15 mayo, 2004

Juego de palabras


Mi general Cárdenas fue secretario de Guerra en el gobierno de Aberlardo L. Rodríguez (en 1933) y después, en 1942, volvió a la misma dependencia, sólo que esta vez con el nombre de secretario de la Defensa. Lo curioso es que en ese tiempo, México se encontraba participando en la única guerra en que ha intervenido en su historia contemporánea, cuando bien se justificaba el nombre de secretaría de la guerra que tenía antes.

No sé en qué momento la "guerra" se convirtió en "defensa", pero ciertamente fue un momento que marca una tendencia a tergiversar el sentido de las palabras; a usar, además, palabras huecas, que puedan llenarse con cualquier significado. Es la victoria del eufemismo sobre el sentido común.


En esa misma tendencia se inscribe el uso de la inteligencia en el sentido de espionaje y, ahora, de información obtenida mediante el espionaje y las actividades encubiertas. Si no me creen, pregúntenle a George, el joven, quien se lanzó en una costosa y sangrienta guerra basándose en su "inteligencia". No, no en su "capacidad de entender o comprender", ni en su "capacidad de resolver problemas" o en su "conocimiento, comprensión, acto de entender", como la define el diccionario (capacidades de cuya presencia en George existen dudas documentadas), sino en la información obtenida mediante sus espías, que le aseguraron, fieles a los intereses petroleros de la familia Bush, que un dictatorzuelo levantino, megalomaniaco y paranoico, hundido en una severa crisis económica, representaba un peligro mortal para el país con mayor poderío militar del mundo.


En fin, después de haber vivido el orwelliano 1984, poco puede asombrarnos que se ocupe militarmente a un país, que se sojuzgue y humille a sus habitantes, se les prive de dignidad y derechos, y que todo esto se haga a nombre de la democracia y de las libertades. Lo que asombra, pues, es que a la secretaría de Guerra no se le haya rebautizado como secretaría de la paz.

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