué no. Y fue en ejercicio de ese derecho que decidí borrar el comentario.

El negacionismo, como se llama a esa corriente que niega la realidad de la shoah, está prohibido en varios países de Europa, como Alemania y Francia. Publicar libros o artículos que pongan en duda la realidad del horror de los campos de exterminio es un delito que se castiga con fuertes penas. Estas leyes, sin embargo, pueden evadirse fácilmente en nuestros tiempos globalizados —sobre todo gracias a Internet— pues los generosos servidores de Estados Unidos están a disposición de quien desee publicar las más abyectas mentiras.

En efecto, en honor a la célebre libertad de expresión, Estados Unidos protege incluso a los mercaderes de pornografía, a los sembradores de odios raciales y a quienes hacen negocio propagando injurias y mentiras. No es de extrañar, pues, que sea allí donde su publiquen libros como Mi lucha, obra prohibida en Alemania, y donde encuentren alojamiento páginas Web dedicadas a fomentar el odio y el temor por los más diversos grupos étnicos.

Tratar de refutar uno por uno de los argumentos de los negacionistas es caer en su juego. En primer lugar, porque como dije sus argumentos suelen reducirse a ensartar una serie de adjetivos peyorativos contra todo un pueblo. La segunda categoría de ataques corresponde a la enumeración de las perversiones del estado de Israel y a su comparación con el régimen nazi. Esto, por supuesto, está fuera del debate, pues Israel fue creado en 1948 y su actuación política y militar no borra ni justifica los sufrimientos de los judíos europeos varios años antes. Sacar a relucir el conflicto palestino-israelí para negar la realidad del holocausto es salirse por completo del tema.

Hay una tercera categoría de "argumentos": aquellos que se basan en "evidencias técnicas" para tratar de demostrar que fue imposible asesinar a tantas personas en tan poco tiempo. Hablan de la limitada capacidad de los hornos crematorios y de las cámaras de gas. Estos argumentos quizá surtan efecto en las mentes impresionables y carentes de información. Pero, desde la caída de la Unión Soviética, la apertura de los archivos del Tercer Reich confiscados por el ejército soviético permitió tomar la medida de la sofisticación técnica que alcanzaron los nazis en la implementación de su solución definitiva. En efecto, ahí se encontraron los estudios y especificaciones necesarias para que cada horno tuviera la capacidad de calcinar cientos y miles de cuerpos al día. Como si se tratara de montar una cadena de panaderías, los ingenieros de la firma contratada al efecto hacen análisis de materiales, resistencias, capacidades, temperaturas y demás factores que intervinieron en la construcción de tan monstruosa industria.


Según mi anónimo comentarista, la solución definitiva decidida por las autoridades nazis en 1942, y que consistió simplemente en la eliminación física de todos los judíos de los países ocupados, en realidad apuntaba a la creación de "un estado netamente judío" y no en el exterminio sino en la deportación de los judíos. ¿Qué puede decirse ante esta ignorancia de la historia? ¿Qué se le puede decir a quien nos viene con el cuento de que las cámaras de gas estaban destinadas a desinfectar a los prisioneros, pues éstos eran muy sucios y tenían piojos?

04 febrero, 2005

Sobre el origen de holocausto

Encontré una referencia de Juan María Alponte, en el sentido de que fue Eli Wiesel, sobreviviente del genocidio nazi y premio Nobel de la paz, quien popularizó el uso del término holocausto para designar el exterminio sistemático de judíos durante la segunda guerra mundial. No le creí mucho, pues el distinguido investigador, además de equivocarse al escribir el nombre (pone "Wiessel" en lugar de "Wiesel"), asegura lo siguiente:

Dice (Wiesel) que en un texto hebreo se encontró con la palabra "ola" que significaba "ofrenda por el fuego". Sobre ella construyó el vocablo "holocausto".


No puedo imaginar explicación etimológica más banal. Corominas registra el empleo en español de la palabra holocausto desde el año de 1440; el Webster la encuentra en inglés desde el siglo XIII. Y siempre con la misma etimología: del griego holos, entero, y kaustos, quemado, es decir, quemado por entero, con la connotación de que se trata de un acto ritual, de una ofrenda a dios (a un dios, por cierto, que parece complacerse en ver a los pobres pastores desperdiciar sus animales, quemándolos para expiar vaya a saberse qué inventados pecados).

La búsqueda del origen del empleo del término holocausto para referirse al exterminio de judíos me permitió encontrar que, a diferencia de lo que yo mismo pensaba, ese uso empezó a divulgarse después del juicio de Adolf Eichman, en 1961. Golda Meir, primera ministra de Israel (1969-1974), lo recoge en su autobiografía, "Mi vida" (1975). Y después, en 1978, vino la miniserie televisiva llamada Holocausto que lo divulgaría por todo el mundo.

Sin embargo, sí hay quienes atribuyen a Eli Wiesel el origen, no del término sino de su connotación actual. Después de haberse negado por varios años a escribir sobre sus experiencias en los campos de exterminio, Wiesel decidió escribir Y el mundo guardó silencio, obra de 900 páginas escrita en yiddish y publicada en Buenos Aires en 1955. Posteriormente, él mismo la redujo a 127 páginas y se publicó en francés, en 1957, con el título de La noche. ésta es la versión que ha circulado, traducida a más de treinta idiomas.

03 febrero, 2005

¡Lo que necesitábamos!

Sí, de plano ya se habían tardado en sacar al mercado la tanga anti-fornicio, de la cual nos aseguran sus promotores que nos servirá, cuando sintamos la tentación de fornicar, para recordar que "el niño Jesús" nos está observando. Y al ver el espantoso rostro que nos mira con ojos de súplica desde tan delicada prenda, sí, evidentemente, hasta al más caliente se le quitarán las ganas. ¡Todo un avance en materia de prevención del sida, embarazos y otras condiciones no deseadas!

Mercadotecnia teológica

Era de esperarse que en estos tiempos de mentalidad librecambista, cuando las catedrales son reemplazadas por los centros comerciales y los sacerdotes se consideran representantes de ventas, surgiera alguien que considerara el fracaso de la iglesia católica como un problema de mercadotecnia. En efecto, en la página de los Misioneros del Espíritu Santo me encuentro con una nota en la que se compara la situación de la iglesia con la de Telmex, empresa que por muchos años mantuvo el monopolio del servicio telefónico en nuestro país y que hasta hace sólo unos años empezó a tener competencia.

Entonces, atemorizado ante la fuerte competencia de lo que no deja de llamar sectas, el autor de la nota ennumera el catálogo de servicios que ofrecen sus rivales y los compara con el magro producto que expende su iglesia: "¿Será que ahora sólo ofrecemos normas y prohibiciones, ideas y clericalismo, ritos vacíos y anonimato de los miembros, pasividad y conformismo, estructura y burocracia?"

Y observa con envidia la incansable labor misionera de, por ejemplo, los testigos de Jehová, que soportan las burlas y las agresiones de aquellos a quienes importunan con su ofrecimiento de "compartir la palabra de dios".

Mal harían los católicos en promover el apostolado laico que prolifera en otras denominaciones. ¿Por qué? Porque implicar a los laicos en la promoción de la fe es fomentar el fanatismo, es envolverlos en una vida dedicada a la religión, es privarlos de la posibilidad de descubrir que la esfera de lo terreno no tiene ningún contacto con la divina —si es que ésta existe— y es repetir el error histórico de querer regir la vida en la Tierra con consideraciones celestiales.

Lo mejor que podría hacer la iglesia católica es admitir su repliegue: dejar de inmiscuirse en la vida privada y de querer normar nuestra existencia. Librado a sus propias fuerzas, sin apoyos ultraterrenos, el hombre podría descubrir que cuenta con todo lo necesario para llevar una vida digna, plena y creativa, sin descuidar, claro, el cultivo de la solidaridad y la compasión por el prójimo. Estos sentimientos surgirían entonces de la propia naturaleza humana, sin necesidad de ser impuestos mediante mandamientos e intimidaciones desde lo alto.