29 mayo, 2004

De Guadalajara con amor


Desde 1999, cuando la cumbre de la Organización Mundial de Comercio en Seattle fue bloqueada por todo tipo de organizaciones civiles opuestas a la globalización autoritaria, no ha habido ninguna reunión de alto nivel que no haya sido perturbada por quienes algunos sectores de la prensa llaman con desdén globalifóbicos.


Es entendible la oposición que generan estas reuniones, en las que se celebra un desarrollo que hasta ahora sólo es disfrutado por las grandes corporaciones multinacionales y sus respectivos aliados en las plutocracias criollas (ustedes disculparán el lenguaje trasnochado). En efecto, a más de un decenio del "fin" de la guerra fría, los resultados no han podido llegar a las capas desfavorecidas de la población, que sólo perciben con creciente descontento que sus condiciones de vida siguen en franco deterioro. Lejos de haberse repartido los prometidos beneficios de la paz (los recursos que antes se destinaban a la contención del expansionismo rival ahora se dedicarían a la generación de empleos, a la mejora de la infraestructura, a la creación de canales para el reparto de la riqueza y a la ampiación de las oportunidades), lo único que vemos es el reparto de los riesgos del mercado, evidentes en las crisis que cada tanto golpean a países industrializados y emergentes por igual.


Y en la lógica simplista —en cierto modo legado de la guerra fría, con su clara clasificación en buenos y malos— la situación se presenta como el enfrentamiento entre quienes defienden la globalización y quienes la rechazan, así nomás, en blanco y negro y sin matices, "el que no está conmigo, está contra mí", como repitiera un dirigente mesiánico de nuestros tiempos.


Ahora estas organizaciones sociales —que representan una gama tan amplia de la jodidez que a la prensa debería darle vergüenza echarlas en el mismo saco— estuvieron presentes en Guadalajara, en la reunión cumbre realizada entre la Unión Europea y América Latina y el Caribe.


Repito que la diversidad de estos grupos impide designarlos con un epíteto común, ya sea el indigno globalifóbico o el de altermundista, que se quiere más comprensivo y neutral, sin el dejo despectivo del primero, acuñado a nuestro saber por un personaje mexicano de triste memoria, el doctor Zeta. Los grupos presentes en la capital tapatía organizaron una marcha de protesta contra la globalización que, como era muy de esperarse, desembocó en trifulca, saqueos, golpizas y detenciones.



No sé si se deba a la confusión causada por la simpificación de los términos —en la que los globalifóbicos se oponen a los globalofílicos— pero yo creo que las organizaciones que a fin de cuentas luchan por mejorar las condiciones de existencia deberían ser más selectivas en sus batallas. ¿Por qué se oponen a una cumbre latinoamericana-europea? Si hemos leído bien los textos de la reunión y las notas periodísticas, en esta reunión se ha promovido el multilateralismo como contrapeso al unilateralismo que promueve la potencia imperial. El surgimiento de alianzas regionales y entre bloques no puede más que fomentar la tan añorada multipolaridad que, al tiempo, se presentaría como una alternativa viable a la globalización autoritaria que se trata de imponer. Diversificar nuestras alianzas con Europa, con la Cuenca del Pacífico necesariamente reduciría nuestra dependencia de Estados Unidos (si bien es imposible que ésta desaparezca del todo, dada nuestra vecindad geográfica).


Y muy por el contrario del objetivo que dicen promover —oponerse a la globalización— perturbar el proceso de integración regional latinoamericana y la diversificación de sus contactos sólo puede favorecer a los intereses imperiales. ¿Estarán tan desesperadas estas organizaciones que están dispuestas a enfrentarse a todo lo que les pueda parecer representante del sistema que tiene oprimida a la gran mayoría de la población? Sería deseable que su ceguera no les impidiera distinguir a sus enemigos y que pudieran enfocar mejor sus esfuerzos.


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